Perfil
MODO FONTEVECCHIA
Elecciones 2025

La diferencia del voto entre hombres y mujeres jóvenes tiene causas económicas más que el feminismo

El comportamiento electoral de los nuevos votantes refleja más desigualdades económicas que diferencias de género. A nivel laboral, “hay una pérdida de hegemonía de los varones, que tienen más dificultades para insertarse en el mercado de trabajo”, señala el director de la edición Cono Sur de Le Monde Diplomatique.

José Natanson 20102025
El politólogo José Natanson. | Captura Web

El periodista y actual director de la edición Cono Sur de Le Monde Diplomatique, José Natanson, analiza cómo las desigualdades económicas y laborales influyen en el voto de los ciudadanos jóvenes. Según explicó en el programa Modo Fontevecchia, por Net TV, Radio Perfil (AM 1190), “las mujeres están avanzando y los varones no, incluso están retrocediendo en relación a sus padres”, lo que evidencia la brecha entre ambos géneros en los comicios electorales.

El periodista, politólogo y escritor argentino José Natanson es licenciado en Ciencia Política por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y autor de diversos libros centrados en el peronismo, la nueva izquierda y las transformaciones políticas en América Latina. Se desempeña como director de la edición Cono Sur de Le Monde Diplomatique, publicación reconocida por su mirada crítica y progresista. Además, aporta su análisis en medios como Página/12 y ElDiarioAR.

Apenas hace minutos, en un informe señalamos que en estas elecciones se suman 1.300.000 nuevos votantes, jóvenes que no participaron en la anterior. Es un salto importante: el promedio solía rondar los 800.000.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

En 2021 pasamos de 800.000 a 1.300.000 chicos y chicas de entre 16 y 17 años que votan por primera vez. Aunque el voto para ellos es optativo, casi dos tercios deciden participar. Y eso se vincula con una tendencia global: antes las diferencias electorales estaban marcadas por el nivel socioeconómico; luego, por la edad; hoy, por el género. En casi todo el mundo, las mujeres tienden a votar opciones progresistas y los hombres, alternativas más conservadoras.

Siempre existieron diferencias entre varones y mujeres, pero nunca fueron un factor tan determinante del voto. Antes, el peso lo tenía la familia o la clase social: se nacía peronista o antiperonista, con excepciones como los jóvenes de los 70, que abrazaron el peronismo revolucionario, algunos como forma de rebelión política, otros como rebeldía familiar.

Ese fenómeno lo analicé en su momento, cuando publiqué ¿Por qué los jóvenes están volviendo a la política?, en 2012, en pleno auge de La Cámpora y del regreso de la militancia juvenil al escenario kirchnerista. En aquel libro también observaba otros movimientos como las primaveras árabes y Occupy, porque todos mostraban algo común: una generación con altas probabilidades de vivir peor que sus padres.

Aquel cambio golpeó especialmente a los varones jóvenes. Mientras las mujeres avanzaron en la educación superior y en su inserción laboral, los hombres enfrentaron más dificultades. Por eso, la reacción de muchos no se explica solo por el debate de género o por una supuesta “guerra cultural”, sino por un trasfondo económico y laboral.

Hoy los varones jóvenes perdieron peso en el mundo del trabajo y en su rol tradicional como proveedores, algo que sus padres daban por sentado. Las mujeres avanzan; los hombres, en muchos casos, retroceden. Y ese desequilibrio, más que una cuestión ideológica, ayuda a entender buena parte del malestar masculino a las transformaciones sociales.

El vínculo entre lo económico y lo personal sigue presente. Si el hombre deja de ser proveedor, su posición social se ve afectada, incluso en lo afectivo. Estudios recientes muestran esa dificultad masculina para encontrar un lugar en la sociedad actual: perdió el rol de autoridad, enfrenta obstáculos para conectarse y redefinir su identidad.

Sin embargo, las mujeres todavía enfrentan desempleo y desigualdad, pero han logrado mejorar su situación promedio. Muchas sienten que progresan o que tienen la posibilidad de hacerlo, algo que no ocurre del mismo modo entre los hombres. Esa diferencia de percepción parece ser el origen de la fuerte brecha que hoy separa las preferencias políticas de varones y mujeres.

En la última edición, el título de tapa —Cuando el poder cruje— mostraba el rostro preocupado de Javier Milei

Sí, gesto universal de preocupación. Mirá, tengo una sensación ambivalente. Quiero que a este gobierno se le pongan límites, que deje de hacer muchas de las cosas que está haciendo: recortes, ajustes, todo eso que ya sabemos. Pero al mismo tiempo, cuando miro la historia argentina, veo que la debilidad política y el caos económico siempre fueron de la mano: el final de Alfonsín, de De la Rúa, de Macri, incluso el de Alberto Fernández.

Existe una especie de matrimonio entre la debilidad política y el desorden macroeconómico. Asimismo, quiero que el gobierno pierda las elecciones, pero sin que eso derive en una crisis. Porque cada vez que eso pasó, aumentó la pobreza, la desigualdad, la indigencia. Hubo represión y muertos. No quiero que eso vuelva a ocurrir.

¿Y cómo se resuelve esa contradicción?

No lo sé. Tal vez la respuesta sea que, en democracia, es bueno que los gobiernos terminen su mandato, pero con límites. Me refiero a límites presupuestarios, institucionales, consensos básicos entre los distintos sectores políticos. Por ejemplo, acordar una Corte Suprema que sea mínimamente decente, ni la que quiere Milei ni la que tenemos ahora.

