En 1981 el investigador norteamericano Paul Watzlawick publicaba su libro La realidad inventada. Y en una parte compartía la siguiente idea: algunas personas con enfermedad mental incipiente, terminarían de perder la razón en el lugar donde deben curarse. ¿Llega un momento en que ya no es posible reconocer al paciente mentalmente sano del enfermo?, se preguntaba el autor. ¿Dónde empieza la causa y donde termina efecto que manifiesta la condición de insanía? ¿Cuál es el umbral de normalidad que nos libera de esa región solitaria que es la locura?.
La cuarentena -devenida en cincuentena- alcanza los límites de la resistencia social
La cuarentena -devenida en cincuentena- alcanza los límites de la resistencia social: ya afloran sentimientos, conductas y expresiones que desafían las decisiones del gobierno sobre el aislamiento preventivo y obligatorio. Durante las primeras semanas se percibía en las calles desiertas de la ciudad un cierto fervor por alcanzar el estatus de “héroe anónimo”. El Presidente de la Nación alcanzaba picos históricos de popularidad, y se erigía como el “capitán en medio de la tormenta”. Eran buenos tiempos.
Ahora bien, es claro que el ritmo de la economía es distinto del de las pasiones. Y la altura de nuestro heroísmo cívico parece variar de acuerdo al incremento del tipo cambiario. Surgen nuevas preguntas. ¿Es necesaria tanta restricción? ¿No estaremos naturalizando medidas que rozan el autoritarismo? ¿Quién se ocupa de la clase media y del sector privado que genera empleo?. El gobierno mide atentamente la temperatura del humor social, sobre todo del núcleo duro. Su comunicación es excelente: esquiva hábilmente los temas escabrosos (desempleo, despidos, default económico). Y sigue cultivando la figura de un Presidente con razgos de pater familia. Que con pausada calma, hasta llega a comprender amorosamente los primeros cacerolazos del aislamiento.
Existe cierto consenso acerca de que la realidad social es una construcción conjunta, o sea, que la elaboramos entre todos. Al fin y al cabo, cosas como una ley o el dinero, tienen valor en la medida en que se los reconoce como sistemas. Dos semanas atrás aceptábamos una férrea reclusión como la única salida al problema del Covid-19. Estábamos de acuerdo con ese nivel de sacrificio: nos quedamos dentro, sanos, para vitar enfermarnos en el medio exterior.
Pero hoy…, ¿qué normalidades estamos dispuestos a construir de ahora en adelante? En Alemania los niños –todos ellos- volvieron al colegio. Otras naciones ni siquiera decretaron cuarentena.
Encuesta: al 80% le preocupa la economía, pero confía en el rumbo del Gobierno frente al coronavirus
Nosotros parecemos haber evitado ese extremo, cayendo en otro, que ya fricciona con las libertades individuales. De la región, somos lo que hemos abrazado lo estricto con más calor. Vale preguntarnos: ¿qué protegemos finalmente? ¿De quién nos protegemos? El genial Jean Baudrillard afirmaba que en la sociedad del simulacro, el otro es siempre una amenaza, porque el enemigo está oculto dentro de la normalidad. El Covid -19 ha sido un perfecto catalizador de esta idea.
De aquí en adelante, y como siempre, la historia la escribimos los ciudadanos. Es errada esa idea de que somos presos de los políticos. La historia la hacen los hombres y las mujeres de la época. Imaginando el país que desean habitar. Ojalá la calidad de nuestra imaginación no se restrinja a un baribjo, cuatro paredes, y el temor por los demás. De nosotros depende.
*Decano Educación y Comunicación USAL.