OPINIóN
El poder de las palabras

Arturo Pérez Reverte, ¿en qué quedamos: periodistas sí, libros no?

En un reportaje concedido a "Noticias", el escritor reclama que "los periodistas y los grandes periódicos" sean los intermediarios entre los hechos y su interpretación, pero se contradice. Es hora de acabar con ese equívoco de que “una imagen vale por mil palabras”

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El lunes 15 de mayo de 2023, el diario Perfil subió a su página web un reportaje de su revista Noticias al escritor Arturo Pérez Reverte, con motivo de la venida de éste al país para la presentación de su libro Revolución (la mexicana) en la última edición de la Feria del Libro de Buenos Aires. 

Lúcido como de costumbre y con puntos de vista siempre atendibles, el escritor español incurre, sin embargo, en una flagrante contradicción cuando, a la pregunta postrera de la periodista sobre el futuro de los libros, responde con un panorama desolador de aquí a treinta o cuarenta años, pronóstico que horrorizaría al mismísimo Bradbury y sobresaltaría en su cuartel de inmortalidad al bombero Guy Montag, protagonista de Fahrenheit 451, la célebre novela publicada en 1953.

Las apreciaciones de Pérez Reverte en el reportaje realizado para Noticias por Gabriela Picasso marchaban perfectamente bien y no se podía sino estar en sintonía con ellas, sobre todo cuando se refiere a nuestra Feria del Libro.

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Arturo Pérez Reverte, creador de la saga de El capitán Alatriste.

"Hacía cinco años que no venía. Esta Feria me hace sentir envidia, porque en España no hay nada igual. La de España es una feria de libreros, mientras que aquí es un acto cultural nacional. Hay colegios, chicos, gente que paga por entrar...¡y no es barato! Me conmueve cómo, a pesar de todo, la Argentina que yo amo todavía sigue viva en esas cosas", comentó Pérez Reverte.

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Y segundo, pero no secundario, cuando se refiere a la Guerra de Malvinas, dijo: "Tengo imágenes imborrables que todavía me emocionan, como ver a los aviones Skyhawks pasar rasantes sobre el agua, por entre la flota británica que les tiraba con todo; hasta los ingleses los aplaudían», frasea donde su pulso como el corresponsal de guerra que durante añares fue vibra intacto, refrendada en su reflexión insoslayable: «De esa guerra me quedó un sabor amargo porque no se entiende cómo ustedes han mezclado a esos héroes con una Junta militar compuesta por asesinos y psicópatas borrachos”, opinó.

“Por qué no honrar la memoria de tantos chicos, que sin ninguna obligación y con armas oxidadas y botas húmedas, lucharon lo mejor que pudieron. Qué tienen que ver esos héroes con Galtieri o con la ESMA. Mi gran reproche a la Argentina es que no ha sabido distinguir, no pudo tener una memoria selectiva. Fue una gran injusticia y eso es terrible”, agregó.

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Aunque algo, si no semejante asociable, haya ocurrido también durante interminables años en las entrañas y la fachada de la España franquista.

 

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La contradicción de Pérez Reverte consigo mismo, si se admite esta percepción, ocurre cuando la periodista lo confronta con la cobertura informativa de las guerras actuales en comparación con las guerras pretéritas. 

Pérez Reverte afirma algo concreto y real: "Todas las guerras son iguales, pero es verdad que la tecnología las cambió. El peligro de esta nueva guerra es que tanta imagen, tanto video, la deshumaniza. La aleja más que la acerca. Además, a la guerra ya no la cubren periodistas. Nosotros éramos una especie de eslabón que conectaba al desgraciado que estaba allí, con el mundo al que mostraba el horror. Ya los periodistas no están, porque es caro. Ese testigo cualificado ha desaparecido. Ahora es como un videojuego. Y todo es manipulable, nada es fiable Por eso los grandes periódicos hacen falta. Puedes o no estar de acuerdo con la gente que los hace, pero son una garantía de credibilidad. Hay una degradación que no tiene vuelta atrás. A mí, a la edad que tengo, ya me da lo mismo. Voy a cumplir 72". 

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O sea, Pérez Reverte reclama que "los periodistas y los grandes periódicos" deben estar, ser los intermediarios, el eslabón, el puente entre los hechos y su interpretación, se compadezca con la de uno o no se compadezca, pero que se la sienta en carne viva, y uno vuelve a estar de acuerdo con él. 

Sin embargo, en la última pregunta, cuando la periodista le inquiere sobre el futuro de los libros, Pérez Reverte recula: "Me da igual", dice, para detallar: "En la biblioteca del futuro, no va a haber libros. A los libros les quedan 30 o 40 años. Hasta yo mismo claudico. Antes leía todas las noches antes de irme a dormir, ahora veo una serie de televisión. Ya está, ya fue, vivamos el presente», concluye y se arrebuja bajo las frazadas de ese conformismo.

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Pero cómo, se pregunta el lector que venía escuchándolo con dedicación, ¿no era que se necesitaban los periodistas y los grandes periódicos para franquear ese abismo? Y entonces, ¿cómo no se necesitarán los libros y los escritores para franquear los otros abismos de la realidad, incluido ése? ¿A qué parte de Pérez Reverte creerle? 

O, para decirlo a la manera en que lo diría su capitán Alatriste, ¿el espadachín es él mismo contra él? Él dice: "A mí, a la edad que tengo, ya me da lo mismo". Él dice: "Voy a cumplir 72". Él dice: "Hasta yo mismo claudico". ¿No será que el inconsciente lo traiciona y le hace lamentar que él también morirá y no podrá escribir más libros? 

¿No podrá volver a ser el intermediario, el nexo, el testigo rotundo que recoge la visión dantesca de los Skyhawks volando a ras del mar entre los cañonazos de la flota inglesa? ¿Será que no pensó que es demasiado elemental, pero sobre todo insuficiente, ver el filme de Peter Weir con Robin Williams, que aquí se tituló La sociedad de los poetas muertos, para entender qué nos quería decir el poeta latino Quinto Horacio Flaco cuando nos dijo todo lo que nos dijo? 

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¿No será imprescindible siempre el libro que escribieron, escriben y escribirán los grandes y pequeños escritores, eso que Ray Bradbury nos vino a suplicar tantos siglos después? 

El lenguaje estructura el pensamiento. Es hora de acabar con ese equívoco de que una imagen vale por mil palabras. Es una palabra, cualquier palabra, la que vale por todas las imágenes. ¿O la mayor palabra que se inventó, esa que inventó a Dios, no resulta la prueba irrefutable?

* poeta y escritor