Una de las características principales de los nuevos líderes de derecha populista como Donald Trump y Javier Milei es la relevancia que le dan a la famosa llamada “batalla cultural”. Una cruzada ideológica contra todo lo que consideran “woke” o colectivista que no deja a nadie al margen: ni a prestigiosas universidades como Harvard, ni a los canales infantiles, ni siquiera a la Inteligencia Artificial, que fue tildada recientemente por JD Vance, vicepresidente estadounidense, de tener “inclinaciones socialistas”.
Esta semana, a las acusaciones de Trump a Harvard por considerarla “antisemita” por permitir manifestaciones pro-Palestina, y la exigencia de que se ponga un límite del 15% la matrícula de extranjeros para asegurarse de que los alumnos sean gente que “ame” al país norteamericano, se sumó un fuerte recorte presupuestario.
La administración Trump pidió cancelar todos los contratos federales con la universidad por 100 millones de dólares. Sería interesante saber qué dice Federico Sturzenegger, que fue profesor en la universidad norteamericana, de lo que está haciendo Trump. La casa de estudios demandó recientemente a Trump y logró que un juez federal bloqueara temporalmente la revocación de su autorización para inscribir estudiantes extranjeros.
Mientras tanto, representantes de la comunidad judía y estudiantes internacionales criticaron duramente las políticas del gobierno, considerándolas divisivas y contrarias a los valores democráticos. Harvard, por su parte, reafirmó que no cederá ante presiones que vulneren sus principios fundamentales.
Pero este ataque a la que es probablemente la institución educativa más prestigiosa del mundo es sólo un ejemplo de lo lejos que puede llegar este afán de combatir todo lo que la nueva derecha considera “de izquierda”. Esto analizaremos en esta columna de Modo Fontevecchia, por Net TV, Radio Perfil (AM 1190) y Radio JAI (FM 96.3).
En Argentina, tenemos otro ejemplo reciente de hasta dónde puede llegar esta política. Hace apenas unos años, hubiera parecido insólito imaginar que la llamada “batalla cultural” implicara a los dibujos animados. Paka Paka, el canal infantil fundado en 2010 durante la presidencia de Cristina Kirchner ha sido reformulado bajo la gestión libertaria, con nueva programación.
Además de los recortes presupuestarios en producciones propias, uno de los puntos más polémicos ha sido la incorporación de la serie de dibujos animados “Tuttle Twins". Se trata de una serie “educativa” de origen estadounidense que se basa en una colección de libros escritos por Connor Boyack, un activista libertario del estado de Utah, fundador del think tank Libertas Institute, un espacio ultra radicalizado que considera, por ejemplo, que Disney es una usina de propaganda comunista. Es interesante remarcar que, en el siglo pasado, se consideraba a Disney una fuente esparcidora de ideas capitalistas. A lo que hemos llegado: ahora es propaganda comunista.
En un fragmento de “Tuttle Twins”, titulado “Las necesidades básicas no son derechos”, un hombre les dice a grupos de niños que las necesidades requieren dinero, trabajo o el tiempo de otra persona. “Si tuvieran derecho al refugio, esto obligaría a este hombre a construir una casa gratis”, les comenta mientras pasan por una obra en construcción. “Que el gobierno obligue a ser amable no es bondad, es cohesión”, agrega.
¿Es educación enseñarles a los chicos que las necesidades no son derechos? ¿Los contenidos educativos no deberían partir de los consensos sociales, en lugar de alimentar una posición parcial, o la grieta? Presentar los derechos sociales como “algo malo” o prescindible pone en riesgo la construcción de una ciudadanía basada en la igualdad, la solidaridad y el acceso universal a bienes públicos.
En la serie los argumentos son puestos en palabras de John Locke, en una visión simplista que ignora que las personas viven en sociedades donde la cooperación y la solidaridad son fundamentales. Hace falta leer a Locke para ver lo que es el verdadero liberalismo, y no como lo utilizan los libertarios. Al negar que las necesidades básicas deban ser derechos, como establece además nuestra Constitución, se justifica la desigualdad social. La discusión es cómo financiamos esas necesidades.
Pero, además, cuando se estudia el contractualismo, se suelen ver también las ideas de Rousseau, que tiene una visión más colectivista y social, y sostiene que la verdadera libertad solo se alcanza cuando cada persona se somete a la voluntad general, que representa el bien común y la igualdad entre los ciudadanos. Vale decir que también consideran comunista a Rousseau.
Javier Milei desfinancia PakaPaka y Encuentro y los reformula con programación extranjera
El contrato social no es un simple acuerdo para proteger la propiedad o la libertad individual, sino un pacto que transforma a los individuos en una comunidad política soberana, donde la participación activa y la solidaridad son fundamentales. Incluso, Aristóteles consideraba a la comunidad preexistente al individuo y decía que el individuo sólo podría desarrollar una vida buena en comunidad porque nadie es hijo sólo de sus padres, sino también del lugar donde nace.
