Cuando estaba en la cúspide de su imperio, Pablo Escobar gastó dos millones de dólares en construir un zoo con 1900 especies exóticas en su mítica Hacienda Nápoles, centro de operaciones del cartel de Medellín en el departamento colombiano de Antioquía.
Treinta años después de su muerte, cuatro de aquellos animales -tres hembras y un macho de hipopótamo- ponen en jaque a la biodiversidad de la cuenca del Río Magdalena, que ocupa el 24% del territorio nacional.
Narcoanimales, el insólito legado de Pablo Escobar en Colombia
Después de que los mamíferos escaparan de la hacienda, sus descendientes se establecieron en la cuenca. Sin depredadores como leones y hienas, ni sequías que los mantuvieran a raya, se reprodujeron tan rápido que hoy forman la mayor población fuera de África.
La situación está llena de contradicciones. Cuando las fuerzas de seguridad mataron a un macho agresivo en 2009, la foto de los soldados posando con el cadáver causó una ola de indignación nacional. Y mientras algunas comunidades lucran con el turismo que generan los hipopótamos, otras, sobre todo de pescadores, viven atemorizadas por las bestias capaces de arrancarle el brazo a una persona.
Más allá de los ataques y accidentes viales registrados en los últimos tres años, el daño a los ecosistemas es múltiple. A medida que movilizan sus enormes cuerpos por los ríos, los mamíferos de hasta tres toneladas erosionan las riberas y cavan surcos de barro que fragmentan la selva. También se intensifica la competencia con manatíes, carpinchos y lobitos de río, indefensos ante la visita inesperada.
Los "hipopótamos de la cocaína" de Pablo Escobar, una especie que crece descontroladamente
Ahora, un artículo de la revista Nature revela que la cantidad de ejemplares es todavía mayor a los 98 que se pensaban. Un censo encargado por el propio gobierno reveló que hay hasta 215 animales, el 37% de ellos juveniles, lo que sugiere que se están reproduciendo rápidamente.
Ante este panorama, las soluciones que se barajan son múltiples y contradictorias. Sacrificarlos frenaría la pérdida de flora y fauna nativas, aunque supone un dilema ético y un interrogante sobre el costo total. Castrarlos implicaría un proceso de medio siglo hasta la erradicación. Llevarlos a santuarios extranjeros, una inversión de 3,5 millones de dólares.
La opción más excéntrica, pero aún sobre la mesa, es apelar a los anticonceptivos. En este caso, los investigadores tomarían sus recaudos: usarían dardos lanzados a la distancia, para abandonar la escena con rapidez y eludir la furia de las criaturas invasoras.
MVB JL