La mayoría de los equívocos, contradicciones e insuficiencias del kirchnerismo como gobierno, tanto de la Nación como de la provincia de Buenos Aires, tienden a tener una explicación y hasta se puede trazar una conexión lógica entre qué posibles causas políticas llevan a cuáles malos resultados de gestión.
Pero de las decisiones incomprensibles, que no son tantas, hay una que sobresale notoriamente. Es muy difícil entender a qué remite el mantenimiento en el cargo del ministro de Seguridad del principal distrito del país. Cuando tanto para el gobernador Kicillof, como su jefe administrativo, como para la vicepresidenta Cristina Fernández, como su jefa política, el tipo de actuación (o no actuación) de Sergio Berni al frente de la Policía provincial debe ser un problema recurrente. Sin contar que ya es un lugar común de las críticas, y los pedidos de renuncia, que el ministro opera más como un comentarista de lo que lamentablemente sucede o sucedió en materia de seguridad que como alguien que se encuentra efectivamente a cargo de la misma para casi el 40% de la población argentina.
La reciente muerte de César Regueiro, en el marco del desastroso operativo policial que transformó un partido de fútbol en una angustiante y dolorosa jornada para mucha gente de La Plata, con la posibilidad cierta de que todo podría haber terminado muchísimo peor, es otra penosa marca en la “foja de servicio” del responsable político de esa fuerza de seguridad.
Además, la liviandad de Berni para deslindar rápidamente las culpas en los manejos de la dirigencia del club local, que ya conocemos hasta el hartazgo con relación al mundo del fútbol, y en el desempeño personal de algunos de sus subordinados vuelve a dar vergüenza ajena y genera, otra vez, una enorme indignación.
Entre otras excusas que dio, sin sonrojarse dijo: “Yo no me considero responsable de lo que pasó. No estuve a cargo del operativo de seguridad. Para eso hay toda una cadena de mando”.
Intenta desentenderse del asunto cuando no puede ni debe. Porque la “cadena de mando” desde el punto de vista de la responsabilidad institucional lo incluye, no lo exime, ya que él es el que está finalmente al mando, conforme la configuración piramidal del Estado en tanto estructura jerárquica prototípica, y mucho más en las áreas de defensa o seguridad, que lleva ascendentemente la responsabilidad hasta el máximo “funcionario político” que tiene a su cargo la conducción de los “funcionarios profesionales” encargados de la ejecución operativa de las tareas inherentes a esas carteras. En este caso, encima, al tratarse de un operativo policial de connotaciones masivas, la competencia directa es de los oficiales de campo; pero la competencia político-institucional es del ministro, que debió supervisar previamente la planificación del operativo y luego su ejecución en tiempo real.
Pero si las premisas de orden weberiano al respecto del funcionamiento del Estado no forman parte de la observancia profesional del ministro, que no salva el escaso adiestramiento operacional que tuvo como médico militar (del que tanto le gusta alardear como si se tratara de un supercomando o algo por el estilo), tampoco parece haber incorporado ciertas máximas de conducción del mismísimo fundador del moviniento político, cuya pertenencia reivindica, que se aplican justo a la situación que llevó al desastre de La Plata. Perón, en su manual Conducción política (obra interseccional de lo político y lo militar), anota dentro de las cuatro principales misiones de quien conduce la de que existen ciertos encuadres tácticos que por razones de importancia e incidencia ulterior (es decir, estratégicas) deben ser directamente controlados por esa conducción, más allá de que estén delegados operacionalmente a sus respectivos comandantes de campo.
¿Dónde estaba el ministro de Seguridad al momento de que miles y miles de personas no sabían cómo escapar de la andanada de gases lacrimógenos que disparó sin cesar la Policía Bonaerense? No estaba. Pero cuando vio lo que estaba pasando, voló en helicóptero hasta el lugar y rápidamente se puso frente a las cámaras y micrófonos que venían dando cuenta del dantesco escenario en el que se había transformado aquel partido de fútbol. Solo faltaban sus habituales comentarios de ocasión.
*Politólogo y docente de la UBA.