OPINIóN
de las palabras a las apps

El amor en Internet cumple 20 años

Con el milenio, aparecieron diversas novelas que registraban que algo ocurría en lo virtual: la posibilidad de trascender de la intimidad a nuevos territorios afectivos a través de la creación y lo literario.

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Antes y ahora. Vertiginoso, el ritmo de las maneras de vincularse virtualmente, también cambió. La novela Mi amiga Olga mostró una tendencia en el año 2000. de los emails como forma del vínculo. Y se reemplaza por lo inmediato de las aplicaciones. | shutterstock

"Canta, oh musa, la cólera del pélida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes". Así comenzaba varios siglos antes de Cristo, el texto que fundó —o al menos puso por escrito algo que venía de muchos antes— la literatura griega, la Ilíada. Homero, o los escritores y poetas cantores orales que dieron pie a lo que fue la el monumento literariio del mundo clásico, invocaban a la diosa, a las diosas de lo literario, para poder narrar. La musa era quien narraba al oído del escritor historias de dioses y de hombres, de pasiones y razones, de tradiciones y futuros. 

La relación amorosa (erótica y sensual) entre musas y literatos fue parte de la literatura de los últimos 3000 años. La modernidad fue un paso adelante y le dio un carácter menos divino y más humano. Hubo muchas historias que narraban ese vínculo. Pero hace veinte años, con Internet, esencialmente, algo cambió.

Las musas, al menos para ciertos escritores (musas y musos, como se verá enseguida), cobraban entidad. Y escribían mails. No solo eso; entraban a los sitios de citas y de encuentros, para despertar el deseo de escribir, narrar, contar historias. Y, tal como pasa con las músas, tornar real la imaginación del escritor. 

Hace veinte años aparecía lo que en su momento se presentó como “la primera novela de amor por Internet”: Mi amiga Olga. Su autor es un periodista y escritor, habitual colaborador de PERFIL, Marcelo Raimon. La novela, que no fue la única, fue claramente un signo de época. Las musas estaban en las redes. Eran de verdad. Y estaban ahí, pidiendo palabras, afectividad y que verdades en las redes. Porque eso es lo que simbolizó “Mi amiga Olga”. 

"No hay nada de invención. La historia fue tomando cuerpo a partir de los mails que intercambiaba con Olga"

Literatura y sociedad.  También  significó otra cosa, que llega a los Tinders y Happns de nuestros días y pasa por todas las redes sociales. Los sitios y el email hace veinte años y las redes y plataformas hoy son formas de vincularse —con particularidades y diferencias— que, en algún momento, dieron para crear, inventar, salir de la soledad y, chat y musas reales mediante, convertir a gente común en escritores.

En “Estrategias intermediales en literaturas ultracontemporáneas de América Latina: Hacia una TransLiteratura”, la especialista Gianna Schmitter  explica que “Se trabaja la estética digital de la página a partir de un análisis de las novelas que emulan una comunicación por internet entre los personajes y presentan esta tanto temática, como lógica y estéticamente. Trabajar con un corpus que abarque quince años permite observar varios ejemplos: Marcelo Raimon con Mi amiga Olga (2000), Daniel Link con La ansiedad. Una novela trash (2004), Alejandro López con Keres cojer? = guan tu fak (2005), Gonzalo Viñao con Interferencias. Nouvelle digital (2013), e Iliana Elordi con Oro (2015) y notar así una evolución en el tratamiento de la estética digital”.  

Schmitter explica de qué se trata la novela: “Una de las primeras novelas8 que trabaja con una estética de los correos electrónicos es Mi amiga Olga. Gaby, Fofó, Miliki9 y una historia de amor por internet (2000) del argentino Marcelo Raimon.10 Se trata de un intercambio de correos electrónicos entre una española, Olga, de 27 años y un argentino, Marcelo, de 32, entre el 6 de noviembre de 1997 y el 3 de octubre de 1998. Marcelo es periodista y publica un anuncio en un periódico español para buscar información sobre un grupo de payasos españoles. Olga le contesta: no sabe nada de estos payasos, pero soñaba, desde siempre, con conocer a un periodista rioplatense. Dos veces durante sus intercambios planifican verse, pero Marcelo cancela siempre poco antes del encuentro. Sin embargo, siguen manteniendo contacto y el cariño del uno para el otro crece con el correr del tiempo. Probablemente, esta historia pertenece al género de la autoficción: más allá de la coincidencia entre el nombre del protagonista y el del autor y que se afirme en la contratapa que este último es de Buenos Aires y periodista, se tematiza en la diégesis la posibilidad y el deseo de Marcelo de publicar estas cartas digitales”.