En otro fragmento aún más problemático de la serie infantil, uno de los personajes afirma que la universidad es una pérdida de tiempo. “Por supuesto que algunos trabajos requieren un título, pero esos diplomas son muy caros, y hay muchos trabajos que no los requieren”, explican.
También se sugiere que asistir a la escuela no es esencial para el éxito personal, promoviendo en cambio la autodidacta y la educación alternativa. Si bien es cierto que existen múltiples caminos hacia el aprendizaje, desvalorizar la educación formal en un país donde la escuela pública ha sido un pilar de inclusión y movilidad social es, cuanto menos, problemático.
El periodista especializado en animación, Tomás Eliaschev, sostuvo en Modo Fontevecchia este jueves que "es escandaloso que una señal educativa estatal hable en contra del Estado". “Lo que refleja es un grupo de adultos totalmente intoxicados de sus propias ideas, tratando de molestar a otros adultos a través de una señal infantil”, aseguró, y definió a la serie como “una propaganda ultra ideologizada” que no resiste el menor análisis y que no tiene ningún valor educativo ni de entretenimiento. Esto contrasta con las acusaciones de los libertarios a las instituciones “adoctrinadoras”.
En el canal de streaming libertario “Carajo” criticaron a la antigua programación de Paka Paka por enseñar la teoría de Karl Marx y aseguraron que los nuevos contenidos demostrarán que “las dictaduras comunistas mataban gente”. “Los chicos van a tener un contenido didáctico donde van a aprender las cosas de verdad”, indicaron.

Para los nuevos populismos de derecha, la “batalla cultural” no es una metáfora: es una cruzada política e intelectual. Agustín Laje, tomando el concepto de Antonio Gramsci la define como el terreno donde se disputa el sentido común de la sociedad, capturado —según él— por décadas de hegemonía progresista, feminista y marxista.
Para Milei, esa hegemonía es una forma de “colectivismo” que hay que extirpar desde la raíz, incluso en las aulas, las leyes y ahora los contenidos para niños en dibujos animados. En ese marco, educar deja de ser una tarea pedagógica para convertirse en una trinchera ideológica. El resultado es que conceptos como libertad, mercado, derechos o justicia se reconfiguran bajo un prisma que no solo simplifica, sino que polariza desde edades cada vez más tempranas.
Resulta escandaloso que una señal estatal decida comprar y difundir un producto que, lejos de promover la educación, promueve una crítica feroz al Estado, cuestionando el rol de la escuela pública e incluso relativizando la necesidad de asistir a la escuela primaria.
En un acto por la inauguración del ciclo lectivo 2024, el presidente Javier Milei habló antes estudiantes y dijo: “Lo que hacen los políticos es irse de fiesta y pasarles la factura a generaciones que ni siquiera nacieron, y algunos que intentan matarlos, que son los asesinos de los pañuelos verdes. En ese contexto, aviso que, para mí, el aborto es un asesinato agravado por el vínculo”. ¿Esto no es adoctrinamiento? Pareciera que para “Las Fuerzas del Cielo”, solamente existe el adoctrinamiento de izquierda. Realmente así lo argumenta Daniel Parisini, el Gordo Dan.
“Si el adoctrinamiento es de derecha, entonces no es adoctrinamiento. Porque nuestras ideologías no son equivalentes. Enseñar socialismo no es equivalente a enseñar liberalismo porque enseñar una no da lo mismo que enseñar la otra. Una defiende la realidad, y la otra una fantasía. No existe tal equivalencia moral entre enseñar uno y enseñar el otro. Enseñar uno está mal y enseñar el otro está bien”, escribió al respecto a la nueva programación de Paka Paka.
Es una falacia que solo demuestra la hipocresía política de quien avala que la propaganda ideológica se justifica si la “verdad” es la propia, algo propio de los totalitarismos: existe solo una verdad total. De esta forma, se naturaliza el uso de la infancia como terreno de disputa política, donde los niños y niñas se vuelven un terreno más a conquistar por la lucha entre facciones enfrentadas.
La educación infantil debe ofrecer marcos amplios de pensamiento, permitir la formación crítica y promover valores democráticos y plurales, no reducir la realidad a un panfleto unidimensional. Resulta paradójico que, en un contexto donde las escuelas y los medios públicos son atacados y debilitados, se utilice la televisión estatal para propagar un mensaje que ataca precisamente esos espacios y valores.
Volviendo a Estados Unidos, Elon Musk, el magnate de Tesla y dueño de X (ex Twitter), ha promovido un discurso cada vez más hostil hacia la educación pública, la prensa tradicional y la corrección política. Ahora se ha retirado del gobierno de Trump, ha impulsado una visión similar a la que hoy llega a los niños argentinos: reducir el Estado al mínimo, glorificar la libertad individual y caricaturizar cualquier forma de solidaridad como autoritarismo.
