OPINIóN
Cultura del odio

Palabras mortales

La situación de diferentes países y el comentario de muchos políticos no favorecen a que se establezca el diálogo entre los mandatarios y la sociedad.

SECCO
Mario Secco, intendente de Ensenada, junto a Axel Kicillof y Cristina Fernández de Kirchner. | Twitter @marioseccoOK

Una encuesta sobre clima social de Giacobbe y Asociados realizada en abril mostró la imagen positiva y negativa de distintos protagonistas de la política nacional y de algunas figuras públicas, con resultados más o menos aceptables, de acuerdo a las creencias de cada uno. Sin embargo, no es este relevamiento el más interesante que hace la consultora. En el mismo estudio se indica que el 64,7% de los participantes se mostró a favor de la pena de muerte y otro 15,1% no tenía una posición tomada. Solo la quinta parte de los encuestados rechazó la opción de acabar con la vida de aquellos que cometieran determinado tipo de delitos.

No es que pensara que esa sería una propuesta a la que la población en su conjunto se resistiría de plano, pero no dejo de estar impactado por el número. Sin tener elementos técnicos que me permitan asegurar que en los últimos años este porcentaje aumentó drásticamente, si creció de manera paulatina o si simplemente se mantuvo igual, me atrevo a decir que quizá sea la muestra más acabada de lo que generan determinadas expresiones en las sociedades a lo largo del tiempo. Porque, perdón por la perogrullada, esto no es nuevo ni local.

Claro que la desigualdad, la falta de oportunidades, la injusticia o la inseguridad generan un caldo de cultivo imbatible para reforzar temores válidos, pero la violencia dialéctica, sobre todo cuando es de personalidades de la política, invita a que aflore lo peor de nosotros. Por lo tanto, la coyuntura nos obliga a que nos preguntemos qué estamos haciendo desde nuestros lugares para colaborar con este clima social. Porque, después de la muerte, ¿qué?

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Claro que la desigualdad, la falta de oportunidades, la injusticia o la inseguridad generan un caldo de cultivo imbatible para reforzar temores válidos, pero la violencia dialéctica, sobre todo cuando es de personalidades de la política, invita a que aflore lo peor de nosotros

Quiero cerrar, retomando la cuestión de lo presente que está la muerte y cómo se agita desde la política la pena capital a las ideas, con tres ejemplos de tres personas de tres países distintos, con ideologías diferentes, que son una muestra de lo corrido que está todo. Comienzo por el empresario y ex candidato a presidente peruano Rafael López Aliaga, que dijo en un acto de campaña: “Hay que ser tarado, imbécil, para votar por una alternativa comunista”, y cerró su discurso arengando: “¡Viva el Perú! ¡Viva la democracia! ¡Muerte al comunismo! ¡Muerte a Cerrón! ¡Y a Castillo!”. Para quien no lo sepa, Pedro Castillo es, al momento de escribir esta columna, el hombre que encabeza las encuestas para las elecciones del 7 de junio. O sea, un político de cierta relevancia le está deseando la muerte a quien posiblemente sea su presidente, mientras se autodenomina defensor de la democracia.

En el último acto en el que se mostraron juntos el Presidente, la vicepresidenta, el presidente de la Cámara de Diputados y el gobernador de la provincia de Buenos Aires, habló el intendente de Ensenada, Mario Secco, y parafraseó a Leopoldo Fortunato Galtieri. Al día siguiente, en una entrevista con Reynaldo Sietecase, tuvo oportunidad de explicarse o disculparse por las desafortunadas palabras que eligió, pero se despachó con un: “Yo siempre estuve en guerra contra los liberales”. ¿La guerra qué implica? ¿Sus seguidores cómo reaccionaran ante estas posturas extremas? Asumo que Secco no va a tomar un fusil, pero también interpreto que no habrá ninguna oportunidad de intercambiar ideas entre él y quienes no tengan su mirada sobre la política.

En los términos en los que se expresan muchas de las figuras públicas, es imposible que no se propaguen los discursos de odio ni las ideas más extremas

Para finalizar, tomaré el caso de las elecciones para la presidencia de la comunidad de Madrid. Allí, la ganadora por amplio margen, Isabel Díaz Ayuso, dijo emocionada: “Triunfó la libertad y la vida”. Quienes no la votaron y el derrotado Pablo Iglesias, que abandonó sus cargos públicos pese a haberle aportado tres escaños más a su partido, ¿qué serían? ¿La dictadura y la muerte?

En los términos en los que se expresan muchas de las figuras públicas, es imposible que no se propaguen los discursos de odio ni las ideas más extremas. Para vivir en sociedades más igualitarias y diversas necesitamos tratarnos de otro modo. Nuestras responsabilidades exigen diálogos urgentes. Alguna vez, Alicia Moreau de Justo dijo: “Queremos borrar la crueldad ancestral, los odios raciales y nacionales para reemplazarlos por la bondad y la tolerancia, que son la base moral de la cooperación y del entendimiento dentro y por encima de las fronteras”. Parece utópico, pero es posible.

*Director General del Centro Cultural General San Martín.