El derrumbe del Muro de Berlín dejó la mesa servida, pero los vientos de la historia se cobrarían una víctima. En particular, el ex vicepresidente y sucesor de Ronald Reagan, George Bush, no logró usufructuar el fervor político posterior al desplome de la Unión Soviética. Por el contrario, la recesión de 1990, condujo al Partido Republicano a una derrota en las elecciones de 1992. De ese modo, sería Bill Clinton, una figura demócrata, quien tomaría y capitalizaría la antorcha reaganiana, liderando una ola de reformas liberales, bajo el paraguas de la globalización. Por cierto, un fenómeno histórico conocido, pero con un condimento original de época. El viejo modelo focalizado en el comercio, las finanzas y la extracción de recursos naturales, familiar para cualquier líder de principios del siglo XX, dejó paso a nueva versión, concentrada en la inversión extranjera en servicios, así como en la deslocalización de industrias. Como muestra, sobra el botón de BASF y Caterpillar produciendo en China.
Argentina fue testigo de ambos procesos, estelar en el primero, no tanto en el segundo. En tiempos del primer centenario, nuestro país fue una de las principales vedettes de época, recibiendo un 6% de la Inversión Extranjera Directa, apenas unos puntos por detrás de Estados Unidos, Rusia y Canadá. La terminal de trenes de Retiro y una red nacional de ferrocarriles, orientada al transporte de materias primas para su exportación, es uno de los trazos indelebles del período. Por el contrario, durante la nueva fase globalizadora de los años 90, los principales receptores de capitales extranjeros para la producción, fueron China, Brasil e India. Sin perjuicio de ello, dejando al gigante oriental de lado, como gran receptor de divisas para nuevas plantas industriales, tanto Argentina, Brasil como India, vieron fluir, hasta fines de la década, unos U$S 250 mil millones de dólares, destinados a la adquisición de compañías de servicios públicos, empresas manufactureras y energéticas.
Tragedia, política y show: los 90 años de Carlos Menem en 30 fotos
“Crear un ambiente amigable para los negocios”. Difícil encontrar una frase del momento más fatigada. En ese plano, la misión casi excluyente del liderazgo político, fue impulsar reformas de mercado, orientadas a atraer capitales más provenientes de Europa en la experiencia de Argentina, y de Estados Unidos en los casos de Brasil e India. El riojano Carlos Menem fue la figura política emergente de semejante cambio de clima internacional, al igual que de posterior liberalización en la faz material. Con el envío de dos barcos de guerra a la Guerra del Golfo en 1990, selló su adhesión al mundo unipolar, conducido por la gran potencia norteamericana, sin rival cercano a la vista. El alineamiento económico al mundo post Berlín, fue más tortuoso. Tras un primer proceso turbulento de privatizaciones, marcado por las urgencias de caja y los fogonazos inflacionarios, el colorido presidente, encontró el cordón umbilical con el mundo, con la sanción de la ley de convertibilidad pergeñada por Domingo Cavallo.
El tándem político fue imbatible. La caja de conversión 1 a 1 entre el peso y el dólar, con marcos regulatorios que reconocían índices de inflación internacional en las áreas de servicios bajo la órbita del súper ministro, luz y gas en particular, aseguró condiciones de rentabilidad extraordinarias para los grandes inversores internacionales. Por otro lado, la faceta antiinflacionaria del plan económico “1 peso, 1 dólar”, se convirtió en un activo político que Carlos Menem, sometió al test más exigente posible para un gobierno peronista. Ganar una elección de medio término, en la siempre esquiva ciudad de Buenos Aires, con una lista encabezada por un candidato cordobés, naturalizado riojano. La alegría no era solo brasilera, in honorem Charly García. Inclusive, Argentina hasta encaró el proceso privatizador con mayor audacia que Brasil, nuestro principal socio del Mercosur. Mientras que Entel y Segba ya habían pasado a manos privadas para 1992, Light y Telebras recién lo hicieron en 1998.
Durante los últimos 20 años, un lugar común de la política argentina, fue identificar a “la década del 90” como la raíz de muchos de nuestros males. Inclusive, hallándole un hilo conductor con la administración militar emergente del golpe de 1976 y algunas de sus iniciativas económicas liberales. Por cierto, una vinculación disparatada. La diferencia decisiva, radica en el contexto mundial. A diferencia de los años '70, la experiencia de los '90 estuvo sólidamente anclada sobre un nuevo orden internacional en boga, que representó para Estados Unidos, su última ventana larga de crecimiento económico y de liderazgo global indiscutible. Ello dotó a la administración Menem, de un ambiente político y económico, sin el que sería imposible explicar la vigencia de un sistema monetario en Argentina, por toda una década. ¿Cómo emparentar esa experiencia con la de un gobierno de facto, que emprendió la aventura de una guerra contra el Reino Unido, con el apoyo de Estados Unidos?
Quizás el colapso final, sea el único rasgo en común de ambos ciclos. No obstante, el fracaso de Malvinas, la debacle más grande de nuestra historia política moderna, es tan incomparable con la semana de los cinco presidentes, como la desintegración económica del proceso militar, versus el big bang de la convertibilidad, la caída más profunda de nuestra economía tras el desplome del 30. Ello generó un fenómeno local inédito, un Alzheimer político pos 2001. No solo el peronismo, en su etapa actual kirchnerista, se ubicó en las antípodas de ambos legados, sino la propia centro derecha encarnada por el saliente Mauricio Macri, también evitó deliberadamente cualquier tipo de asociación, explícita al menos. Tal circunstancia, convirtió a la política argentina, en un tablero de fuerzas que compiten en la intersección entre la izquierda y el centro político y económico. Nadie aspira al andarivel derecho vacante, en los papeles al menos. Es una zona estigmatizada, prohibida, piantavotos.
Mucho se habló acerca de la crisis del modelo de los 90. El efecto tequila de 1994, la crisis vodka rusa de 1998, la ruptura con el FMI de 2001. En definitiva, la interrupción abrupta del vital flujo de capitales para sostener el modelo. “Sudden stop”, un término bien aprendido por la gestión Macri en 2018. Un Franklin Roosevelt retornado del pasado, agregaría otra perspectiva. La clave del éxito del “New Deal”, fue su triángulo de soporte electoral estable, por casi 50 años. Votantes blancos del sur, del norte, más la clase trabajadora blanca del medio oeste. Trasladado a Argentina, resulta claro que el talón de Aquiles del modelo político de los 90, fue su debilitamiento político en la provincia de Buenos Aires, el núcleo electoral decisivo del país. Derrota oficialista legislativa 1997, derrota oficialista gobernación 1999, derrota oficialista legislativa 2001. El modelo se quedó sin aire político ni económico. Osama Bin Laden hizo volar por el aire en las Torres Gemelas, el único respirador artificial que le quedaba.
(*) Analista Político y Consultor Estratégico
@DanielMontoya_