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MODO FONTEVECCHIA
El editorial de Jorge Fontevecchia

Día 684: J.P. Morgan y una sociedad hipotecada

El Estado, que no logra acumular reservas y depende del crédito externo, imita al ciudadano, que refinancia el mínimo de su tarjeta. Si no se corrige el rumbo económico, ambos quedarán atrapados en un ciclo interminable de pagos y condicionamientos.

Día 684: J.P. Morgan y una sociedad hipotecada
Día 684: J.P. Morgan y una sociedad hipotecada | CEDOC

La palabra “hipoteca” lo resume todo. Viene del griego “hypo”, que significa “debajo”, y “theke”, “caja” o “depósito”. Una caja debajo: un peso escondido, una carga. En su origen jurídico, era una garantía real, pero en el lenguaje cotidiano se transformó en una metáfora de todo aquello que nos oprime: una hipoteca familiar, una hipoteca emocional, una hipoteca nacional. Vivimos bajo esa caja, tratando de respirar entre intereses, vencimientos y promesas.

El endeudamiento público y el privado en la Argentina actual parecen reflejarse mutuamente. El Estado, que no logra acumular reservas y depende del crédito externo, imita al ciudadano que vive de refinanciar el mínimo de su tarjeta. Cuando el ministro de Economía negocia un préstamo con el Tesoro estadounidense, o cuando el Banco Central vende dólares para “planchar” el tipo de cambio, no hace otra cosa que reproducir el mismo comportamiento que millones de argentinos: patear la deuda, sostener el día e hipotecar el mañana.

Pero así como una familia puede colapsar aplastada por grandes deudas si no logra hacer frente a sus compromisos financieros, ¿qué podría ocurrir si esto les sucede a millones al mismo tiempo? ¿Y si al mismo tiempo le sucede al país con sus compromisos internacionales?

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La sensación de asfixia es compartida. La deuda dejó de ser un tema de tecnócratas para convertirse en una carga existencial. ¿Tendrá límite este flagelo que condiciona, no sólo a los argentinos como un todo, sino a cada familia individualmente?

Luis Caputo se reunirá con el CEO del JP Morgan en plena negociación del salvataje de EE. UU.

Analicemos cómo inició el endeudamiento externo en nuestro país. La primera deuda internacional de nuestro país se contrajo en 1824 con la banca británica Baring Brothers, bajo la presidencia de Bernardino Rivadavia, quien fue el primer Presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata. El 1º de julio, la provincia de Buenos Aires firmó un empréstito con el Banco Baring Brothers de Londres por un millón de libras esterlinas, dividido en 2.000 obligaciones de 500 libras a una tasa del 6% anual.

El objetivo era financiar obras públicas como la construcción de un puerto moderno, fundación de ciudades costeras y sistemas de agua corriente, siguiendo las leyes sancionadas entre 1821 y 1822 bajo la gestión de Rivadavia. El préstamo implicaba pagos semestrales con un fondo de amortización en garantía, iniciando el 1º de enero de 1827, y el último cupón debía pagarse en 1860.

Durante el siglo XIX, el servicio de esta deuda fue irregular, con pagos y suspensiones según la estabilidad de los gobiernos bonaerenses y nacionales. En paralelo, se crearon instituciones financieras. Sin embargo, gran parte del dinero del empréstito se destinó a gastos de gestión y comisiones, reflejando la dificultad de canalizar correctamente los recursos en obras públicas.

La deuda fue finalmente renegociada en varias instancias, incluida la llamada Negociación Terry de 1896, en la que el Estado Nacional asumió deudas provinciales a cambio de consolidar su propia deuda. Ochenta años después de su firma, en 1904, la Argentina canceló por completo el empréstito Baring Brothers, pagando más de ocho veces su valor original, ilustrando el costo a largo plazo y la complejidad del endeudamiento internacional desde los primeros años de la nación.

Es decir que, ya desde el primer endeudamiento externo de nuestro país, la historia terminó como empieza siempre en la Argentina: pagando muchísimo más de lo que se debía. La deuda de 1824 recién se canceló en 1904, ochenta años después, y con un costo ocho veces superior al monto original. Ochenta años para pagar un préstamo que nunca se disfrutó plenamente.

Más acá en el tiempo, cuando el Fondo Monetario Internacional (FMI) otorgó a Mauricio Macri el mayor préstamo de su historia, tenía pleno conocimiento de que Argentina no podría pagarlo. Los préstamos millonarios, como los recientes ofrecidos al gobierno de Javier Milei por el Tesoro norteamericano, funcionan como un mecanismo de dependencia, atrapando al país en un ciclo interminable de refinanciaciones e intereses que trasladan el costo a la población. Esta dinámica crea una deuda eterna, donde cada préstamo posterior se utiliza para cubrir obligaciones previas sin generar desarrollo real.

