No siempre es benéfica la relación entre adversidad y oportunidad. Depende, básicamente, de los recursos con los que se cuenta para transitar la circunstancia. Recursos que pueden ser tecnológicos, económicos o institucionales, y también afectivos, cognitivos, expresivos o actitudinales. La calidad y variedad de recursos que una sociedad pone en acto cuando enfrenta una situación severamente problemática es un indicador muy relevante del grado de cuidado, vigor espiritual y amor por la vida que ha venido cultivando. En este sentido, la productividad social también se debe ponderar por la variedad y riqueza de recursos con que cada generación nutre a cada uno de los miembros de su posteridad inmediata.
En términos generales, la reacción de los argentinos frente a la terrible agresión del COVID-19 está mostrando aspectos que considero muy positivos. Sorprendentes, inclusive, si la comparamos con la manera deficitaria con que autoridades y usuarios se vienen comportando desde hace décadas respecto, por ejemplo, de la pandemia de siniestros viales. Nuestro respeto y amor por la salud propia, de los queridos más cercanos y del vecino desconocido se hace evidente en los buenos resultados parciales que se están obteniendo respecto del aplanamiento de la curva de contagios. Es un automensaje colectivo alentador: en una situación de crisis, buena parte de los miembros de la sociedad argentina está respondiendo con responsabilidad y cuidado, personal y recíproco. Tanto quienes desempeñan tareas esenciales como quienes hacemos nuestra parte quedándonos en casa.
Fin de la cuarentena, ¿estamos como el burro detrás de la zanahoria?
Pero resguardarse con prudencia es sólo un aspecto de la respuesta colectiva. El otro aspecto relevante, y casi decisivo, es aquello que generemos los que no tenemos responsabilidades directas en el desempeño de los -no tan bien llamados, a mi entender- servicios esenciales. Somos seres espirituales de cultura, y no sólo entidades biológicas con capacidad técnica y administrativa. Es obvio que el mantenimiento, dentro de lo posible, de la productividad económica en sentido amplio resulta indispensable. Pues bien, y este es mi punto, la persistencia de cada persona involucrada en la educación formal o en el cultivo de una disciplina (yoga, artes, lectura, cábala, idiomas, cocina, horticultura, etc.) es, definitivamente, una forma esencial y no secundaria de compromiso activo frente a la crisis del COVID-19. Más todavía, diría que es una manera directa de ejercer la responsabilidad de cada uno para consigo mismo, y para con los demás.
Esto es así, en primer y obvio lugar, porque la difusión plural del estudio, de cualquier estudio y en cualquier etapa de la vida, es un tesoro de la civilización y una conquista, todavía muy inacabada, de nuestra sociedad democrática. Contribuir al cultivo y la distribución inclusiva de los bienes culturales nunca deja de ser un deber ciudadano de todos. John Stuart Mill, uno de los próceres del liberalismo humanista, dice, aproximadamente, que la ignorancia y el individualismo egoísta son las causas más severas de la miseria espiritual y material de una sociedad. A primera vista, una sociedad culta y avanzada tecnológicamente parece más propensa a la solidaridad y a la justicia interna. Pero hay un argumento entrelineado en la frase de Mill. Ignorar no sólo es no conocer, también es no haberse involucrado seriamente, por causas voluntarias o involuntarias, con lo valioso de la producción de los semejantes. En la situación de estudio bien sucedida se ponen en sintonía dos generosidades. Discípulo y maestra abren sus mentes y sus corazones a la compañía vitalizante del otro.
Reivindicando la vejez en tiempos de cuarentena
En tiempos de incertidumbre, y cuando la circunstancia no lo impide, estudiar y colaborar con el estudio de otros, invitando su atención hacia contenidos y prácticas culturales más nobles que el mero pasatiempo, no equivale, en modo alguno, a hundir la cabeza en la arena. Muy por el contrario, si tomado con el debido equilibrio, es algo bien diferente de la renegación snob, o de la exigencia estresante. Hay momentos, felices momentos, en los que se lee, se ejercita, se escucha música, se ensaya o se entrena con el alma en presencia plena, como quien mira una definición de fútbol por penales, o como quien retiene el aliento en el desenlace de una historia de aventuras. Es una de las maneras más elegantes y disfrutables de combatir el aislamiento y de regenerar tejido social.
Adaptación y tecnología, las claves para transitar la pandemia
La crisis del virus pasará, de una manera u otra. El día después ya empezó ayer. La calidad del reencuentro cercano con la gente de nuestro cotidiano dependerá, sustantivamente, de la responsabilidad, de la energía libidinal y de la calidad con la que hayamos cuidado de nuestros cuerpos y almas. En una época posmoderna de deconstrucción, angustia y escepticismo, estudiar y cultivarnos, como formas privilegiadas del auto respeto, son expresiones de nuestra fe en el amor, en la razón y en la sensibilidad.
* Profesor en la Universidad de San Andrés y doctor en Filosofía.