OPINIóN
Lo que viene

Construyendo una nueva normalidad

Los cambios que trae la pandemia requiere desaprender vínculos y reconstruirlos, modficar hábitos y admitir normas de convivencia comunitaria

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Salidas recreativas para los chicos en las ciudades | NA/Telam

Todo cambio es un proceso, y no un evento aislado. Diversos modelos teóricos describen esta cuestión, estableciendo fases que escapan a una linealidad. De ahí que, al abrir paso a una visión circular, cada sistema recursivo abarca estadios que se despliegan en una dimensión temporal, pudiendo experimentar avances y retrocesos.

Sabemos que nuestras vidas están cambiando desde el inicio de la pandemia y que una nueva normalidad –que nos conducirá del aislamiento al distanciamiento social– nos espera en el horizonte de salida. Ante este panorama, cabe preguntarnos qué es lo normal. Podemos describirlo como un estado que sigue ciertos estándares prefijados, que es común, que no se destaca por abundancia o escasez. Que no molesta porque está invisibilizado. Y en tal categoría puede enmarcarse nuestra existencia prepandémica: la de antes, la de siempre.

Ahora bien, en momentos como el presente, cuando las certezas colapsan, ¿puede lo normal estrenarse? ¿No es algo que nos precede y que no se fuerza, sino que se internaliza a partir de la propia evolución? Más aun, ¿puede lo normal renovarse? Lo nuevo se inaugura porque viene a reemplazar un antiguo orden con afán superador. Y hoy por hoy, lo que quiera ser adscripto a un estatus moderno se asociará a este adjetivo, que compone un valor central en las sociedades actuales.

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Lo nuevo se inaugura porque viene a reemplazar un antiguo orden con afán superador

Pero pensemos en la normalidad y su acción asociada: normalizar. ¿Qué es lo que se juega en ella? ¿Extraer las cualidades disonantes de determinadas situaciones para poder digerirlas? ¿Acostumbrarnos hasta hacerlas propias y dejar de advertirlas como extrañas? Comporta, como vimos, un despliegue que no se da de la noche a la mañana, sino que reclama una adaptación y un arreglo personal a condiciones distintas. Entonces, ¿hacia qué tipo de normalidad nos dirigimos? ¿A qué normalidad llegaremos el día después, cargados con lo que perdura de lo que éramos y con lo incorporado en el trayecto? No será un salto al vacío, sino un pasaje del encierro a la apertura. Y allí, nuevos puntos de equilibrio emergerán, como también nuevas tensiones. Tendremos que desaprender los vínculos tal como eran y reconstruirlos según otras pautas de cortesía y proxemia. Tendremos que modificar hábitos enraizados y admitir normas inéditas de convivencia comunitaria, como parte de una serie de ajustes culturales que necesariamente sobrevendrán.

Serán las familias las que tendrán que rediseñar rutinas, y padres y madres los que modelarán conductas socialmente aptas en un contexto diversos

Esta nueva normalidad involucrará, además, el ámbito de lo privado. Y el trabajo que allí realicemos será decisivo. Porque serán las familias las que tendrán que rediseñar rutinas, y padres y madres los que modelarán conductas socialmente aptas en un contexto diverso. Solo si afrontamos con responsabilidad esta tarea, los niños también lo harán: aquí la consistencia entre el decir y el hacer de los adultos referentes dejará huella en las subjetividades infantiles impactadas por la experiencia.

Finalmente, se impone hacer un ejercicio consciente para evitar caer en la visión del otro como amenaza. Porque esta vivencia podría condicionar negativamente las relaciones interpersonales pospandemia. Resignificar la lejanía física, dejando de percibir a los demás como un peligro latente, para asumir la distancia como expresión de cuidado y de respeto hacia nuestros semejantes. El bien común debe primar, aun si las condiciones desafían nuestra capacidad resiliente. Porque, en definitiva, tales disposiciones pugnarán por seguir siendo excepcionales, aun en el entendimiento de que las vidas cambian y las normalidades evolucionan.