Iniciando la tercera década del siglo asistimos a un mundo convulsionado, azuzado por un enemigo invisible, letal y que atraviesa fronteras. Aún no apreciamos en su justa dimensión que quizás estamos asistiendo a las convulsiones finales de una era poco estructurada, impredecible e inestable en lo político, psicosocial, económico y también militar.
La poca presencia de auténticos liderazgos, potencia lo expresado y, salvo contadas excepciones, incide en que los sistemas políticos sean criticados; los económicos y financieros colapsen; pequeñas, medianas y grandes empresas desaparezcan; exista inquietud en la distribución de bienes y servicios; se consuman los recursos naturales sin ningún modelo sostenible y se esté siempre ante la posibilidad de un colapso o de una anarquía de proporciones. Nuestro país no es ajeno a todo ello.
Una década atrás, en 2010, leí conceptos sobre nuestro país que me conmovieron y quiero compartirlos: “Son muchas las barreras que en lo cotidiano impiden el diálogo: la desinformación, el chisme, el prejuicio, la difamación, la calumnia, y traban el diálogo y el encuentro”. “El hombre perdió el respeto a la naturaleza, entonces surgen los problemas ecológicos y el calentamiento global que son las nuevas formas de incultura”. “Matar en nombre de Dios es una blasfemia, es ideologizar la experiencia religiosa”.
El papa Francisco aseguró que no tiene previsto volver a la Argentina
“Los dirigentes solo administran, los verdaderos líderes se manejan con valores”. “También existe, a veces, una tendencia en la dimensión religiosa de pagar la protección divina, comprar a Dios, o mejor dicho, pretender coimearlo”. “El peligro es enamorarse del sendero y perder de vista la meta, otro el de mirar la meta y no hacer nada en el camino”.
“Los totalitarismos tienden a copar la educación para llevar agua a su propio molino”. “Tenemos idiosincrasia coimera”. “Nada exime al hombre de la obligación de luchar por los derechos personales, sociales, éticos, de la patria, de la humanidad”. “La globalización que uniforma es esencialmente imperialista e instrumentalmente liberal, pero no es humana, es una manera de esclavizar a los pueblos”. “Al grupo nacionalista de las Fuerzas Armadas no le importaron los habitantes civiles de la Plaza de Mayo (en 1955), y mandó sus aviones que tenían la increíble leyenda ´Cristo Vence”.
”La concordia de las personas, de los pueblos, se hace buscando caminos”. Estos preclaros y visionarios conceptos sobre nuestras últimas siete décadas fueron vertidos por el entonces Cardenal Jorge M. Bergoglio (Bergoglio J. y Skorka A. Sobre el cielo y la tierra, Ed. Sudamericana, 2010).
Descarnado, visionario y realista análisis ¿lo percibió así nuestra dirigencia política? Actualmente y con frecuencia asistimos a debates que parecen estar dominados por la ignorancia, la agresividad, el insulto, el rencor y aún también por el odio que, marginando el respetuoso diálogo y el enriquecedor disenso parten de la negación o desfiguración de la realidad. Ello nos conduce a una pregunta ¿qué es liderar? No es comandar, ni mandar, ni actuar como mánager o como un caudillo.
"La pandemia nos hizo entender que nadie se salva solo", dijo Francisco en Irak
Quien comanda lo hace respaldado por normas legales y disciplinarias, no vacila en inspirar temor y siempre encontrará motivos para no responder por sus fracasos y endilgarlos a otros. Mandar, por el contrario, es ejercer una autoridad moral más que el poder, con la finalidad de imponer una decisión enmarcada en las leyes de la Nación, sin recurrir al respaldo de medios coercitivos. Liderar, no es otra cosa que el ejercicio de un mando superlativo basado en su profesionalidad, su ascendiente, su prestigio, su conducta ética y su ejemplo personal.
El verdadero líder es consciente de que una decisión no puede ser delegada en el conjunto, pues se disuelve al no poder concretarse y, en ese sentido, parecería que quien tiene la obligación de conducir intenta excusarse de intervenir en hechos que ineludiblemente reclaman su participación, no asuma su responsabilidad o, peor aún, la traslade a sus subordinados.
Nuestra historia tuvo muchos ejemplos de lo expresado, no es reiterativo nombrar a dos a los que le debemos nuestra libertad e independencia: San Martín y Belgrano. En el siglo pasado también los tuvimos pero sobran los dedos de una mano para nombrarlos, y faltan manos para nombrar a los pseudos líderes, verdaderos “coglioni” vernáculos; éstos últimos olvidaron que el poder no es un dominio absoluto sino una tenencia en arriendo.
El líder del pasado sabía qué decir, el actual debe saber también qué y cómo preguntar; el que trate de saberlo todo y ser omnisciente estará condenado al fracaso. Debe ser integrador, capaz de apreciar más allá de las diferencias comprensibles y evidentes entre los poderes del Estado, los partidos políticos, las organizaciones, las instituciones y las distintas culturas y religiones.
El Papa Francisco es el jefe del Estado del Vaticano, el más chico del mundo, y lidera una grey de más de 1.200 millones de fieles, es respetado y reconocido en todo el orbe.
Debe rodearse de sólidos y realistas asesores. El líder debe optar por asesores diligentes imbuidos del rigor estratégico y táctico en lugar de intuiciones, que conozcan la historia y el teclado que se deberá tocar para influenciarla. Los verdaderos líderes fueron y serán conocidos y valorados menos por lo que dicen y más por lo que hacen y por su ejemplo personal.
No puedo finalizar sin responder y responderme la siguiente pregunta ¿existe actualmente un líder argentino? Sí, pero desde el año 2013 está en Roma y en la historia de la humanidad será conocido como el Papa Francisco y quizás nunca regrese a nuestro país. Es el jefe del Estado del Vaticano, el más chico del mundo, y lidera una grey de más de 1.200 millones de fieles, es respetado y reconocido en todo el orbe. Pastor ejemplar que se caracteriza, en extrema síntesis, por brindarse al prójimo (Levítico 19-18 y Lucas 10-27/37), más que al próximo.
Con tristeza aprecio que no somos ajenos a que una vez más se cumpla la sentencia evangélica: “De cierto os digo, que ningún profeta es aceptado en su propia tierra” (Lucas 4-24). El Papa Francisco, como San Martín, Belgrano y algunos más, sin proponérselo ejerce un liderazgo, rechaza la momentánea celebridad, las vanidades y las ambiciones del poder. Es un convencido de que puede y debe contribuir a conformar un futuro distinto.
(*)Ex Jefe del Ejército Argentino. Veterano de la Guerra de Malvinas y ex Embajador en Colombia y Costa Rica.