El 4 de mayo La Opinión cumpliría medio siglo. Murió apenas a los seis años de edad, aunque parecieron muchos más tras vivir varias vidas en el instante histórico que le tocó existir. De hecho, pasó tres años en democracia y tres bajo dos dictaduras. Pero, a pesar de lo fugaz, llevamos 44 años admirándolo como referencia profesional. Marcó el periodismo a fuego, así como la vida de varias generaciones de periodistas.
Una de las claves del mito profesional tuvo que ver con la jerarquización que hizo de los periodistas: llevó a todos los días el periodismo interpretativo de las revistas, que en ese momento era muy limitado en los diarios, y además lo hizo con una escritura concisa. Esa jerarquización hasta ese momento la tenían solamente los corresponsales extranjeros, que firmaban sus notas y podían interpretar la información. Esa idea de llevar la firma y la interpretación a todas las páginas fue impactante. La Nación recibió a su competidor diciendo “trae como novedad la noticia comentada”. Timerman recordó después: “en mi diario todo expresaba opinión… La identidad está en el diario y no en los editoriales que escribe un señor sentado en una silla y mirando diccionarios”. Eso llevó a la paradoja de que fuera un diario identificado con su director, pero también donde los periodistas tenían una gran libertad profesional para la época.
Así como el diario Crítica había sido un centro de conspiración contra Yrigoyen, la revista Confirmado lo fue contra Illia. Formaba parte de un consenso que creía que la modernización del país necesitaba remover a las instituciones democráticas. Era una modernidad contra la democracia.
La Opinión empezó en una oficina que Horacio Rodríguez Larreta, padre del actual jefe de gobierno de Buenos Aires, le prestó a Jacobo Timerman. El proyecto se diseñó allí. Timerman convocó a Horacio Verbitsky, con quien había trabajado en Confirmado. La redacción entonces fue creada sobre todo con integrantes de la generación Timerman (nacidos en los veinte) y la generación de Verbitsky (nacidos en los cuarenta), donde los más veteranos tenían más distancia con el peronismo y la lucha armada. Verbitsky dice en el libro: “yo llené la redacción con la (gente) que conocía de la militancia política, de los pasquines partidarios”. El jefe supremo era Timerman, pero la mayoría de los periodistas eran de la nueva generación. Por eso, no tardó mucho en llegar el conflicto y existió el riesgo de que, apoyados desde el 11 de marzo de 1973 por el camporismo, le hubieran sacado el diario. “Todo hace suponer –decía el director– que estoy frente a una maniobra tendiente a alcanzar los incidentes necesarios para expropiar o cooperativizar La Opinión”. Y concluyó desafiante: “Desde ya, me comprometo ante los lectores que esto no ocurra”.
Tomás Eloy Martínez decía que en los sesenta la revista Primera Plana había terminado con el liderazgo cultural de La Nación. Y cuando llegó La Opinión en la siguiente década se convirtió en el “mandarín absoluto del mundo cultural”, como dice Mario Diament en el prólogo del libro. Solo en la sección Teatro, reunía en su redacción a Kive Staiff, Ernesto Schoo, Tito Cossa y Ricardo Halac.
Al nacer, la visión epocal de La Opinión mezclaba una visión crítica de Jorge Luis Borges y La Hora del Pueblo, en un confuso discurso revolucionario donde confluían voces desarrollistas, otras cercanas a nacionalistas del gobierno militar y de sectores izquierdistas excitados por la violencia partera de la historia. De hecho, un levantamiento de una facción militar terminó con muchos amigos civiles de Timerman presos. En aquel momento, la palabra “liberal” representaba el antagonista principal del diario, en cualquier plano. A partir de ahí, su recorrido histórico puede sintetizarse como un viaje al reconocimiento pleno de los valores liberales muchos de los cuales nació denostando.
