El aumento sostenido de laboratorios dedicados a estudiar patógenos letales preocupa a la comunidad científica, dado el peligro potencial de un “escape” de virus tan dañinos como el Ébola. El proyecto de mapeo Global BioLabs reveló que las áreas urbanas de todo el mundo alojan a tres cuartas partes de los 51 laboratorios de bioseguridad de nivel 4, aquellas instalaciones de contención máxima, donde los empleados trabajan sobre agentes que suelen causar enfermedades graves y de transmisión rápida.
Los laboratorios de este tipo se duplicaron en la última década, crecimiento que se explica en buena medida por la reacción de Estados Unidos a los ataques con ántrax de 2001 y a la respuesta internacional al brote de SARS en 2003. Aunque la mayoría están en Europa y Norteamérica, el interés recae ahora en Asia, donde se construirán la mayoría de los 18 laboratorios de nivel 4 proyectados hasta ahora.
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Si se comprobara la hipótesis de que el coronavirus se originó en un laboratorio, la situación se volvería aún más inquietante, ya que muchos países carecen de políticas sólidas de monitoreo dentro de las instalaciones.
Argentina tiene dos laboratorios de nivel 4 en la provincia de Buenos Aires, cruciales para la seguridad de las políticas sanitarias, la respuesta ante emergencias y el desarrollo de vacunas. El de Contención Biológica del INTA, en Hurlingham, está preparado para trabajar con agentes exóticos con riesgo alto de producir infecciones letales y estudia colonias de murciélagos con potencial pandémico.
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El del Senasa, en Martínez, está equipado con una entrada de cierre hermético, salida con ducha, sistema de aire filtrado y claves con doble puerta. A fines de 2019, el Grupo Especial de Operaciones Federales de la Policía Federal habló con su personal para repasar hipótesis de atentados, como “la contaminación de la ciudad arrojando en el distribuidor de agua una cepa sustraída del laboratorio”. También a este lado del mundo, la prevención es mejor que la cura.
AO JL