OPINIóN
OPINION - El dolor en Nápoles

Adiós juventud

Diego Maradona Napoli
Diego Maradona Napoli | Captura

Se fue con el corazón despedazado, luego de haber detenido el latido de millones de otros corazones con sus movimientos, suspendidos en el aire, flotando, como sólo pueden hacerlo súper héroe. Porque nosotros esperábamos el domingo sabiendo que, en cierto momento, nuestro corazón se detendría, hambrientos como estábamos de belleza y de redención.

Yo tenía dieciseis años cuando, en una calurosa jornada del verano, este muchacho de Villa Fiorito apareció por la boca del túnel del San Paolo con sus rulos al viento, un rey sin corona, amado por la multitud aun antes de tocar la primera pelota. Desde ese momento el corazón de Nápoles comenzó a batir al ritmo de su danza sobre el césped.

No hay ni un solo napolitano que hoy no esté llorando. Pero esta vez las lágrimas no serán las de alegría, las de sus goles increíbles, las de los títulos, las de las copas Italia y la Uefa. Hoy las lágrimas son las del adiós a la propia juventud, a la felicidad gritada a coro, desde las gradas de un estadio o apoyados sobre una camioneta en una calle, con el orgullo de haber ganado el primer scudetto, que dejaba atrás relatos de eternas derrotas e imposibles victorias. Es una mutilación.

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Lo hemos amado como se puede amar sólo de muchachos, sin condiciones, con la alegría de quien ve en un chico de la villa miseria a uno de los barrios españoles, los más pobres de Nápoles. El signo de una rebelión y de un destino ya escrito, el defensor de los de abajo que irritaba a los poderosos.

No había distinciones entre sus enamorados, desde los barrios bajos del casco histórico hasta las lujosas mansiones de Posillipo. La adoración por ese muchacho irregular, rebelde y genial, era un abrazo, era el sentido de pertenencia a una patria de la que él se había convertido en bandera.

Nápoles ha amado a Diego tanto como su tierra natal. Maradona devolvió este amor con tanta fuerza que aún sentimos el calor.

No lo olvidaremos, se lo contaremos a nuestros hijos y a nuestros nietos. El (o Isso, en napolitano, porque ni siquiera teníamos necesidad de nombrarlo, sino sólo llamarlo “él”) permanecerá en nuestra ciudad sin necesidad de monumentos o de solemnidades de las que se habría burlado como lo hacía de sus innumerables adversarios. Pero sí seguirá en el aire de mi ciudad cada vez que un chico feliz agarre una pelota y juegue, ya sea en un callejón o frente a la elegante Galleria Umberto.

 

*Diputado italiano por Nápoles. Pertenece al partido Italia Viva.