El curador o la curadora de un museo o una galería de arte tiene la misión de proponer un determinado recorrido visual de las obras allí expuestas. Esa propuesta siempre implica una renuncia.
A lo largo de la historia se han discutido los modos en que esos recortes son lícitos o no, en determinados escenarios curatoriales. En nuestros días de súper abundancia de imágenes, este rol tiene una importancia agregada, y es lograr la focalización necesaria para que ese conjunto de obras, tengan la fuerza necesaria como para llegar al espectador de manera contundente.
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A los tradicionales planteos cronológicos o geográficos se opone el criterio comparativista. Éste contempla modos de acceso a las obras exhibidas y su jerarquización, con nuevas perspectivas.
El curador de arte ¿es también un creador?
El criterio comparativista quiebra una narrativa única y enfatiza relaciones desde diferentes parámetros que dan sentido al recorte: abordajes temáticos, formales y materiales, procedimentales y articulaciones de los movimientos artísticos. En definitiva, diálogos visuales entre las obras.
En una curaduría o montaje tiene que advenir algo del acontecer. Lo visual debería emboscar al espectador y sorprenderlo en una experiencia nueva. Por eso es un acontecimiento.
Sucede algo nuevo del orden de lo visual; visual como algo diferente a “visible” en términos de Didi Huberman: Un mundo distinto irrumpe y desgarra el horizonte habitual de nuestras percepciones. Despierta en nosotros asombro y misterio.
El espacio de montaje es para el curador un site specific donde pone en marcha un dispositivo armado por una compleja trama de hilos invisibles, a la manera de obra, siempre inconclusa, porque como ya hemos dicho, es un recorte. Es un dispositivo subjetivo, académico, poético, plástico y crítico.