Desde tiempos remotos, las mujeres nos hemos reunido para crear, para cuidar, para compartir. En torno al fuego, tejimos historias tanto como abrigo. En la cocina, encontramos una forma de expresión, de identidad y de resistencia. Hoy, esa tribu ancestral sigue viva. Se reinventa. Se organiza. Y se convierte en una fuerza transformadora dentro del mundo gastronómico, agrario y/o turístico.
La cocina nació en comunidad. Nunca fue un acto solitario. Ya en sus orígenes, fue el espacio donde se cultivó el trabajo colaborativo, donde cada gesto tenía valor y cada saber era transmitido con generosidad. Las mujeres de hoy mantienen esa lógica viva: no solo comparten recetas, sino historias, sueños, desafíos y pasiones. Construyen identidad, construyen red.
Ese espíritu de tribu impulsa a muchas a participar, liderar y transformar espacios que históricamente les fueron ajenos. Lo hace Andrea Sarnari, productora agropecuaria y presidenta de la Federación Agraria Argentina o Fabiana Menna, al frente de la Fundación Gran Chaco y de la Red de Mujeres Rurales; mujeres que abren caminos y, en el trayecto, invitan a otras a caminar con ellas.
De hecho, en el sector agropecuario y dentro del universo de personas con trabajo fijo asalariado, apenas el 6% son mujeres, de las cuales 3,8% son profesionales y técnicas; 12.7% son encargadas; 29.6% realizan tareas generales y 1% manejan maquinaria, datos presentados por Fundación Mujeres Rurales Argentinas (MRA).
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No es solo una cuestión de género. Es una forma de estar en el mundo. Una manera de liderar basada en el cuidado, en la visión compartida y en la energía que no se apaga.
Y ahí aparece el legado. No como algo que se hereda sin más, sino como algo que se activa. Como una responsabilidad: recibir lo aprendido, valorarlo, y tener el coraje de transformarlo. Las mujeres en gastronomía lo saben bien. Con sabiduría ancestral, sensibilidad y una capacidad infinita de reinvención, mantienen viva la tradición al mismo tiempo que la empujan hacia el futuro.
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El legado no se mide solo en recetas o técnicas. Se mide en la forma en que se transmite el amor por la tierra, el respeto por los ingredientes, el compromiso con las personas. Se mide en acciones. Como las de Lorena Fernández, presidenta de la Asociación de Pizzerías y Casas de Empanadas, que impulsa el sector desde una mirada integradora y de crecimiento colectivo; las de Juliana del Águila, que lidera dos bodegas desde una visión innovadora, conectando raíces locales con proyección internacional; o las de Sandra Yachelini que promovió la transformación de las estaciones de servicio, integrando productos y propuestas gastronómicas de calidad que elevaron la experiencia del cliente y redefinieron el concepto de parada en ruta.
En la gastronomía, nuestras raíces hablan. Susurran historias de otras mujeres que estuvieron antes. Nos inspiran. Nos guían. Nos empujan a dejar también nuestra huella. Porque el verdadero legado no es algo que se guarda. Es algo que se comparte, como se comparte un plato, una mesa, una conversación.