El FMI, controlado de facto por Estados Unidos, impone condiciones estrictas conocidas como ajustes fiscales y reformas en función de los intereses del propio FMI o Estados Unidos. A lo largo de décadas, estas políticas han debilitado la economía argentina, aumentado la pobreza y desmantelado industrias estratégicas. Cada acuerdo refuerza la subordinación económica del país y perpetúa un modelo en el que la población paga los costos de decisiones financieras que nunca benefician al conjunto de la sociedad El endeudamiento permite el condicionamiento del que presta al que debe. Pero cuando esto se produce entre países, lo que tenemos es una injerencia en la política interna

La llegada de Pablo Quirno a la Cancillería contó con el impulso decisivo del JP Morgan y del Tesoro norteamericano, lo que fortaleció el control de Luis “Toto” Caputo, su anterior jefe, dentro del Gabinete. Es decir, Quirno pasa de secretario de Finanzas a canciller. Es decir, es canciller del mercado. Tras la salida de Gerardo Werthein, la banca norteamericana intervino en las negociaciones y respaldó a Caputo, quien logró ubicar a su exsocio y mano derecha en un puesto clave, frustrando las aspiraciones de Federico Sturzenegger de quedarse con el Ministerio de Economía. Es de suponer que el lunes Luis Caputo será confirmado en su cargo.

Veamos la tapa de Página/12 de hoy, que tituló: "Es el glorioso JP (Morgan)", por la gloriosa Juventud Peronista.

Página 12

No es casualidad que el desembarco de Quirno se produzca al mismo tiempo que Jamie Dimon, CEO de JP Morgan, visitó nuestro país. Este jueves encabezó un exclusivo cóctel en el Teatro Colón de Buenos Aires con la presencia de destacados empresarios, políticos y referentes internacionales, incluyendo a Tony Blair, Condoleezza Rice, Marcos Galperín, Eduardo Elsztain y Mauricio Macri. También participaron autoridades del gobierno argentino como Vladimir Werning y José Luis Daza, así como empresarios extranjeros de alto perfil de Brasil, Chile, México, Panamá y Perú.

El evento, organizado por Facundo Gómez Minujín, presidente de JP Morgan para Argentina, Uruguay, Bolivia y Paraguay, se enmarca en el encuentro anual del banco en la región y anticipa reuniones con el presidente Javier Milei y el ministro de Economía.

El apoyo del JP Morgan responde también a los vínculos y negocios recientes entre la entidad y el gobierno argentino. Quirno, ex ejecutivo del banco durante 17 años, le otorgó operaciones millonarias como la asesoría en la recompra de bonos por USD 16.300 millones, con altas comisiones para la firma. Además, el JP Morgan negocia un préstamo repo de 20.000 millones de dólares para el país, operación aún trabada por cuestiones de garantías, lo que refuerza la influencia del banco y de su CEO Jamie Dimon en la política económica argentina.

El nuevo canciller comparte antecedentes con varios funcionarios del gabinete libertario que también provienen del JP Morgan, como Daza, Santiago Bausili, Werning y Demian Reidel. Durante el macrismo, Quirno fue uno de los protagonistas del endeudamiento récord con el FMI y de la emisión del polémico “Bono del Siglo”, una operación a cien años que la Auditoría General de la Nación calificó como perjudicial y carente de justificación técnica. Su historial muestra un perfil de funcionario ligado a los grandes bancos internacionales y a políticas que priorizan al mercado financiero por encima de la producción. ¿Pero qué implicancias tendrá que el sector financiero ocupe más poder en el Gabinete?

Ayer, en este mismo programa, el ex secretario de Finanzas, previo a Pablo Quirno en el último gobierno, Eduardo Setti, sostuvo que la política económica impulsada por Luis Caputo provocó un daño “irreversible por generaciones”, al priorizar el control del tipo de cambio por sobre la acumulación de reservas.

Según el ex secretario de Finanzas, el Gobierno dilapidó ingresos extraordinarios de dólares para sostener un esquema artificial y dependiente del endeudamiento. También criticó que el programa económico mire solo la inflación, sin considerar el conjunto de variables macro y microeconómicas, lo que, a su juicio, deja a la economía argentina sin margen de maniobra y atrapada en un modelo financiero de corto plazo. “El daño que generó Caputo será irreversible por generaciones”, aseguró.