Raimon explica cuánto de autobiográfico hubo en el material que llevó a la novela: “No hay nada de invención, de hecho la novela cobró vida porque soy un escritor holgazán. La historia fue tomando cuerpo a través de los emails que intercambiaba con Olga, en algún momento formaron un conjunto con sentido y forma de relato, los imprimí, los leí de un tirón y me dije: “esta es la oportunidad de publicar una novela sin tener que sentarme a escribir una novela”. Le mostré la colección de correos electrónicos a una editora en Norma, que casualmente era una ex novia, le encantó y a los pocos meses salió a las librerías”.

¿No es nada? Hace veinte años no existían las plataformas para conocer gente. El mail no venía con fotos. Por tanto, las palabras eran el sistema que construían puentes entre desconocidos. A veces las palabras de unos, como voces de musas, repercutían en las de otros, los escritores del caso. Y no solo la idea de lo literario cambió. También variaron los vínculos. Tanto que la idea del amor romántico es objeto de discusiones.

"En las plataformas se invierte el orden en que las interacciones románticas se condujeron tradicionalmente"

La socióloga Eva Ilouz, en Intimidades congeladas, pensó algunas de estas cuestiones. Hoy, el ámbito del vincularse, parece seguir una lógica más de mercado que literaria. Explica que “En Internet el yo psicológico privado se convierte en una representación pública”.

Su ensayo está más dedicado a Match que a Happn o a Tinder. Pero describe una diferencia que quizás también marque el rol actual de las palabras en todo el proceso del conocerse. “Se invierte el orden el que las interacciones románticas se condujeron tradicionalmente: si la atracción suele preceder al conocimiento de otra personas, aquí el conocimiento precede a la atracción, o por lo menos a la presencia física y a la corporización de las intereracciones románticas

En las circunstancias actuales de internet, primero se aprehende a las personas como un conjunto de atributos y sólo después se aprehende -en etapas progresivas- la presencia corporal del otro”.

Raimon dice que novelas como la suya hoy no serían posibles. El género epistolar, e-pistolar, dado que es por emails, ocupó un lapso casi efímero en la literatura: Tinder, y aún más, Instagram y Tic Toc, hablan de una forma completamente distinta del vincularse: “¿A partir de emails? Probablemente no, porque de hecho la novela comenzó con una carta, de las de papel y tinta que se enviaban por correo”. 

Mucho de la estética del mundo de las redes aparece en la novela de Raimon y aún más en “Keres cojer?” de Alejandro López, publicada solo un año después de “La ansiedad”. “No obstante, la representación del ciberhabla perderá peso con los años. Es como si se tratara de un fenómeno lingüístico que llamó fuertemente la atención en la primera década del siglo XXI para normalizarse, o estandarizarse más adelante, razón por la cuál los autores más jóvenes usan algunas abreviaturas corrientes y emoticonos, pero ya no hacen tanto hincapié en el ciberhabla, en otras palabras, escriben con una ortografía más correcta”, explica Schmitter.

Ilouz explicará dará algunas de las pistas que tienen que ver con el cambio de paradigma: “En cierto sentido, es como si los diseñadores de los sitios web de citas hubieran leído y aplicado al pie de la letra el diagnóstico de la fatalidad y el desaliento de teóricos críticos como Adorno o Horkheimer. La racionalización, la instrumentalización, la completa administración, la reificación, la fetichización, la mercantilización, el “encuadre” heideggeriano, parecen saltar de los datos que reuní. Internet parece llevar el proceso de racionalización de las emociones y el amor a niveles que nunca habían imaginado los teóricos críticos”.

Raimon no pierde el optimismo literario, aunque es más pesimista en materia de vínculos a partir de la virtualidad: “Tic Toc ya me sobrepasa demasiado a nivel generacional, pero Instagram podría ser. Con la cantidad infinita de historias que dan vueltas por las redes sociales se pueden construir también infinitas novelas, supongo. Un enorme copy/paste digital que en algunos casos termina formando relatos más largos si leemos posteos con la debida atención y paciencia

Ahora, eso sí, el romance no sé donde se puede encontrar. Yo soy de los años en los que se podían encontrar amigos, amigas, novios o novias nuevos en ICQ y las primeras aplicaciones de chat, un espacio de pioneros, si se los puede llamar así, épocas arqueológicas antes del teléfono celular inteligente y de Tinder, un tiempo en el que ponerse a conversar a través de una computadora tenía todavía un sentido de aventura”.

El mail, cada vez menos utilizado, era un eco de las antiguas cartas: cartas que llegaban de inmediato, que producían respuestas inmediatas. Una cadencia antigua y moderna, a la vez. El chat, en algún momento, fue casi un subgénero del jazz: un diálogo casi musical de a dos, improvisaciones sobre un tema, que generaban una música nueva y propia. Quizás lo amoroso tenga algo de eso: un idioma que busca ser música, una forma de las palabras que anhela ser cuerpo, cosas, verdad.