*La noción de re inventar la tomo prestada del libro “Re inventar la clase en la universidad” de Mariana Maggio (2018, Paidos)
El domingo, el presidente de la Nación, Alberto Fernández, decretó la suspensión de clases por 15 días en un contexto bastante agitado debido a la pandemia generada por el coronavirus. Hace varios días atrás, enormes cantidades de tecnólogos y tecnólogas educativas, asesores y asesoras, y docentes de todos los niveles comenzaron a proponer enriquecedoras herramientas y metodologías para trabajar durante la ya definida interrupción de clases.
No obstante, una vez que esto pase y todo vuelva a la normalidad, tendremos la obligación de detenernos y ejercitar la meta cognición: ¿Sólo frente a la emergencia aparecen nuevas ideas de cómo gestionar contenidos? ¿Las situaciones al límite visibilizan alternativas que en el día a día no solemos considerar? ¿Qué hace que nos activemos para pensar nuevas formas de trabajar un contenido?
Reinventar la clase. En el libro Re inventar la clase en la universidad (M. Maggio, 2018), la Dra. en Educación nos invita a tomar perspectiva sobre nuestras actuales prácticas docentes y estimula a reinventar la clase. En un recorrido maravilloso con antecedentes, ejemplos y nuevas posibilidades, Mariana propone ideas que deben hacer de agentes multiplicadoras.
Coronavirus: escuelas cierran en todo el mundo; NY en emergencia
Los y las estudiantes conviven con infinitas cantidad de estímulos: gamification, posibilidad de hablar con amigos y seres queridos de todas partes del mundo, redes sociales y programación. Ellos y ellas están haciendo lo que proponemos hoy hace mucho tiempo. De repente, vuelven a ingresar a un aula donde, la gran mayoría, posee el mismo formato que los orígenes de la escuela: casi un sótano del mundo actual (Rivas, 2014).
El primer paso para pensar es dejarse interpelar por el otro: la mirada del estudiante es la más dura. Nos cuesta aceptar que podemos resultar aburridos o poco significantes. Además,la falta de recursos en algunas situaciones, la baja motivación en otras, y gestiones que no ayudan, nos llevan a un combo donde lo más fácil es seguir actuando mecánicamente. Hasta que aparece un virus.
Hacer de la experiencia un hábito. Las principales recomendaciones que se escucharon en los últimos días son: lavarse muy bien las manos, con agua y jabón al ritmo de alguna canción que dure unos cuantos segundo, no tocarse la cara, toser y estornudar tapándose con el codo. Me pregunto: ¿dista algo de lo que deberíamos hacer como hábito? ¿Acaso no nos enseñan que lavarse las manos es saludable y obligatorio cada día? ¿Hace falta un virus para hacer de este cuidado un hábito? Probablemente. Estar entre la espada y la pared nos hace generar consciencia y hábitos. La principal propuesta para pensar nuestras escuelas es hacer de la experiencia, un hábito.
516 millones de alumnos en casa: con Argentina, ya son 73 los países sin clases
Las instituciones están proponiendo muchas estrategias que contemplan contenidos, gestión de las emociones y seguimiento. Quizás, para muchos y muchas estudiantes, aparezca por primera vez algo que vienen esperando hace mucho: un rediseño de las escuelas (Pinto, 2019), una oportunidad de “usar el celu, las redes, los memes y más”. ¿Cómo vamos a convencerlos de que tienen que volver a la escuela después de este paso por la virtualidad que van a tener?
El último antecedente fue la gripe H1N1, donde una gran cantidad de escuelas, especialmente de gestión privada, comenzaron a usar las famosas (¿y ya viejas?) aulas virtuales. Desde ese entonces hasta aquí es muy probable que su uso no haya cambiado enormemente: foros, videos, clases, entregas. Estrategias que no distan mucho de lo que pasa en un aula física. El coronavirus es una oportunidad para que esta expansión colaborativa de pensar las clases se convierta en un hábito. Las prácticas de reinventarlas es a la escuela como el lavarse las manos para enfrentar a cualquier virus: todos los días, algunas veces, por un buen tiempo y con atención a los detalles.
Para el hábito, las condiciones. La misma situación de emergencia expuso una vez más las carencias de algunas escuelas: falta de jabón, baños en malas condiciones y escasez de alcohol en gel. Todo eso, en el caso de que aunque sea, tengan agua. Para hacer la experiencia un hábito, es necesario que las condiciones estén dadas.
Es necesario contar con un equipo de personas que gestionen desde esa misma idea: todos los días, un tiempo para pensar y preguntarnos sobre las alternativas posibles. En ese sentido, existe una contradicción en este planteo: cuando algo se convierte en hábito, se rutiniza. La propuesta es romper lo automático. Por eso, esta suspensión tiene que ser el puntapie para que las nuevas estrategias de enseñanza sean experiencias educativas que no nos encierren: ni en casa ni en las aulas.
(*) Licenciado en Educación. Asesor didáctico. Director de Pegmata. Profesor UBA. En Twitter: @PabloEisbruch