OPINIóN
aniversario

Buenos Aires: una cuestión capital

Hoy se cumplen 140 años desde que Julio Argentino Roca logró quebrar la voluntad de los porteños, federalizar la ciudad, y proclamarla sede del gobierno nacional. Una tensión que permanece vigente.

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Marcas. El Obelisco registra el momento histórico. La ciudad en 1880 y Avellaneda y Roca, protagonistas. | cedoc

Hace 140 años, el 20 de septiembre de 1880, el presidente Nicolás Avellaneda convirtió a la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires en la Capital Federal. Los 203 km2 dejaron de ser parte de la provincia de Buenos Aires y se transformaron en la capital del país, una ambición que perseguían hacía tiempo las provincias y el poder nacional pero que, la historia nos muestra, fue un proceso largo y complejo. 

Posiblemente el episodio más original ocurrió en 1850, cuando Sarmiento propuso inventar una ciudad, que la llamó Argirópolis, con la intención de convertirla en Capital Federal. La imaginó en la isla Martín García, en medio del río que divide lo que hoy es Argentina de Uruguay.

Un problema. Esta idea de Sarmiento fue un intento de solucionar un problema que ya llevaba décadas. En 1813, poco tiempo después de la Revolución de Mayo, se realizó una Asamblea Constituyente a la que asistieron delegados de la Banda Oriental con instrucciones claras: el gobierno de las Provincias Unidas debía estar fuera de Buenos Aires. La Asamblea del año XIII no cumplió con el objetivo de sancionar una Constitución pero, desde aquel momento, la cuestión Capital se desplazó de la pregunta sobre dónde instalar la Capital Federal a una versión más reducida: ¿Debe Buenos Aires ser la Capital Federal?

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La primera respuesta afirmativa la dio Bernardino Rivadavia durante su presidencia, al enviar un proyecto de ley que proponía hacer a la ciudad de Buenos Aires la Capital del Estado. Si bien la ley se aprobó, nunca llegó a aplicarse porque el conflicto entre unitarios y federales estalló en rechazo a su gobierno.

Los años de Juan Manuel de Rosas mostraron una forma política centralizada en nombre del federalismo que, en la práctica, no implicó ningún cambio institucional. Sin embargo, luego de su caída, la Asamblea Constituyente de 1853 forzó una definición. En su artículo 3 dispuso que las autoridades del gobierno federal residen en la ciudad de Buenos Aires y que esta sería declarada Capital de la Confederación. 

Confederación. Las provincias pretendían que Buenos Aires cediera su monopolio de recursos económicos -principalmente el dinero del puerto y los impuestos- poniéndolos al servicio del interés general de la Nación. Ese proyecto no convenció a los porteños, que prefirieron no ser parte de la Confederación, no apoyar la nueva Constitución y gobernarse como una provincia separada. 

El presidente de la Confederación, Justo José de Urquiza, se vio obligado a trasladarse a Paraná y estableció ahí la capital de forma provisoria. En 1854 la provincia de Entre Ríos fue federalizada pero en 1858 logró recuperar su soberanía.

El proyecto de la Confederación sin Buenos Aires se mostró imposible. Se necesitaban las rentas aduaneras, lo que llevó a las batallas de Cepeda y de Pavón, la firma del pacto de San José de Flores y la reincorporación de Buenos Aires a la Confederación. 

Buenos Aires exigió, entre otras cosas, modificar el artículo 3 de la Constitución, para quitarle a su territorio la condición de Capital Federal que marcaba el texto. 

Los dirigentes de las provincias interiores pretendían esta federalización para nacionalizar sus ingresos pero, pese a haber perdido en el campo de batalla, los porteños pudieron resistirse.

En 1862 Mitre logró que el Congreso Nacional sancionara una ley que establecía que por tres años las autoridades nacionales residirían en la ciudad de Buenos Aires y esta se federalizaría. Sin embargo, la legislatura provincial se opuso y solo ofreció recibir a las autoridades nacionales en calidad de huéspedes.

Roca. Esta situación continuó hasta 1880. Roca, en aquel momento candidato a presidente, entendió que para que su gobierno fuera exitoso necesitaba, por un lado, redefinir la relación de Buenos Aires con las provincias y, por el otro, vencer a la dirigencia porteña. 

Carlos Tejedor, gobernador de Buenos Aires, se opuso al proyecto roquista, armó la guardia nacional bonaerense y se levantó en armas para defender los intereses provinciales. El resultado lo conocemos: Tejedor fue vencido, Roca logró la intervención de la legislatura de Buenos Aires y forzó mediante elecciones manipuladas la formación de un congreso provincial que votó la federalización de la ciudad de Buenos Aires. 

Así nació finalmente la Capital Federal, lo que significó una pérdida de capacidades políticas y económicas para el territorio. A partir de ese momento, el intendente fue elegido de forma directa por el presidente, el concejo deliberante pasó a ocuparse de cuestiones administrativas y los ingresos del puerto de Buenos Aires pasaron a ser nacionales.

Si bien fue un status que se mantuvo por más de cien años, nunca dejó de mostrarse conflictivo. Raúl Alfonsín quiso darle una solución trasladándola a Viedma y la reforma de la Constitución Nacional de 1994 decidió eliminar el distrito federal y crear la Ciudad Autónoma. Una nueva figura institucional que muestra que algunos problemas no desaparecen: ciudad “opulenta” en un país pobre, el poder central -esta vez en manos de un presidente porteño dominado por la vicepresidenta bonaerense- le quita parte de lo que tiene mientras que la mayoría de las provincias del interior saludan los acontecimientos.

*Doctora en historia, profesora de Pensamiento Político Argentino (UBA).