OPINIóN
Pandemia por coronavirus

Calidad y persistencia

No siempre es benéfica la relación entre adversidad y oportunidad. Depende, básicamente, de los recursos con los que se cuenta para transitar la circunstancia.

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Coronavirus | Rottonara / Pixabay

No siempre es benéfica la relación entre adversidad y oportunidad. Depende, básicamente, de los recursos con los que se cuenta para transitar la circunstancia. Recursos que pueden ser tecnológicos, económicos o institucionales, y también afectivos, cognitivos, expresivos o actitudinales. La calidad y variedad de recursos que una sociedad pone en acto cuando enfrenta una situación severamente problemática es un indicador muy relevante del grado de cuidado, vigor espiritual y amor por la vida que ha venido cultivando. En este sentido, la productividad social también se debe ponderar por la variedad y riqueza de recursos con que cada generación nutre a cada uno de los miembros de su posteridad inmediata.

En términos generales, la reacción de los argentinos frente a la terrible agresión del COVID-19 está mostrando aspectos que considero muy positivos. Sorprendentes, inclusive, si la comparamos con la manera deficitaria con que autoridades y usuarios se vienen comportando desde hace décadas respecto, por ejemplo, de la pandemia de siniestros viales. Nuestro respeto y amor por la salud propia, de los queridos más cercanos y del vecino desconocido se hace evidente en los buenos resultados parciales que se están obteniendo respecto del aplanamiento de la curva de contagios. Es un automensaje colectivo alentador: en una situación de crisis, buena parte de los miembros de la sociedad argentina está respondiendo con responsabilidad y cuidado, personal y recíproco. Tanto quienes desempeñan tareas esenciales como quienes hacemos nuestra parte quedándonos en casa.

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Pero resguardarse con prudencia es sólo un aspecto de la respuesta colectiva. El otro aspecto relevante, y casi decisivo, es aquello que generemos los que no tenemos responsabilidades directas en el desempeño de los -no tan bien llamados, a mi entender- servicios esenciales. Somos seres espirituales de cultura, y no sólo entidades biológicas con capacidad técnica y administrativa. Es obvio que el mantenimiento, dentro de lo posible, de la productividad económica en sentido amplio resulta indispensable. Pues bien, y este es mi punto, la persistencia de cada persona involucrada en la educación formal o en el cultivo de una  disciplina (yoga, artes, lectura, cábala, idiomas, cocina, horticultura, etc.) es, definitivamente, una forma esencial y no secundaria de compromiso activo frente a la crisis del COVID-19. Más todavía, diría que es una manera directa de ejercer la responsabilidad de cada uno para consigo mismo, y para con los demás.

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Esto es así, en primer y obvio lugar, porque la difusión plural del estudio, de cualquier estudio y en cualquier etapa de la vida, es un tesoro de la civilización y una conquista, todavía muy inacabada, de nuestra sociedad democrática. Contribuir al cultivo y la distribución inclusiva de los bienes culturales nunca deja de ser un deber ciudadano de todos. John Stuart Mill, uno de los próceres del liberalismo humanista, dice, aproximadamente, que la ignorancia y el individualismo egoísta son las causas más severas de la miseria espiritual y material de una sociedad. A primera vista, una sociedad culta y avanzada tecnológicamente parece más propensa a la solidaridad y a la justicia interna. Pero hay un argumento entrelineado en la frase de Mill. Ignorar no sólo es no conocer, también es no haberse involucrado seriamente, por causas voluntarias o involuntarias, con lo valioso de la producción de los semejantes. En la situación de estudio bien sucedida se ponen en sintonía dos generosidades. Discípulo y maestra abren sus mentes y sus corazones a la compañía vitalizante del otro.

Reivindicando la vejez en tiempos de cuarentena

En tiempos de incertidumbre, y cuando la circunstancia no lo impide, estudiar y colaborar con el estudio de otros, invitando su atención hacia contenidos y prácticas culturales más nobles que el mero pasatiempo, no equivale, en modo alguno, a hundir la cabeza en la arena. Muy por el contrario, si tomado con el debido equilibrio, es algo bien diferente de la renegación snob, o de la exigencia estresante. Hay momentos, felices momentos, en los que se lee, se ejercita, se escucha música, se ensaya o se entrena con el alma en presencia plena, como quien mira una definición de fútbol por penales, o como quien retiene el aliento en el desenlace de una historia de aventuras. Es una de las maneras más elegantes y disfrutables de combatir el aislamiento y de regenerar tejido social.

Adaptación y tecnología, las claves para transitar la pandemia

La crisis del virus pasará, de una manera u otra. El día después ya empezó ayer. La calidad del reencuentro cercano con la gente de nuestro cotidiano dependerá, sustantivamente, de la responsabilidad, de la energía libidinal y de la calidad con la que hayamos cuidado de nuestros cuerpos y almas. En una época posmoderna de deconstrucción, angustia y escepticismo, estudiar y cultivarnos, como formas privilegiadas del auto respeto, son expresiones de nuestra fe en el amor, en la razón y en la sensibilidad.

 

* Profesor en la Universidad de San Andrés y doctor en Filosofía.