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Zar

Durante dos mil años hubo algún césar en alguna parte del mundo

Zar
Julius Caesar | Joseph Mankiewicz, 1953

Cuando Julio César fue asesinado en el Senado de Roma estaba en la cúspide de su popularidad. Los legionarios lo admiraban y el pueblo lo quería; su fama alcanzaba todos los rincones de la extensa República romana. En su testamento eligió como sucesor a Octavio quien, siguiendo las costumbres de la época, incorporó a su nombre el nombre de su padre adoptivo Julio César. Después de derrotar a Marco Antonio y Cleopatra fue ungido como primer emperador de Roma y pasó a ser conocido como César Augusto. El nombre César fue usado también por los siguientes emperadores hasta dejar de ser una marca de pertenencia familiar y convertirse en un título o cargo. Hasta el fin de la supremacía romana bajo la bota salvaje de los bárbaros, la máxima autoridad del imperio era un César. El título sobrevivió en Bizancio, aunque escrito ligeramente a la manera griega: kaisar. Cuando los otomanos conquistaron Bizancio, que para esa época era ya Constantinopla, el emperador se apropió del título de César, como trofeo y símbolo de su victoria; una señal del enorme prestigio que todavía conservaba en el mundo mediterráneo la desaparecida Roma. La palabra César fue adoptada y adaptada por emperadores de distintas naciones. Los alemanes y austríacos la convirtieron en káiser; los rusos y búlgaros la convirtieron en zar. En Bulgaria se abolió la monarquía en 1946 y de esa manera desapareció el último zar. Durante dos mil años, desde César Augusto hasta ese tardío zar búlgaro, en alguna parte del mundo siempre hubo un monarca que llevaba un título derivado de César.

 

(En la imagen: Marlon Brando mira el cadáver de Julio César en el Senado. En Julius Caesar, de Joseph L. Mankiewicz, 1953.)