En su visión, Argentina ya no puede aspirar a independencia financiera y deberá convivir con una negociación permanente con organismos internacionales y acreedores privados. El economista alertó que la estabilidad actual es “endeble” y sostenida en medidas que agravan el desequilibrio estructural, como la baja temporal de retenciones que afectará la recaudación. Aseguró que la falta de reservas y la sobre importación generan presión sobre el dólar, mientras el nuevo endeudamiento beneficia solo al sector financiero. Si el gobierno no corrige el rumbo tras las elecciones, advirtió, la situación económica podría deteriorarse rápidamente, sin que la población vea resultados positivos del sacrificio realizado.

La deuda externa argentina alcanzó los 305.043 millones de dólares en el segundo trimestre de 2025, marcando un récord en 20 años, con un aumento de 23.783 millones de dólares respecto al trimestre anterior. El crecimiento estuvo impulsado principalmente por desembolsos de organismos internacionales, en particular 12.000 millones de dólares del FMI, junto con aportes del BID, BIRF y CAF. El gobierno general lideró el incremento, mientras que el Banco Central y el sector privado también sumaron pasivos. Más del 70% de la deuda en moneda extranjera tiene vencimientos de largo plazo, lo que brinda cierto margen de maniobra en pagos inmediatos. A esto habrá que sumarle los salvatajes del Tesoro norteamericano, valuados en 40.000 millones de dólares.

Y además tenemos el acuerdo de intercambio de monedas con China, que es de 130 mil millones de yuanes, lo que equivale aproximadamente a 18.500 millones de dólares. Existe un tramo activado de 5.000 millones que fue renovado por 12 meses, permitiendo a Argentina posponer pagos que debían iniciarse a partir de junio de 2025, y se prevé que los pagos comiencen en junio de 2026.

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La relación entre deuda y exportaciones superó el 300%, mostrando que el país debe más de tres veces lo que genera en ventas externas anuales. Aunque el endeudamiento con organismos multilaterales alivió la necesidad de divisas a corto plazo, la concentración de compromisos y la debilidad de reservas del BCRA complican la gestión futura.

Los economistas advierten que sin un aumento sostenido de exportaciones y un balance externo más sólido, la fragilidad del esquema de financiamiento seguirá generando tensiones recurrentes en la economía argentina.

Y también cabe señalar que desde que asumieron Milei y Caputo, antes del salvataje de Estados Unidos, la deuda ya había aumentado más de 35.000 millones. Las estimaciones más recientes de 2025 indican que, el porcentaje total de deuda ronda el 78,5% al 88,4% del PBI del país, con algunas estimaciones que la sitúan por debajo del 80% o alrededor del 85%.

Otros países tienen un nivel de endeudamiento mayor al de Argentina, pero el problema es la tasa de interés. Como Argentina defaulteó en 2001 y había defaulteado en el pasado, la tasa de interés que paga Argentina es ese famoso riesgo país, que le agrega la tasa de interés mundial del 11 o 12%. Entonces, una deuda se puede renovar pagando los intereses, sin que generen mayores trastornos a la mayoría de los países, cuando los intereses son 2 o 3% por año. Ahora, cuando son 15% por año, es absolutamente imposible. Argentina debería tener tasas de deuda sobre el producto bruto mucho más bajas que otros.

Casualmente, como le pasa a una persona que tiene una adicción, si recae en lo mismo que trató de liberarse, la posibilidad y la credibilidad de los demás de que vuelva a caer son grandes. Esto pasa con la Argentina. La posibilidad de default que tiene la Argentina es continua. Entonces, eso hace que paguemos cinco a ocho veces más la tasa de interés que pagan la mayoría de los países. Siendo así, Argentina es un país que no debería endeudarse, porque el costo de la deuda en la Argentina es mucho mayor que en cualquier otro país normal.

Algo similar ocurre, a nivel molecular, en la vida de cada familia particular. El endeudamiento de los hogares argentinos alcanzó el nivel más alto desde 2018, y se estima en un promedio del 130% de los ingresos mensuales, impulsado principalmente por el uso de tarjetas de crédito. La morosidad en este segmento crece de forma sostenida, mientras los créditos no bancarios, otorgados por cooperativas, cadenas comerciales o financieras de cercanía, aumentaron un 77% en el último año. Con tasas que superan el 84% anual y salarios estancados, cada vez más familias recurren a estas alternativas para financiar el consumo, aunque el 16,5% de esos préstamos ya presenta atrasos.