Timerman quería ser un actor político y romper con esa administración “responsable” de las noticias de los grandes medios
A pesar de eso, fue un diario que nació pluralista. Coexistieron voces disímiles desde siempre. Con Perón en Buenos Aires, el diario se peronizó. Incluso los más desconfiados con respecto al veterano líder comenzaron a verlo como la llave de la paz interna. Desde Jorge Abelardo Ramos hasta Mariano Grondona, columnistas del diario, coincidían en esa percepción, mientras crecía la desconfianza hacia el líder por parte de los periodistas más afines a las organizaciones guerrilleras. El semanario montonero El Descamisado ironizaba sobre “el recientemente peronizado diario La Opinión”. El diario publicaba todas las semanas bajo el título “La Semana de Perón” las actividades del líder donde cualquier acción u omisión ratificaba su infalible inteligencia política. Dos años después, Timerman hizo algo que hasta ahora es inédito en la prensa argentina: revisaron todos esos artículos en forma crítica y concluyeron que fueron demasiado optimistas y poco inquisitivos sobre la salud de Perón. Tres días antes de la muerte de Perón, los principales columnistas habían coincidido en acusar de “ofensiva contra el gobierno” los rumores sobre la salud del líder. Como se dice en el libro, “La Opinión había participado en la construcción de una bomba de silencio. Ésta consistió en no tematizar algo que era real, pero que se sabía que podía destruir las razones de la esperanza en un proceso político”.
Los sucesivos enemigos del diario. Como gran síntesis de su intervención pública, La Opinión en su historia realizó tres grandes “ofensivas políticas”, entendidas como campañas de gran protagonismo público con claros objetivos políticos, las que le insumieron 29 de sus 71 meses de vida. Estaba basada en que Timerman buscaba ser un actor político de primer orden y romper con esa administración “responsable” de las noticias propia de los grandes diarios de ese momento. Y cada ofensiva desató una reacción contra el diario, en un increscendo de violencia y destrucción. Las tres lo pusieron al borde del abismo, y solo una tuvo una contrapartida de apoyo social y económico que lo fortaleció.
La primera ofensiva fue desde mayo a octubre de 1971, cuando se convirtió en un tambor militante de la revolución, promoviendo las guerrillas que surgían en el país y clamando por un cambio de estructuras. Las acciones guerrilleras eran explicadas y justificadas por el diario y sus periodistas recorrían las provincias inflamando los focos de protesta. Al menos dieciséis periodistas de la redacción formaban parte de distintas guerrillas. Esta ofensiva se cortó abruptamente con un apriete por parte del gobierno de Lanusse tras un frustrado levantamiento militar rebelde. Ese momento está expresado con gran talento teatral en la obra de Eva Halac, J. Timerman.
La segunda ofensiva fue enfrentar al superministro del gobierno peronista, José López Rega. Desde el fin de la primera ofensiva, La Opinión se había convertido en un crítico de toda violencia política, y el diario fue cuestionado en público por líderes guerrilleros, entre ellos Mario Firmenich. Cuando en septiembre de 1974, el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) inició la campaña de asesinatos de oficiales del ejército es cuando el analista Rosendo Fraga pone el punto de inflexión en la vuelta al poder por parte de los militares. La campaña del ERP fue interrumpida cuando murió una hija y otra resultó herida del capitán Viola en Tucumán junto con su padre. En dos meses, fueron asesinados nueve oficiales del ejército. El desborde de la violencia empezó a generar una rutinización de la cobertura. Los cadáveres aparecían amontonados también en notas breves, donde no había desarrollo. El diario se preguntaba “¿Quiénes serán los próximos condenados por los tribunales secretos de la Argentina?”, y se respondía una semana después: “los últimos siete días han aportado otras veinte víctimas a la lista de asesinatos terroristas”. Se inauguró la sección “El balance semanal”, donde se llevó el registro cuantitativo, iniciativa que el gobierno peronista percibió como un hostigamiento, de la misma forma que ocurriría con la posterior dictadura militar: apenas cuantificar la muerte ya era un primer nivel de interpretación que perturbaba.
En esa línea contra la violencia, La Opinión asumió la batalla contra López Rega, donde el resto de los actores políticos y sociales coincidían, pero no la tematizaban en público. Ni los militares, ni los peronistas, ni los radicales, ni los sindicalistas, ya todos enemigos del Brujo expresaban claramente en público la naturaleza del conflicto. Fue La Opinión el primer gran actor que lo puso en palabras públicas.