Pero también hubo otro discurso que llamó la atención. Me refiero a las recientes declaraciones de J.D. Vance, el vicepresidente de Trump y autor del best-seller “Hillbilly Elegy”. Vance ha sostenido que las universidades “corrompen” a los jóvenes y que es necesario recuperar una narrativa “patriótica” desde la infancia. Su ascenso político es una muestra de cómo estas ideas, al principio marginales, encuentran cada vez más canales institucionales para expandirse.

Pero ahora ha ido más lejos al sostener que quienes trabajan en la inteligencia artificial tienen tendencias “de izquierda”. “Se dice que las criptomonedas son una tecnología conservadora o de derecha, y la inteligencia artificial es una tecnología de izquierda o comunista. Creo que eso es una exageración, pero hay algo de cierto en ello. He notado es que las personas muy inteligentes de derecha en el sector tecnológico tienden a sentirse atraídas por Bitcoin y las criptomonedas, y las personas muy inteligentes de izquierda en el sector tecnológico tienden a sentirse más atraídas por la IA”, sostuvo Vance.
Probablemente las declaraciones de Vance tengan algo que ver con las palabras de Geoffrey Hinton, reciente Premio Nobel de Física, y considerado uno de los “padres” de la IA, ya que desarrolló las técnicas modernas que se usan para entrenar a las Inteligencias Artificiales. Es creador del famoso “deep learning", aprendizaje profundo, que es el método a través del cual los modelos de lenguaje como Chat GPT “aprenden”.
Tras desempeñarse como investigador en Google desde 2013, en 2023 renunció declarando públicamente que lo hacía para poder hablar abiertamente sobre los riesgos de la IA si no se establecían ciertos controles.
En una entrevista televisiva reciente, Hinton advirtió sobre cómo los beneficios de la productividad generada por estas tecnologías podrían seguir acumulándose en manos de una élite que viene acumulando los avances tecnológicos en los últimos 20 años. Al ser consultado sobre cómo se puede asegurar que las ganancias se distribuyan adecuadamente, el investigador afirmó con sequedad: “Sólo socialismo”.
Es llamativo que responde como un ingeniero, con una escueta palabra, como quien resuelve un teorema económico. Hinton ya había expresado en 2023 su preocupación por la propiedad privada de los medios de comunicación y computación, considerando que perpetúan intereses corporativos.
Thomas Piketty, el célebre economista que escribió “El Capital en el Siglo XXI” en 2013, demostró con estadísticas cómo, a partir de la caída del muro de Berlín y el desarrollo tecnológico de Silicon Valley, la distribución de la renta se volvió cada vez más anacrónica y dos tercios del crecimiento del PBI mundial de las últimas dos décadas se concentró en el 1% más rico.
Podemos no compartir que la salida sea el socialismo, porque imagino que no se estaba refiriendo al socialismo como el comunismo de la ex Unión Soviética. Tiendo a creer que se refirió a algo parecido a la socialdemocracia que se da en Europa. Pero sin dudas, que alguien que creó y trabajó desde adentro de estas nuevas tecnologías advierta sobre las consecuencias negativas que pueden tener si no se les imprime una visión más social es una alerta que no debemos pasar por alto.
Bajo un capitalismo despiadado como el que proponen Trump y Musk, o Milei en Argentina, la IA continuará beneficiando a unos pocos, profundizando la desigualdad, de la misma forma que lo ha hecho la digitalización a cargo de las megaempresas como Google y Meta, que concentran la mayor parte de los nuevos recursos que se han generado a partir de las nuevas tecnologías.
Frente a eso, es necesario problematizar que las tecnologías promuevan mayores derechos e igualdad en lugar de acrecentar las desigualdades. Pero para ello, en lugar de seguir alimentando la lógica de la polarización, o la grieta, que convierte toda diferencia en una guerra cultural, resulta urgente recuperar una política basada en el diálogo democrático y el respeto por los consensos básicos.
La educación pública, los derechos sociales, el acceso al conocimiento y la tecnología no deberían ser campos de batalla, sino territorios comunes donde se construya ciudadanía. La infancia, en particular, merece estar protegida de los embates ideológicos y ser educada en la pluralidad, el pensamiento crítico y el respeto por la diversidad.
Si seguimos enfrentando cada debate con la lógica amigo-enemigo, la sociedad terminará partida en mitades irreconciliables, incapaces de ponerse de acuerdo siquiera en lo esencial. La democracia se fortalece cuando hay ideas distintas, pero también cuando se comparten ciertos valores mínimos: que todos merecen una oportunidad, que tener derechos no es una mala palabra, que el conocimiento debe estar al alcance de todos y no ser un privilegio. Dejar de promover la batalla cultural es el primer paso para volver a pensarnos como un colectivo, no como tribus en guerra permanente.
Producción de texto e imágenes: Facundo Maceira
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