OPINIóN
Diario de un viaje especial, capítulo III

Crónica personal de un viaje a la memoria y al horror

Lo que en principio era un recorrido histórico y cultural se convirtió en un descenso hacia los rincones más oscuros de la condición humana.

Auschwitz-Birkenau: de qué estamos hablando cuando hablamos de horror.
Auschwitz-Birkenau: de qué estamos hablando cuando hablamos de horror. | Cedoc

Nunca imaginé que un viaje pudiera transformarse, en tan pocos días, en una experiencia tan intensa y difícil de procesar. Lo que en principio era un recorrido histórico y cultural se convirtió en un descenso hacia los rincones más oscuros de la condición humana. Quiero dejar testimonio de lo vivido, no solo como un ejercicio de memoria, sino también como un intento —fallido, lo sé— de comprender la magnitud del horror que presencié.

Hubo una primera actividad en un museo, que prefiero no describirla, aunque también fue muy significativa y anticipatoria, prefiriendo centrarme en los recorridos:

Día 1: Varsovia – Cementerio judío y el gueto

El primer día comenzó con la visita al cementerio judío de Varsovia. Ya desde ese momento, la carga emocional era fuerte: lápidas cubiertas de musgo, símbolos grabados que hablaban de vidas interrumpidas y de una comunidad que alguna vez tuvo un pulso vibrante. Era inevitable pensar que esos nombres, esos apellidos y esas fechas eran solo la punta visible de un iceberg de historias rotas.

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Capítulo I: Varsovia, ciudad de contrastes extremos

Luego asistimos al reconocimiento in situ del gueto de Varsovia (donde exclusivamente se alojó población judía, por el solo hecho de tener tal condición), tanto el “chico” como el “grande”, y la vía de comunicación que los unía mediante un puente elevado. Imaginé a las familias separadas, las miradas furtivas a través de ese puente, la sensación de estar cercados en un espacio cada vez más pequeño. La historia que hasta entonces había leído y estudiado comenzaba a tomar forma física, tangible, aplastante.

Día 2: Tykocin y Treblinka

Al día siguiente llegamos a Tykocin, un pequeño poblado que conservaba todavía las huellas de sus costumbres, sus antiguas casas, su sinagoga y su iglesia. Al caminar por sus calles tranquilas, sentí que podía oír los ecos de una vida comunitaria que ya no estaba. Pero lo más fuerte, lo que me golpeó de improviso y sin preparación, fue conocer lo que ocurrió allí: los 2.500 judíos de la comunidad fueron llevados al bosque, y una vez allí, alineados de diez en diez, fusilados, todos, sin excepción. Tres fosas comunes guardan sus restos.

No fue solo escuchar el dato: fue mirar ese bosque, imaginar los gritos, el olor de la pólvora, el silencio posterior. Me quedé paralizado, sintiendo que el tiempo se detenía.

Anselmo Torres
Anselmo Torres es el Rector de la Universidad Nacional de Río Negro.

Por la tarde visitamos Treblinka, el campo de exterminio al que fueron deportados la mayoría de los judíos del gueto de Varsovia, junto con otros provenientes de distintos países europeos. Allí fueron asesinadas aproximadamente 870.000 personas. Sin embargo, la cifra, por abrumadora que sea, se vuelve secundaria frente a la conciencia de que cada número representa una vida, una historia, una ausencia.

Día 3: Lublin y Majdanek

En Lublin visitamos primero los cementerios judíos, el viejo y el nuevo, y después el casco histórico, que en tiempos de ocupación fue transformado en gueto. La jornada cerró con la visita a Majdanek. Aquí, la experiencia me sobrepasó.

La primera imagen que me atravesó fue una barraca donde se conservan las pertenencias de las víctimas: ropa, objetos, etc., y sobre todo zapatos. Y entre ellos, los zapatitos de los niños. Fue imposible no pensar en mi nieto Bautista. El solo hecho de imaginarlo en una situación semejante me dejó sin aire, petrificado, sin capacidad de reaccionar. Lloré en silencio, sin que las lágrimas pudieran traer consuelo.

Capítulo II: No estábamos preparados

Luego el recorrido, debo advertir que me resultó mucho más difícil, culminó frente a una escultura que guarda en su interior siete toneladas de cenizas humanas. No hay teoría, no hay explicación, no hay discurso que pueda abarcar lo que sentí en ese momento. ¿Cómo es posible tanta deshumanización? No hay respuesta, es en vano buscarla.

Día 4: Auschwitz y Birkenau

Este último día fue la visita a Auschwitz y a Birkenau. Allí, la deshumanización alcanza otro nivel: la industrialización de la muerte. Tecnología, logística y organización puestas al servicio del exterminio. Todo más grande, más sistemático, más simbólico. Sin embargo, quizás por el agotamiento emocional de los días anteriores, no me afectó de la misma manera. No era indiferencia: era un estado de saturación, de límite alcanzado.

Auschwitz-Birkenau: de qué estamos hablando cuando hablamos de horror.
Campo de concentración de Auschwitz.

A modo de reflexión final

En cuatro días comprendí que la teoría —por rigurosa que sea— nunca alcanza para dimensionar lo que fue el Holocausto, también conocido como Shoah, cuya traducción del hebreo es catástrofe, destrucción o calamidad. Observar, recorrer, estar en el lugar, es otra cosa. Y aun así, lo vivido sigue siendo inabordable. Escuchar los testimonios de las víctimas nos acerca, pero nunca nos permite entrar del todo en esa dimensión.

A esta descripción creo apropiado señalar, que si bien los judíos fueron LAS víctimas, también lo fueron otras minorías, como, por ejemplo, los homosexuales, los testigos de Jehová, los discapacitados, los opositores políticos, los negros que vivían en Alemania o países vecinos y el pueblo romaní, del que fueron asesinados más de 500.000. Un pueblo que, todavía hoy, sigue sin un Estado que lo proteja, reconozca y respete. Todos ellos fueron perseguidos y discriminados en aras de la pureza racial y la grandeza del Reich.

Ojalá la enseñanza de los horrores cometidos en pro de esas ideas nos guíe, incansablemente, en la búsqueda de un mundo más justo y sin discriminación.

*Anselmo Torres es el Rector de la Universidad Nacional de Río Negro.

LT