La imagen de Albert Einstein es el centro de una batalla legal que amenaza con intensificarse. Aunque el testamento del físico fallecido en 1955 legaba, tras la muerte de su secretaria y su hijastra, los derechos de publicación a la Universidad Hebrea de Jerusalén, no mencionaba el uso de su imagen en libros, productos o anuncios. En aquellos años todavía no existía el concepto legal de derechos de publicidad.
A mediados de los 80, cuando la Universidad tomó el control de sus bienes, nombró al abogado Robert Richman como su agente mundial exclusivo. Entonces se decidió que Einstein no estaría asociado al tabaco, el alcohol o los juegos de azar; sólo debía haber afiliaciones “adecuadas a un físico, humanitario, filósofo y pacifista”. Los interesados debían presentar sus propuestas, que serían evaluadas a puerta cerrada. La universidad puso en la mira a vendedores ambulantes y a multinacionales como Disney, que en 2005 debió pagar USD 2,66 millones para usar el nombre “Baby Einstein” en una línea de juguetes.
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La imagen más famosa
La foto más icónica de Einstein, aquella que lo retrató con “el cabello revuelto, el suéter desaliñado, el bigote de oruga, la papada avergonzada y esos ojos tristes y galácticos” (como describió The Guardian) se había sacado el 14 de marzo de 1951, cuando salía de festejar su cumpleaños 72 en Nueva Jersey. Aunque al protagonista le agradó (de hecho encargó nueve copias), décadas después Richman la consideraría “de mal gusto”.
Luego de rechazar varias solicitudes de anunciantes, los dólares terminaron torciendo su voluntad. Primero aceptó 63 mil por un aviso de Sony y más tarde cedió ante Apple, que buscaba promocionar sus computadoras Mac. Cuando Steve Jobs pidió una reducción de la tarifa de 600.000 dólares, la respuesta fue contundente: “Sólo hay un Albert Einstein”.
Entre 2006 y 2017, Einstein siempre apareció en la lista de Forbes de las diez figuras históricas con mayores ingresos. Una estimación conservadora sitúa sus ganancias para la universidad en nada menos que USD 250 millones. A pesar de una sucesión de demandas posteriores, incluyendo una de su nieta adoptiva, el statu quo se mantuvo. Las solicitudes de licencia se siguen enviando a esa casa de estudios, que ahora apela a sistemas de software para identificar falsificaciones con el rostro del genio que -a seis décadas de su muerte- sigue siendo lucrativo.
JL PAR