El aislamiento social que impuso la cuarentena por el Covid-19 nos ha obligado a reflexionar sobre la naturaleza de nuestros vínculos. Y nos ha hecho abrazar, nuevamente, la certeza de que nuestras vidas pueden cambiar en apenas un momento. Debemos, en estos tiempos extraños, ser más conscientes que nunca de nuestra finitud, de que si es que somos sólo tiempo, ese reloj corre rápido. De allí que debemos abandonar la idea de que tenemos tiempo, o, como cantaba Louis Armstrong, que “tenemos todo el tiempo del mundo”, pues sabemos ya que no da lo mismo hacer algo hoy o mañana , decir algo hoy o no decirlo.
Como consecuencia de las restricciones y el confinamiento sanitario, la sociedad ha caído en la cuenta de la importancia de los lazos vitales en el aquí y ahora, de las relaciones interpersonales, para nuestra existencia. Somos conscientes, finalmente, del sencillo razonamiento que ha llevado siglos de pensamiento: el vínculo con el otro es lo que nos hace humanos. Es tan simple de comprender como el hecho de que un abrazo con nuestros seres queridos, aquello que parecía tan al alcance de la mano, ahora parece lejano y distante.
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De allí, las preguntas que sobrevienen constantemente por estos días: ¿Qué pasa con nuestras relaciones fundamentales en estos momentos críticos? ¿Es posible que las valoremos más ahora que el contacto está restringido? Y, lo más importante, quizás sea… ¿Será esta una oportunidad para darles a los vínculos esenciales el lugar que merecen en el aquí y el ahora?
En mi nueva novela, “Vivir se Escribe en Presente”, he puesto la mirada sobre las relaciones interpersonales porque creo que en los lazos, en las relaciones afectivas de todos los ordenes, es donde se construye la existencia, el transcurrir, y quizás, la temporalidad de la vida.
La importancia de nuestras relaciones en cuarentena
Y me pregunto este tipo de cuestiones... por ejemplo cuando algunos de los personajes de mi novela, como Fernando, Alexia, Ron, Michael y Vicky, entre varios otros, ponen de manifiesto el valor de los afectos y del encuentro con el otro, en una suerte de contracara de la era de la alienación, donde las exigencias urbanas y la omnipresencia de la tecnología lo invaden todo.
Los disparadores para ese tipo de indagaciones pueden ser distintos, pero el fondo de la cuestión es el mismo: solos, no podemos. Solos, no queremos. Solos, no seremos.
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Suelo decir que “Vivir se escribe en presente” es un viaje hacia la esencia del hombre. Y qué es la esencia del hombre sino una historia de vínculos, del amor, de la búsqueda del sentido de la vida y de nuestro lugar en el mundo. Aunque en realidad considero que el principal protagonista es el tiempo, siempre presente en nuestra vida. El tiempo nos obliga a tomar decisiones, cada una con una diferente sucesión de consecuencias. También cobran cierto protagonismo las relaciones entre padres e hijos, relaciones cuyos conflictos aún permanecen irresueltos desde los albores de la civilización.
¿Nos dejará alguna enseñanza esta situación dramática en cuanto a lo que es importante en la vida? No podemos menos que ser optimistas, y esperar que así sea. Debemos tomar consciencia de que la esperanza de un futuro mejor anida siempre en el presente, y que los lazos vitales son los que nos permiten construir nuestro porvenir.
* Columna del escritor Alejandro Roemmers con motivo del lanzamiento de su nueva novela, “Vivir se escribe en Presente”, publicada por Editorial El Ateneo