El Central informó que el 6,6% de los créditos familiares está en mora, pero el deterioro se concentra en los consumos con tarjeta, donde los atrasos se multiplican. Según la consultora EcoGo, casi la totalidad del ingreso promedio se destina a pagar deudas: cerca del 70% en el sistema bancario y el resto en créditos no bancarios, que alcanzaron un récord histórico. Entre los trabajadores informales y cuentapropistas, el panorama es aún más crítico: sus deudas equivalen al 135% de sus ingresos, reflejando la pérdida de poder adquisitivo y la creciente dependencia del financiamiento para sostener el consumo básico.

EcoGo

Alrededor del 20% de los ingresos de las familias hoy se destina a cubrir deudas con tarjetas, créditos personales, prendarios o hipotecarios, lo que marca un límite para la capacidad de consumo. Y este límite al consumo es a su vez un problema para la reactivación económica.

Cuando uno va a los países limítrofes se encuentra con que siempre se dice que Argentina tiene poca bancarización y poco endeuamiento, que no hay crédito hipotecario y que el financiamiento no existe en la Argentina, cosa que es absolutamente verdad. Uno podría decir que el endeudamiento de 135% sobre el salario no sería ningún problema en Chile o en Brasil, donde la tasa de interés que la persona paga es 6% por año. Ahora, si la tasa de interés que paga es 100% por año y la inflación es un tercio de eso, paga realmente 66% de tasa sobre dólar. Eso ya es imposible. El problema que nosotros tenemos es que el costo del capital en la Argentina es altísimo y endeudarse en la Argentina hoy es prohibitivo. No es que endeudarse esté mal, el tema es como siempre, cuándo y cómo.

Pero el endeudamiento no es solo un fenómeno financiero, sino también psicológico. La deuda organiza la vida, el tiempo, las decisiones. Vivir endeudado es vivir condicionado. El peso psicológico de la deuda es tan devastador como su peso económico. La deuda no se paga solo con dinero: se paga con salud, con tiempo, con proyectos que se postergan.

El concepto de deuda es tan viejo como la civilización misma. En la antigua Sumeria, entre el 6000 y el 3500 a.C., ya existían registros de obligaciones entre un deudor y su acreedor, mucho antes de que existiera la moneda. Era una forma primitiva de control y dependencia, una relación jerárquica que definía la vida social. Desde esa época se conoce que la deuda implica condicionamientos, ejerce un poder desde el que presta hacia el que adeuda. Limita la libertad.

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Hay una obra del genial William Shakespeare que explora justamente este hecho, y contrapone el derecho natural a la vida con los compromisos financieros. En “El mercader de Venecia”, Shakespeare cuenta la historia de Antonio, un mercader, y su amigo Bassanio, quien necesita dinero para cortejar a la rica heredera Porcia. Para ayudarlo, Antonio recurre a un préstamo del prestamista Shylock, quien accede bajo la condición de que, si el dinero no se devuelve a tiempo, pueda tomar una libra de la carne de Antonio como pago. Esta extraña y severa cláusula marca el conflicto central de la obra.

Bassanio logra casarse con Porcia, pero Antonio no puede saldar su deuda y Shylock exige cumplir el contrato, lo que implicaría la muerte de Antonio. ¿Porque cómo sería posible quitarle una libra de carne sin asesinarlo?

El enfrentamiento alcanza su clímax en un tribunal, donde Porcia, disfrazada de abogado, defiende a Antonio. Usando la letra estricta de la ley, señala que es correcto, según la ley, Shylock se lleve una libra de carne de Antonio, pero la ley no le permite derramar sangre, lo que deja al prestamista sin poder cobrar su venganza.

Al igual que Antonio en El mercader de Venecia, atrapado por un contrato que amenaza su vida, Argentina, según Donald Trump es “salvada” porque “lucha por su vida”. ¿Pero no será, como en la obra de Shakespeare el remedio peor que la enfermedad?

Los ciudadanos se encuentran condicionados por compromisos financieros que limitan su libertad y definen sus decisiones. La deuda, con sus refinanciaciones, intereses y obligaciones externas, funciona como la libra de carne de Shylock: una carga que debe cumplirse a cualquier costo, incluso si compromete el bienestar y el futuro de quienes la contraen. La experiencia contemporánea confirma que el endeudamiento perpetúa un ciclo de dependencia que afecta la autonomía de todos los actores involucrados.

Si no se corrige el rumbo económico y se mantienen las dinámicas de dependencia externa, tanto el país como sus ciudadanos seguirán atrapados en un ciclo interminable de pagos, refinanciaciones y condicionamientos. La experiencia histórica y contemporánea muestra que la deuda es mucho más que un problema financiero: es un factor estructural que limita la autonomía, perpetúa desigualdades y determina la capacidad de las futuras generaciones para decidir sobre su propio destino.

Producción de texto e imágenes: Facundo Maceira

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