En un tiempo donde la justicia federal enfrenta cuestionamientos por su opacidad, la lentitud en el avance de causas cruciales, las sospechas de vínculos espurios entre jueces, fiscales y el poder político, y el archivo o prescripción de expedientes de singular relevancia en los tribunales de Comodoro Py, es imperioso rescatar la figura de un hombre que encarnó el ideal de un Poder Judicial íntegro, transparente y comprometido con la verdad: el fiscal Federico Delgado.
El próximo 27 de agosto de 2025 se cumplen dos años de su fallecimiento, y es probable que, fuera del círculo de su familia, amigos y colaboradores en el Ministerio Público Fiscal, pocos medios recuerden su legado. La vorágine de la inmediatez noticiosa suele relegar al olvido a figuras imprescindibles como él, cuya labor marcó un estándar de excelencia en el ejercicio de la justicia.
Fede no solo se destacó por su espíritu de justicia, que impregnó cada una de sus actuaciones como fiscal, sino también por su honestidad intachable y la resistencia a cualquier presión o componenda que pudiera desviar su misión. Nunca fue sospechado de relaciones ajenas a su función, un mérito raro en un sistema donde las influencias políticas y económicas suelen permear las decisiones judiciales.
La última columna del fiscal Federico Delgado en PERFIL: "La puerta giratoria"
Tras su muerte, algunos medios recordaron sus aportes, sus escritos y sus opiniones contundentes sobre las fallas del sistema judicial, plasmadas en libros que desnudaron los engranajes de un Poder Judicial vulnerable a los intereses del poder. Sin embargo, pocos destacaron la profundidad de su trabajo en casos de enorme relevancia. Hace más de dos décadas, Delgado investigó incansablemente el endeudamiento externo de Argentina y el gran fraude asociado, acumulando pruebas, incentivando a peritos y apelando a la Procuración General de la Nación ante la inacción de los tribunales.
Su labor en casos como las coimas en el Senado, los “Panama Papers” y el escándalo de Odebrecht, entre otras, donde logró la declaración de uno de los principales responsables del reparto de sobres con dinero en América Latina —que involucró desde un primo del ex presidente Mauricio Macri hasta el ex director de la Agencia Federal de Inteligencia, Gustavo Arribas—, marcó un hito en la lucha contra la corrupción.
No menos significativo fue su papel en la causa “Time Warp”, donde investigó la muerte de jóvenes en un evento electrónico. En un giro indignante, Delgado fue objeto de una denuncia canallesca que lo llevó a ser citado a declaración indagatoria, tratado como un delincuente común cuando era él quien perseguía a los responsables. Soportó amenazas públicas en televisión y redes sociales por parte de procesados y sus abogados —uno de los cuales hoy ocupa un cargo público—, sin que el Ministerio Público Fiscal, que debía protegerlo, alzara la voz en su defensa.
Delgado nunca habló públicamente de la persecución judicial de la que fue víctima, de las causas armadas para apartarlo de su función ni de las indignidades que enfrentó, como ser citado como sospechoso por un magistrado que osó cuestionar su probidad, como si fuera un delincuente común. Fue una lucha silenciosa para desbaratar esas acusaciones injustas, un esfuerzo que culminó con su vindicación.
Su trayectoria como fiscal fue un testimonio de valentía y compromiso. No voy a citar todo lo que hizo en esa labor enorme como fiscal; baste decir que investigó a represores, violadores de derechos humanos, espías, banqueros, exfuncionarios, operadores judiciales, narcotraficantes y redes de trata.
Enfrentó amenazas de muerte, un sospechoso “accidente” automovilístico que pudo costarle la vida y la burla de algunos de los investigados por él. Sin embargo, nunca cedió ante las presiones ni el miedo a la destitución. Incluso cuando los acusados se convirtieron en querellantes, obligándolo a defenderse de imputaciones falsas, Delgado mantuvo su entereza, demostrando una fortaleza moral que lo distinguía.
Crítico implacable del Poder Judicial, no dudó en señalar los déficits del Ministerio Público Fiscal y los tiempos indefinidos de la Corte Suprema. En una de sus últimas reflexiones, afirmó: “A cualquier juez del país le llegan casos y tiene un plazo para decidir: un mes, dos meses, tres días. Nuestra Corte no tiene plazos para fallar. Eso es malo, fomenta el ‘muñequeo’ de expedientes. Se arregla con una ley”.
Sus intervenciones en los medios, donde explicaba con claridad los problemas del sistema, contrastaban con su silencio sobre las persecuciones personales que sufrió, una muestra más de su humildad y compromiso con la causa pública por encima de su propia defensa.
Si bien “Fede” iba a programas de televisión a contar el déficit del funcionamiento de la justicia, nunca habló de la persecución judicial de la que fue objeto, de que le armaron causas para apartarlo de la Fiscalía. Se tuvo la audacia de cuestionar su probidad y su ejemplar desempeño en la Fiscalía Federal, y pudo desvirtuar esa acusación injusta, hasta conseguir que todo se terminara.
Dos semanas antes de su muerte, lo visité en su casa. Pese a su fragilidad física, su lucidez y fuerza interior permanecían intactas. Hablamos de sus proyectos, de los textos que escribía y de su preocupación constante por la justicia y la realidad política, que analizaba con una mirada aguda y profunda. Apenas mencionó sus dolores y las limitaciones físicas que ya no podía ocultar, convencido, o queriendo convencerse, de que superaría la enfermedad que lo aquejaba.
En tiempos de magistrados complacientes, fiscales que sobreactúan y jueces que doblegan la ley en favor de intereses poderosos, Federico Delgado fue un faro de rectitud. Su conocimiento del derecho, su erudición en ciencia política y su comprensión de la filosofía enriquecieron su labor, permitiéndole abordar causas de gran relevancia institucional con una perspectiva única. Su libro póstumo, Politeia, es un legado que sintetiza sus reflexiones sobre el derecho, la justicia y los obstáculos que enfrentan, un testimonio de su valentía al exponer lo que otros callaban por conveniencia o temor.
Más allá de su trabajo como Fiscal, de sus publicaciones y el interés obsesivo en esa lucha por el derecho, Fede era una persona excepcional. Su capacidad para ofrecer una reflexión oportuna, un juicio prudente y una comprensión profunda de lo humano lo convertían en alguien en quien se podía confiar plenamente.
En una de sus presentaciones judiciales escribió: “Señor juez: no permita que la Constitución deje de ser una fuente de libertad para convertirse en un instrumento de miedo, un objeto que aplasta a las instituciones y a las personas que las ponen en movimiento. Lo que enlaza la condición humana es la vulnerabilidad existencial; el miedo la acrecienta. El trabajo de hacer cosas con palabras desde las instituciones tiene como horizonte la libertad”. Estas palabras resumen su visión de la justicia como un vehículo de emancipación, no de opresión.
Aunque ya no está entre nosotros, el camino que dejó trazado sigue siendo una guía para quienes creemos en una justicia transparente, independiente y al servicio de la verdad. Su vida y su obra son un sedimento imborrable que nos inspira a perseverar en la construcción de un Poder Judicial digno, recto y comprometido con el cumplimiento de la ley.