OPINIóN
Jornada caliente

Así empezó el Cabildo Abierto del 22 de Mayo de 1810

Los cabecillas iban y venían de la Sala Capitular para arengar a los sediciosos que esperaban la orden de invadir el recinto; el secretario llamaba a la cordura, el síndico Julián Leiva negociaba... ¿Había campanas? ¿Por qué se usaron cintas blancas? Así arrancó una semana en la que se jugaba todo.

Los mitos y verdades del 25 de Mayo de 1810
Los mitos y verdades del 25 de Mayo de 1810. | Cedoc

Recuerda Tomás Guido: “Amaneció por fin el 22 de mayo de 1810 y la campana del Cabildo y una citación especial a vecinos notables convocaban al pueblo para resolver sobre su suerte... La multitud atraída más bien por la curiosidad, que por la tendencia a innovaciones que no comprendía, servía grandemente a los agentes revolucionarios”. 

En realidad, el Cabildo, en esa época, carecía de campana, por habérsela quitado el ex Virrey Liniers, para evitar que fuera usada como mecanismo de convocatoria a los opositores, que habían intentado deponerlo, durante la asonada del 1° de Enero de 1809. 

Por eso, las campanas que dice haber escuchado Guido, deben haber sido las de las iglesias, que se mandaron tocar, para convocar al vecindario al Cabildo Abierto del 22 de Mayo. Atraídos por su redoble, se congregó también gran cantidad de curiosos.

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Alrededor de las 9 hs los cabildantes se sentaron en los lugares privilegiados, en la planta alta del Cabildo. Se había colocado un dosel, con una mesa para las autoridades, en el extremo Norte de un extenso salón, del cual hoy sólo se conserva un reducido recinto (la actual Sala Capitular). Desde allí, hacia el Sur, se habían colocado bancos, escaños y sillas que se consiguieron prestadas para sentar a los participantes.

Así se vivía en 1810

Afuera, una multitud se agolpaba en las puertas del Cabildo, un gentío se aglomeraba en la plaza, mientras que los cabecillas del tumulto subían y bajaban de la Sala Capitular, dirigían con señas los movimientos y gritos de la gente; y estaban atentos a, eventualmente, invadir el recinto, a la primera señal.

Minutos después, el escribano del Cabildo abrió la sesión. Leyó en tono solemne, aburrido e inexpresivo una consigna, llamando a la tranquilidad y a la sensatez; incitando a los asistentes a mantenerse fieles a Fernando VII: “sois un pueblo sabio, noble, dócil y generoso. Vuestro principal objeto debe ser precaver toda desconfianza entre el súbdito y el magistrado... Evitad toda innovación o mudanza, pues generalmente son peligrosas y expuestas a división”.

Nadie pudo saber jamás, a punto fijo, si el doctor Leiva había sido amigo o enemigo de la Revolución de Mayo y de la independencia"

Cuando terminó la lectura, un tenso silencio invadió la asamblea. Lo rompió un griterío que resonó desde afuera: “¡Abajo Cisneros!”.

Los patriotas presentes atribuyeron ese discurso al Síndico Procurador del Cabildo: Julián Leiva; el verdadero poder detrás de esa corporación. Él había convencido a Baltasar Hidalgo de Cisneros de acceder a convocar el Cabildo Abierto; y entendieron que, a cambio, se había comprometido a mantener al virrey en el poder. Revela Vicente Fidel López que “nadie pudo saber jamás, a punto fijo, si el doctor Leiva había sido amigo o enemigo de la Revolución de Mayo y de la independencia;… aunque quedó separado de los negocios, gozó hasta su muerte de una general consideración, debida a la sensatez de su carácter y a la suma habilidad con que juzgaba de los hombres y de los sucesos”

Mariano Moreno conocía bien a Leiva. Eran colegas (abogados ambos, aunque Mariano era más joven). Habían trabajado juntos en el Cabildo. Pero le guardaba gran desconfianza. El poco diplomático y brutalmente directo Mariano no simpatizaba con las prácticas contemporizadoras y la habitual navegación entre dos aguas, en que siempre se movía cómodamente el síndico procurador.

Cuenta Cornelio Saavedra: “Las tropas estaban acuarteladas, con el objeto de acudir a donde la necesidad lo demandase”. Mientras tanto, en la plaza, narra Juan Manuel Beruti que los criollos lucían cintas blancas, “señal de la unión que reinaba, y en el sombrero una escarapela encarnada y un ramo de olivo por penacho”. El blanco era el color de los Borbones, “y significaban la unión entre los españoles americanos y europeos”; reclamando igualdad de trato y acceso al Gobierno, sin romper con el Rey.

Cómo terminó la Revolución de Mayo de 1810

En el recinto, el más llamativo de los asistentes era el Obispo Benito Lué. Escribe magistralmente Vicente Fidel López: “conociendo el genio impetuoso y procaz del obispo Lúe, los partidarios del virrey se figuraron que era el hombre más adecuado para romper el debate, y el que, por su doble autoridad de prelado y de orador, podía ejercer mayor imperio en la reunión para hacer retroceder a los sediciosos, que pretendían volcar los asientos seculares de la monarquía. Ya fuese para hacerse imponente, ya para desahogar su furia con toda impunidad, el obispo había tomado asiento con anticipación, vestido con un lujo eclesiástico excepcional. Llevaba todas las cadenas y las cruces de su rango; riquísimos escapularios de oro, y cuatro familiares, de pie detrás de él, tenían la mitra el uno, un magnífico misal el otro, las leyes de Indias y otros volúmenes, con que se había preparado a hundir a sus adversarios”.

Efectivamente, así ataviado, el prelado pidió la palabra. De este modo arrancaba el debate, en una de las jornadas más memorables de la historia argentina.
 

* Abogado, Ingeniero, Profesor Universitario, Director Centro de Investigaciones Fundación Federalismo y Libertad