Existen debates importantes y debates urgentes. A los primeros se los asocia con una discusión consciente y elaborada. Los segundos son el producto de un contexto crítico. Un ejemplo puede ilustrar este punto: que el Dibu Martínez sepa o no atajar penales es, en el contexto de la Copa del Mundo, algo importante. Pero esa cuestión se vuelve urgente cuando la final del Mundial se define por penales.
El bimonetarismo es un problema importante que se volvió urgente por el contexto reciente. La crisis es el telón de fondo de Argentina en los últimos años. Inflación galopante, ingresos deteriorados, pobreza en ascenso o falta de dólares en el Banco Central: cada uno de ellos puede ser el nombre o el apellido de nuestra situación reciente. En año electoral, algunos candidatos se atreven a nombrar su receta: dolarizar la economía argentina. Hasta hace no mucho tiempo, esa idea rondaba la periferia del debate económico.
En Argentina todo tiende a moverse demasiado rápido, sobre todo en períodos electorales: hoy está en boca de candidatos a la Presidencia con chances de ganar las elecciones. Si el contexto recargó de urgencia al debate sobre la economía bimonetaria, los presidenciables dolarizadores lo vuelven un debate importante. Entonces, demos el debate en serio, para que “dolarizar” no sea una consigna de sirenas, en un momento crítico en el que la moneda nacional se devalúa mes tras mes.
Si uno de estos candidatos asume el 10 de diciembre y cumple su promesa electoral, ¿cómo sería el día después de la dolarización? El 11 de diciembre se iniciará una primera tarea: canjear todos los pesos de la economía por dólares. Parece una tarea sencilla. Cambiamos los pesos en nuestros bolsillos y cuentas bancarias por dólares; hacemos desaparecer al peso.
Pero, ¿cuántos dólares nos van a dar por cada peso? Para resolver esa cuenta, debemos dividir la cantidad de pesos en la economía por las reservas internacionales en el Banco Central. Si hacemos esa cuenta con los datos de abril de este año, incluyendo los pasivos del Banco Central, el resultado sería un tipo de cambio de 7.070 pesos por dólar. Sí, de más de 400 (tomando el dólar blue) a más de 7.000 pesos por dólar. Un aumento del tipo de cambio de 1.668% (cinco veces mayor que la de 2001). Esta devaluación abrupta no sólo generaría mayor inflación, sino que también deterioraría fuertemente los ingresos de las personas.
En el contexto actual de Argentina, el gobierno entrante deberá embarcarse en una segunda tarea: reacomodar las cuentas fiscales. Esta tarea, a diferencia de la primera, ni siquiera amaga con ser simple. En un país dolarizado, el Estado ya no puede imprimir su propia moneda. Esto parecería ser una ventaja, dado el mal uso que se le ha dado en Argentina a esta herramienta. Pero hay que dejarlo muy en claro: la dolarización no impide que haya déficit fiscal: solo elimina una de sus fuentes de financiamiento. Esto deja tres alternativas: financiarlo con deuda externa, reducir el gasto o incrementar el ingreso del Estado (los impuestos).
Ecuador, una economía dolarizada desde principios de siglo, puede ser un espejo en el cual mirarnos. Entre 2011 y 2020, el Estado ecuatoriano gastó más de lo que recaudó, financiandose con deuda externa. La insostenibilidad de este proceso culminó con la reestructuración de su deuda en 2020 y un programa con el Fondo Monetario Internacional. En resumen, dolarizar no le impidió incurrir en déficit fiscales y endeudamiento insostenibles.
Pero Argentina no tiene más acceso al endeudamiento externo. Esa fuente está agotada. Por lo tanto, si se dolariza la economía, el único camino posible es un abrupto ajuste fiscal: reducir el gasto público o aumentar impuestos. En un contexto crítico, esto significa disminuir la inversión en bienes públicos (rutas, escuelas), jubilaciones, salarios públicos (docentes, policías, investigadores) y en programas sociales, o aumentar la ya elevada presión tributaria sobre el sector formal de la economía.
En conclusión, para imaginarnos el día después de la dolarización, tenemos que tomar el contexto actual, añadirle una devaluación abrupta (de casi 440 a 7.070), agregar un recorte generalizado de la asistencia estatal e incorporar un aumento de impuestos. Es cierto, todos cobraríamos en dólares, pero ¿cuántos dólares? La pregunta es una trampa y demuestra que la dolarización es irrealizable: no es factible que nuestros ingresos en dólares se dividan por 16.
La propuesta dolarizadora afirma tener una manera de evitar la pulverización de los ingresos: acumular dólares. Para lograr que el tipo de cambio sea de 400 pesos (valor del dólar paralelo al momento de escribir esta nota), se deben acumular 43.000 millones de dólares (similar a solicitar un nuevo préstamo del FMI). ¿De dónde saldrían semejantes montos? Los técnicos detrás de la dolarización sostienen -con notable liviandad- que, una vez anunciada la dolarización, existirá un impulso de confianza internacional que apoyará la medida y al nuevo gobierno, haciendo que la economía argentina rebose de dólares. En criollo: una lluvia de inversiones reeditada que, de no ocurrir, obligará a esperar el “segundo semestre”. Si la confianza no hace llover dólares, la sequía se expresará en los bolsillos de los argentinos.
La región no solo nos provee espejos imperfectos; también nos previene del facilismo y la demagogia. Luego de Argentina, ¿quienes registran una mayor probabilidad de incumplimiento de sus deudas? Son los países dolarizados (como El Salvador y Ecuador) y aquellos con tipo de cambio fijo (Bolivia). Esto se refleja en valores altos en su riesgo país. Prudencia frente a remedios mágicos: puede que la confianza internacional, aún luego de dolarizar, no llegue nunca.
El ejercicio imaginativo del día después de la dolarización evidencia que no es un hecho posible. Que fuerzas políticas presidenciables propongan dolarizar lo hace un debate importante. Por eso su discusión amerita seriedad. La marcha de la economía presiona para hablar de bimonetarismo y dolarización de manera urgente. Ahora bien, la conversación no puede rendirse a los profetas del día después. Dolarizar la economía argentina es un atajo al precipicio. En el contexto de un año electoral, ¿existirá la posibilidad de debatir seriamente una propuesta alternativa?.
*Analista de Economía de Fundar (Centro de Investigación y Diseño de Políticas Públicas).