El diario tematizaba abiertamente la violencia de derecha, pero no la vinculaba a sectores militares. Al contrario, el poder militar aparecía cada vez más como el actor ordenador para que toda violencia desapareciera, y se empezó a tomar como modelo a seguir al Operativo Independencia en Tucumán (“no solo el camino de la legitimidad, sino también el de la eficacia”). En ese marco, el 1° de julio de 1975, La Opinión desató la crisis final contra el superministro con un artículo de Heriberto Kahn, quien revelaba que los militares ya estaban abiertamente enfrentados a López Rega, y a los pocos días publicó “una denuncia militar sobre la Triple A”. Dos semanas más tarde, el ministro más importante del gobierno se fugó del país. Nada menos que Robert Cox expresó en esos días que La Opinión “ganó para sí un lugar en la historia por su coraje al hacer público el grotesco atentado de José López Rega para adueñarse del poder en la Argentina”. El semanario El Caudillo, de la Triple A, opinó distinto: “exactamente desde el mes de julio don Jacobo y sus muchachos fueron reclutados (seguramente previo pago de una jugosa bonificación) para el bando golpista”.
Desde el punto de vista de la empresa periodística, ese momento fue impresionante, porque por el llamado rodrigazo las ventas totales de diarios se reducían casi a la mitad, mientras que La Opinión duplicó su circulación, de 40 mil a 80 mil ejemplares.
También ese momento refleja bien el laberinto sin salida en que se convirtió el país: los periodistas se apoyaban en el jefe de la Armada Emilio Massera para enfrentar a López Rega. Como el resto de los actores políticos, los hombres de la prensa (ninguna mujer) mantenían contactos con los militares como parte del entramado informativo. Y a medida que crecían los atentados guerrilleros, el diario ponía a las fuerzas armadas en el centro de la escena acentuando la cobertura de las actividades protocolares de los militares.
Esa última etapa del gobierno peronista fue muy dura para los periodistas, con más violencia que la dictadura que había terminado en 1973 (aunque menos que la que sufriría bajo el régimen que el propio diario estaba contribuyendo a alumbrar): comunicados y avisos oficiales en la televisión contra La Opinión, cierre por diez días, amenazas a los avisadores, bombas, ametrallamientos, dos periodistas de La Opinión fueron asesinados y varios se exiliaron. En octubre de 1975, el diario ya consideraba que era “un país en guerra”. De hecho, estaba estrenando ese mes su nuevo edificio y los periodistas lo veían como un búnker.
El diario tematizaba abiertamente la violencia de derecha, pero no la vinculaba a sectores militares
Así como desde septiembre de 1973, La Opinión quiso ser intérprete de una gran coalición social que apoyaba a Perón, después lo fue de una gran coalición social liderada por los “reluctant coup-makers” (golpistas reticentes, como dijo el Financial Times y el diario resaltó) que restaurarían la “tranquilidad”, “normalidad” y el “orden”. Era una actitud de “consentimiento de la comprensión”, como dijo una nota posterior, sobre el tipo de consenso existente con el golpe militar. Como se dice en el libro, ese tejido argumental el diario “lo hizo con menos esperanza, pero con igual dedicación y lucidez” que había tenido el diario cuando Perón retornó al poder. Así como se hizo en Crítica en 1930 y en Confirmado en 1966, otra vez el periodismo más moderno iba contra la democracia. Otra vez, la política no encontraba los acuerdos mínimos y el periodismo la acompañaba a su entierro.
Tras el golpe, la redacción inició su tercera ofensiva política: enfrentar a los militares ‘duros’ en el marco de su intento de sensibilizar al gobierno militar iniciado en marzo de 1976 con los derechos humanos, lo que provocó el fin del diario de Timerman. Ya a los trece días de instalada la junta militar, La Opinión llamó la atención sobre la violencia clandestina que no era adjudicable a las guerrillas. El diario no vinculaba a los militares con esa violencia en su interpretación, pero varias veces la información que publicaba lo dejaba en evidencia, como en los asesinatos en Buenos Aires de los políticos uruguayos Héctor Gutiérrez Ruiz y Zelmar Michelini, éste último también periodista del diario. La estrategia de Timerman para sobrevivir en ese espacio público letal era reconocer la legitimidad de origen de la dictadura y criticar cada vez más sonoramente la violencia de derecha, sin atribuirla directamente a los militares aunque esto fuese obvio. En el caso de Michelini incluso el editor publicó una carta abierta al general Videla. Cada nuevo hecho de violencia, le daba centralidad al tema en la cobertura e iba deformando un poco esa estrategia inicial: era cada vez más difícil para un lector pensar que el gobierno no era el responsable directo de esa violencia. Esa “normalidad” buscada con el golpe no se había concretado. “Nadie está seguro de que no vaya a ser asesinado en la vía pública o secuestrado en su domicilio”, escribió entonces en forma temeraria el periodista Mario Diament.
