¿Es culpable Daniel Santoro, editor de Clarín, de espiar para Marcelo D’Alessio, un supuesto abogado que fue encontrado con las manos en la masa cuando buscaba extorsionar a un productor agropecuario en el contexto de la llamada causa de los cuadernos? ¿Estaba cumpliendo con su labor periodística al intercambiar data con un “girador” de Comodoro Py de cuestionables credenciales? ¿Fue servicial a operaciones judiciales? ¿Él sabía?
Estas y tantas otras preguntas comenzaron a circular desde que apareció una montaña de evidencia recolectada por el destinatario de los aprietes de D’Alessio, Pedro Etchebest, quien grabó los intentos de extorsión en los cuales se le indicaba que debía pagar US$300.000 para no quedar atado a la causa de los cuadernos. D’Alessio se jactaba de su cercanía con el Fiscal Carlos Stornelli, a quién le daba una mano consiguiendo “merca” o información sensible relacionada a las causas en las que trabajaba, y su amistad con Santoro, quien también utilizaba datos recolectados a través de métodos ilegales de espionaje en sus notas.
Curiosamente, la causa D’Alessio-Stornelli explotó inesperadamente luego de una nota de Horacio Verbitsky en El Cohete a la Luna, y generó una grieta periodística que se profundiza día a día. Fue llamativo ver como Clarín, La Nación e Infobae prácticamente ignoraron la bomba de Verbitsky en sus primeros días mientras que Página/12 le dio un nivel de destaque similar al que le da a las notas que buscan desacreditar al gobierno de Mauricio Macri. Desde el Grupo Clarín entrevistaron en prime time al fiscal Stornelli y criticaron a Verbitsky, luego La Nación puso toda la carne al asador con Joaquín Morales Solá y Hugo Alconada Mon yendo al choque con Verbitsky. Infobae, por su parte, intentó desacreditar la denuncia calificando a Verbitsky como “jefe de inteligencia de Montoneros”. Periodistas de uno y otro lado del arco ideológico tomaron posición y lo dejaron claro.
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Perfil, en cambio, siguió otro camino. Desde el primer momento se decidió que la bomba de Verbitsky era tan relevante como la del chofer Oscar Centeno que destapó Diego Cabot en La Nación y que ameritaba un nivel de cobertura similar. Se decidió escribir varias notas sobre la grieta periodística y sobre los mismos involucrados, que luego de la declaración de D’Alessio incluyeron además de Santoro a Eduardo Feinmann y Rolando Graña de América 24, Rodrigo Alegre (ex-Perfil actualmente en Periodismo Para Todos, TN y Telenoche), Alejandro Fantino y Romina Manguel (conductor y panelista de Animales Sueltos, programa que compartían junto a Santoro antes de que este abandone el ciclo para concentrarse en su defensa). Además, llamamos a todos entendiendo que no solo debían tener derecho a réplica, sino que era absolutamente factible que muchos de ellos hayan formado parte de circuitos de información sin necesariamente haber participado de ningún delito ni violación de la ética periodística. Tampoco podíamos descartar que sí lo hayan hecho. En fin, hicimos periodismo intentando mantener nuestro prejuicios al margen, sin juzgar de antemano a nadie ni tomando posición en relación al posible grado de responsabilidad de cada uno de ellos.
El periodismo de periodistas es complejo en un contexto adverso para la industria, en la cual cada vez quedan menos periodistas profesionales debido a que los medios achican sus estructuras. Además, las redes sociales y los buscadores permitieron que se acelere el intercambio de información de manera exponencial, logrando que sea cada vez más importante la velocidad que la calidad de lo que se informa para generar clicks, permitiendo que fácilmente se divulguen campañas de desinformación a veces llamadas fake news. A eso hay que agregarle que puede causar pudor cubrir la labor de colegas, muchos de los cuales trabajaron con nosotros o lo siguen haciendo en otros medios. La publicación de la serie de notas mencionadas arriba generó una serie de llamados críticos tanto externa como internamente, lo cual solamente confirmó lo importante que fue hacer esas notas.
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Pero es elemental que si consideramos que el periodismo merece un status distinto a otras profesiones, al actuar como “garante de la democracia” al ayudar a formar las opiniones de la sociedad, que luego se plasman en procesos socio-políticos, debemos ser doblemente críticos y minuciosos con nosotros mismos. Las violaciones de la ética periodística son todavía más nocivas para la sociedad que las noticias falsas, ya que destruyen la confianza de la audiencia en el periodismo que supuestamente defiende intereses objetivos. No por ninguna razón la confianza en los medios de comunicación ha caído a niveles bajísimos a nivel global. Hace unas semanas participe de un debate en la Universidad de Buenos Aires sobre la regulación en internet y recibí la justa crítica de la audiencia cuando indicaba que Google y Facebook permitían la manipulación electoral. Los medios también, me dijeron los allí presentes.
Es por eso que debemos seguir construyendo un vínculo de confianza con los lectores en base a la búsqueda de la verdad, las coberturas desinteresadas y corajudas. Y por eso mismo es necesario que los periodistas cubramos a los periodistas y a los medios de la misma manera que cubrimos a la política y la justicia.