Es lo que me gustaría que pase. Pero si me preguntás qué creo que va a pasar, pienso que el gobierno se va a debilitar más. Probablemente pierda las elecciones, y con una diferencia de diez puntos en la provincia de Buenos Aires ya estaría perdiendo a nivel nacional. Lo veo con mucha impericia política, con poca capacidad para generar los acuerdos mínimos que necesita para sostenerse. Hubo un momento en que le votaban las leyes, la Ley Bases, el RIGI… pero después fue rompiendo esos acuerdos. Se fue quedando solo. Y así, con ese aislamiento, es difícil sostener el poder.

Entonces, lo que estás diciendo es que el gobierno va a perder las elecciones legislativas nacionales y que, si pierde por diez puntos en Buenos Aires, ya no hay forma de compensarlo con los votos del interior.

Todos publicamos que las encuestas dicen que gana, aunque muchos pensamos que no. Hay una especie de disociación que aceptamos sin discutir demasiado. Y eso, en algún punto, muestra un problema. Si lo miramos desde lo epistemológico, todos tenemos conflictos de interés: los encuestadores le venden sus estudios al gobierno; los economistas dependen de las fuentes oficiales para proyectar; y los periodistas mantenemos esas fuentes para trabajar.

Cada dos años nos sorprende el resultado porque el termómetro con el que medimos está desajustado. Hay un sesgo que nos impide anticipar lo que va a pasar. En la última elección bonaerense, muchos pensábamos que Milei podía perder, pero nadie imaginó una diferencia de casi 14 puntos. Lo mismo pasó con Macri y Alberto Fernández.

Sí, y no pasa solo acá. Es algo global. Si el problema es epistemológico, también es universal. Lo vimos con Trump, en Francia, en España. Las herramientas que tenemos para medir el comportamiento electoral se están quedando cortas. Justo publicamos en El Dipló un texto con Antoni Gutiérrez-Rubí que se llama Anatomía del indeciso. Él explica que antes dos tercios del electorado llegaban a las urnas con su voto definido. Hoy, apenas la mitad lo hace. Y dentro del resto, muchos deciden su voto en la última semana, incluso en el cuarto oscuro.

Es una desconexión entre los instrumentos y la realidad. Creo que con el tiempo se van a desarrollar nuevos métodos, combinando datos cuantitativos con lecturas cualitativas. Es cuestión de tiempo y de interés en resolverlo, como cuando se busca una vacuna: cuando el incentivo es grande, la solución termina apareciendo.

Le Monde Diplomatique viene de Le Monde, el diario que Charles de Gaulle fundó después de la Segunda Guerra con la idea de tener su propio New York Times europeo. Francia siempre tuvo ese perfil antinorteamericano, aunque en el fondo lo suyo es más bien una competencia por la influencia cultural. Ahora, ¿qué pasaría en Francia si al presidente francés lo ayudara Trump? ¿Y qué consecuencias electorales podría tener eso en Argentina? Jaime Durán Barba insiste en que sería peor para el gobierno: si Trump lo ayuda, le resta votos.

Sí, estoy de acuerdo. En Francia sería inimaginable. Además, tiene una relación rara con Estados Unidos. Al mismo tiempo, es el único país con el que aceptan compararse culturalmente porque dice: “No me voy a comparar con Inglaterra, no es un país serio”, o con Alemania, tampoco. Solo aceptan compararse a nivel cultural, por eso hacen tanto esfuerzo en sostener algo que en realidad es una batalla perdida: la vigencia del idioma francés como lengua universal.

Yo coincido con el analista político Jaime Durán Barba por dos motivos. Primero, hay un sentimiento antinorteamericano fuerte en la sociedad argentina. No sé cuánto incide eso en el resultado electoral, pero la sensación de debilidad política que dejó el pedido de auxilio de Milei a Estados Unidos sí puede afectar el voto. Un gobierno que se construyó sobre la base de decir: “Nosotros somos los más fuertes, no necesitamos de nadie, podemos maltratar a todo el mundo, alejarnos de aliados y usar un estilo violento de comunicación. Nos bastamos a nosotros mismos porque logramos domar la inflación…” Incluso las palabras que usan —“domar”, “domesticar”— vienen del campo, de vacas, caballos, en fin.

Tal vez un gobierno que hubiera planteado su construcción política como minoría, articulando con otros sectores y actores, no lo sufriría de la misma manera. En este caso, sí.

Cada época viene con su propio glosario. ¿Qué te parece el uso idiomático que hace La Libertad Avanza (LLA) y Milei, con expresiones como “van a salir dólares de las orejas”, “la canga”, “la de los orificios”… y hasta el erotismo de los orificios? Además de los mandriles, pareciera haber —diría un psicólogo— “una fijación orificial”.

No me gusta, me cuesta analizarlo con frialdad porque la procacidad extrema y la violencia del lenguaje no me resultan cómodas. Pero sintoniza con algo contemporáneo, con lo que se vive hoy. Milei no inventó un lenguaje; tomó formas que ya circulan en redes, en la economía y en la calle. Tiene mucho que ver con la intersección entre mercado y apuestas, entre trader y apostador online. Hay mucho de “domar”, de “rompimos no sé cuánto”.

Hasta hace algunos años, la interacción siempre era presencial, cara a cara, con el cuerpo en juego. Cuando la mayoría de las interacciones dejó de ser presencial, la inhibición que genera el cuerpo desapareció.

Semana decisiva para el gobierno de Javier Milei

Sí, efectivamente. Cayó un freno inhibitorio fuerte porque en la red —y muchas veces la no presencialidad implica anonimato— no hay costo. La digitalidad permite decir cosas y usar un nivel de violencia y obscenidad que la presencialidad no permitiría. Cara a cara, uno no diría ciertas cosas. Yo mismo estuve por decir “le rompieron el…” y me contuve porque estoy frente a vos. Solo en mi casa, tal vez lo podría decir. El cuerpo impone límites también.

MV