OPINIóN
Hace 205 años

El 9 de julio de 1816, la declaración de la independencia y los debates en el Congreso de Tucumán

La independencia era un objetivo fundamental, pero no lo era todo, y la forma de gobierno que la acompañaba no gozaba de la misma adhesión. Las opiniones en torno a ella estaban claramente divididas entre republicanos y monárquicos.

La grieta de la independencia
Independencia y grieta | Cedoc

Cuando se reunió el Congreso General Constituyente en San Miguel de Tucumán el 24 de mayo de 1816 las provincias del Río de la Plata estaban sumergidas en una profunda crisis como consecuencia del papel hegemónico asumido por Buenos Aires desde la Revolución de Mayo, papel resistido por las provincias y principalmente por Artigas.

Por si fuera poco la guerra civil, el frente externo no presentaba mejores perspectivas, al contrario, la amenaza de un triunfo realista estaba cada vez más próxima. A vencer la desconfianza del interior hacia Buenos Aires respondió la reunión del Congreso en Tucumán y no en Buenos Aires, y a conjurar el peligro de una invasión española por tierra y por mar tendió la diplomacia del Directorio, para cuyo ejercicio el Congreso eligió a Juan Martín de Pueyrredón.

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En medio del caos que reinaba, por el desorden interior y la desconfianza que inspiraba el gobierno directorial, inclinado más a deshacerse de Artigas que a conservar la integridad del territorio de la Banda Oriental, la solución que se buscó fue organizar el país para mostrarlo civilizado a los ojos de las potencias europeas, y a ese fin declarar la independencia y dictar la Constitución.

 

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La declaración de la independencia, verificada el 9 de julio, contaba con una adhesión casi unánime. La independencia era un objetivo fundamental, pero no lo era todo, y la forma de gobierno, que la acompañaba, no gozaba de la misma adhesión. Las opiniones en torno a ella estaban claramente divididas entre republicanos y monárquicos, éstos con número creciente de partidarios, sobre todo –sin que haya sido el único motivo- desde que Manuel Belgrano, recién llegado de Europa y presente en Tucumán para asumir la jefatura del ejército del norte, expuso cuáles eran las ideas predominantes en el Viejo Mundo después de la Revolución Francesa y con motivo de la restauración de las monarquías tradicionales. Como es éste un tema no tan conocido como el anterior me detendré en él.

La grieta de la Independencia

En una sesión secreta del Congreso, Belgrano reveló a los diputados cuánto habían cambiado en el último tiempo las ideas políticas. “[…] había acaecido una mutación completa de ideas en la Europa en lo respectivo a forma de gobierno;  que como el espíritu general de las naciones en años anteriores era republicarlo todo, en el día se trataba de monarquizarlo; que la nación inglesa con el grandor y majestad a que se había elevado, no por sus armas y riquezas, sino por una constitución de monarquía temperada, había estimulado las demás a seguir su ejemplo; que la Francia la había adoptado; que el rey de Prusia por sí mismo, y estando en el goce de un poder despótico, había hecho una revolución en su reino y sujetádose a bases constitucionales, iguales a las de la nación inglesa, y que esto mismo habían practicado otras naciones”.

Sin decidirse por ninguna forma de gobierno en particular, dejando la puerta abierta para ambas, un párrafo del Acta de la declaración de la Independencia decidió “quedar en consecuencia de hecho y de derecho con amplio y pleno poder para darse las formas que exija la justicia e impere el cúmulo de sus actuales circunstancias”.

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A los pocos días de la declaración de la independencia, el diputado por Catamarca Manuel Antonio Acevedo abrió el debate sosteniendo la forma “monárquica temperada en la dinastía de los Incas y sus legítimos sucesores, designándose desde que las circunstancias lo permitiesen para sede del gobierno la misma ciudad del Cuzco”.

Belgrano y quienes compartían su pensamiento aspiraban a la permanencia de un orden político tradicional dentro de un marco ideológico nuevo. La monarquía, por su carácter vigoroso y centralizador, era una garantía de orden ante el desorden reinante. La guerra amenazaba arrasar las estructuras económicas y sociales del período hispánico. Además, hasta hacía poco tiempo la población había vivido pacíficamente con esa forma de gobierno.

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Fray Justo Santa María de Oro expuso en el Congreso que para declarar la forma de gobierno era preciso consultar previamente a los pueblos, y que en caso de disponerse sin ese requisito se le permitiera retirarse. Oro no se manifestó a favor o contra de ninguna de las dos opciones. Sólo reclamó que se consultase a los pueblos. Distinta fue la posición del diputado por la ciudad de La Plata, Alto Perú, Jaime Zudañes, quien sí hizo profesión de fe republicana al declarar el proyecto de monarquía en cabeza del Duque de Luca “degradante y perjudicial a la felicidad nacional”. No estaba en sus facultades “contrariar a la voluntad expresa de su Provincia por el gobierno republicano, manifestada en las Instrucciones a sus diputados para la Asamblea General Constituyente; ni variar en su principio fundamental la constitución del Estado”. En la práctica, el proyecto monárquico se mantuvo vigente unos años más pero cada vez más débil hasta su extinción.

 

 

* Abelardo Levaggi. Historiador del Derecho. Profesor titular emérito del seminario Metodología de la Tesis del Doctorado en Historia de la USAL.