Desde las primeras semanas del golpe, La Opinión empezó a publicar de a poco noticias sobre desapariciones y en marzo de 1977 publicó reclamos por más de quinientas personas. En los días posteriores, la cúpula editorial fue detenida y el diario intervenido. Esas publicaciones habían molestado. En el interrogatorio a Timerman, el entonces coronel Camps le preguntó: “¿Usted cree realmente que la iniciativa de crear una columna de habeas corpus favorece a las fuerzas que combaten a la subversión y en última instancia, a los intereses de la nación?”. En enero de 1977 ya había sido suspendido unos días por publicar un artículo de un sacerdote jesuita que decía que “convertir a un militar de honor …en un vulgar torturador, sería la mayor victoria del terrorismo”, y agregó lo que fue la denuncia más rotunda publicada por alguien hasta ese momento: “resulta ya en nuestro país desde todo punto de vista incomprensible que se detenga a las personas y luego nunca más se sepa de ellas, como si se hubiese autorizado a los innúmeros comandos que operan en el país a seguir un camino en el que impunemente puedan ocultarse todos los excesos”.
El fin de La Opinión. Para marzo de 1977, las guerrillas ya estaban desarticuladas, pero crecía el consenso entre los mandos militares de iniciar un proceso para extirpar lo que sus ideólogos llamaban la subversión cultural, donde La Opinión para ellos tenía un lugar central en especial por lo que había sido su primera ofensiva política en 1971 donde fogoneó a las guerrillas. Ahora, haber encontrado nexos entre el financista del medio que odiaban, David Graiver, y los Montoneros, le facilitó todo a los ‘duros’ del régimen, los que eran además el objetivo de la tercera ofensiva política del diario. Y los amigos videlistas de La Opinión nada quisieron ni pudieron hacer frente a esa evidencia.
La natural evolución de la agenda histórica de La Opinión llevaba al consenso democrático de diciembre de 1983
Si La Opinión hubiese concretado el proyecto que anunció a fines de 1975 de crear un medio en Nueva York, el New York Opinion, la historia hubiera sido diferente, pues podía haberse convertido en un medio intocable para la dictadura argentina. La muerte de Graiver, en agosto de 1976, frenó ese proyecto. Esa audacia internacional no ha sido habitual en los medios periodísticos argentinos, con pocas excepciones. Pero en la historia de los medios esa es una estrategia esencial para convertirse en un actor interno con espaldas fuertes para lo que implica hacer periodismo en Argentina.
Al final de su vida, todos los actores violentos de los setenta habían participado del hostigamiento a La Opinión, como a ningún otro medio en el país. La mayoría a su vez había sido enfrentada en público por Timerman. De hecho, en la historia del periodismo latinoamericano del siglo veinte, el nombre de Timerman suele estar en el nivel del nicaragüense Pedro Joaquín Chamorro, quien enfrentó una larga tiranía, y del colombiano Guillermo Cano, quien enfrentó a los narcos.
Los actores autoritarios tienen una incompatibilidad natural con el periodismo por lo que, cuando éste se despliega en esos contextos, necesariamente sufre las consecuencias. La natural evolución de la agenda histórica de La Opinión llevaba al consenso democrático de diciembre de 1983. Pero no había empezado así, sino como antagonista. En 1973 y 1976 impulsó dos coaliciones sociales que tuvieron el resultado opuesto al esperado, pero a pesar de eso, es hoy reconocido como el mayor intento de coherencia profesional que hubo en esos años.
La primera edición del diario intervenido por el gobierno fue el 25 de mayo de 1977 y justo ese día se publicó el histórico discurso del presidente Jimmy Carter, en la Universidad de Notre Dame, sobre los derechos humanos en el mundo. La frase más fuerte de Carter fue: “Las palabras son acciones”, y era evidente que servían para sintetizar a la perfección la vocación histórica de La Opinión, que ese mismo día dejaba de ser lo que era.
*Autor de Las palabras son acciones. Historia política y profesional de La Opinión de Jacobo Timerman, 1971-1977 (Perfil, 2001). Profesor de Periodismo y Democracia de la Universidad Austral.
Presidente del Foro de Periodismo Argentino (Fopea).