Es de consenso mundial que las personas que llegan a un suicidio suelen consultar en los últimos meses previos a alguna instancia de salud.
Buscan alguna alternativa desde la medicina, la salud mental o las organizaciones comunitarias al dolor insoportable que los alberga en forma sostenida desde largo tiempo, dado que el suicidio es un proceso multifactorial que se construye en el interior de los humanos y responde a un poliedro de situaciones –algunas más relevantes que otras– pero que conducen al agobio, al desvalimiento, la desesperanza y la ausencia de proyecto o sentido de vida.
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Este proceso, que se evidencia en previos jugueteos con la idea de muerte, autolesiones, conductas de riesgo, ideación suicida y otros signos de abatimiento, suele a veces quedar minimizado por los otros en la falsa suposición que no llegará a una situación extrema. Las más de las veces se producen acontecimientos desencadenantes que completan un dolor psíquico insoportable de ser sostenido en soledad.
La dificultad para afrontar la adversidad que los aqueja no es más que la contracara de un deterioro de la trama social donde toda subjetividad se despliega. Los proyectos vitales son construcciones que no se hacen en soledad, son producto de una red social donde cada persona percibe y experimenta el lugar social al que desea estar dirigido. Ser útil es para los humanos el principio de sentir que se deja una marca, una idea desplegada, algo valioso para el grupo humano donde se sitúa. Sin ello es muy difícil el tránsito por las adversidades que la vida presenta.
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Ahora, cual es la situación de las personas cuando la incertidumbre personal, grupal y/o colectiva los aqueja? ¿Por qué algunas personas sienten desgano y abatimiento ante las mismas situaciones cuando otras no lo viven así e incluso cuando son fuente de iniciativas e innovaciones?
Algunas de las respuestas están en el efecto que en personas vulnerables producen los eventos o los entornos disruptivo, es decir, el efecto de incertidumbre, desconcierto y desesperanza por suponer no contar con recursos psíquicos aprendidos para afrontar los desafíos.
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Con modelos y/o referentes familiares, del grupo de pares adolescentes o adultos o incluso de una comunidad que mira la adversidad como un estorbo, es muy difícil que una persona construya un psiquismo sólido, sereno y lo suficientemente “plástico” para innovar salidas creativas a problemas donde otros han fracasado.
¿Qué ocurre cuando se presentan situaciones generalizadas de incertidumbre? Se deteriora lo que se llama “inmunidad psíquica”. Este resguardo que contempla un caudal de fortalezas que cada persona construyó durante su historia de vida se ve conmocionado, pero cuando la incertidumbre se vuelve crónica o se extiende en el tiempo, mayor es la demanda que implica al psiquismo.
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Las vivencias de los primeros años, los referentes sólidos, un entorno con recursos colectivos que no se deja abatir, son los primeros instrumentos a los que cada persona recurre. Esta red “invisible” teje una coraza increíble frente a la adversidad. Los golpes cotidianos son desafíos y las ideas y proyectos compartidos son “alimento” para el psiquismo individual. Las redes locales, próximas a un ser abatido como son los accesos a la salud, los centros culturales, los espacios para una consulta inmediata como también las líneas telefónicas de ayuda son recursos cuando la adversidad crece para sostener a aquellos más frágiles moralmente.
Un suicidio implica la existencia (a veces silenciosa) de más de veinte intentos de suicidio registrados o no en su entorno. Su grupo de amigos, sus vecinos y compañeros de trabajo o escuela, su familia, todos aquellos requieren de una introspección para ver cuáles son sus espacios de deterioro y fortalezas donde apoyarse. Crear conciencia es el primer paso hacia una comunidad madura que cuida a sus integrantes sean niños, adolescentes, jóvenes, adultos o adultos mayores. La civilización, la cultura se creó cuando hubo un humano que se detuvo para cuidar de otro herido, como la gran antropóloga Margaret Mead supo decir.
♦ Ante una situación de riesgo recurrir personalmente o en nombre de otra persona al centro de salud más cercano. Comunicarse con Línea de Prevención del Suicidio - Ayuda a Personas en Crisis: 135 (gratuita desde Capital y Gran Buenos Aires), (011) 5275-1135 o 0800-345-1435 (desde todo el país). El llamado es personal, confidencial y anónimo. Diana Altavilla: [email protected]
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* Diana Altavilla. Dra. Psicología por la Universidad del Salvador (Bs As). Psicóloga. Psicoanalista. Consultora OPS/OMS. Miembro del Grupo de Investigación sobre Lo Disruptivo y el Psicoanálisis contemporáneo para el Doctorado en Psicología de la USAL. Pte. Sección Suicidio de la World Federation for Mental Health y de la Asociación Argentina de Salud Mental. Comité de Expertos para la Reglamentación de la Ley 27130/15 de Prevención del Suicidio del MSN.