Si como escribiera reiteradamente Sartre, la muerte desarma las esperas confiriendo un sentido externo a lo que fue vivido, si en definitiva cambia la vida en destino, también es cierto que ese destino abre y renueva su vitalidad de proyecto toda vez que propicia el dinamismo de futuras lozanías. Y bien, la obra de Beatriz Sarlo, en sus recurrencias críticas, se avizora pródiga en sugestivas resurrecciones.
Hay una pedagogía de lecturas que atraviesa los múltiples registros de su expresión: clases, artículos académicos, libros, prácticas políticas en dispositivos culturales e incluso intervenciones mediáticas que supieron consistir en gestos de agonismo circunstanciado dentro de la tan mentada grieta.
El tiempo y las indagaciones de especialista harán lo suyo para construir perspectivas más adecuadas que la que cabe desplegar en este breve testimonio. Por caso, si puede reconocerse un método en el conjunto de sus textos, o incluso una matriz sistemática que pudiera habilitar definitivamente la adjetivación de sarleano para ese hipotético método, o bien para un estilo.
Al menos son reconocibles procedimientos estables en la aludida pedagogía transversal. Se trata de un arte de la lectura en superficie, que remueve capas de sentido hasta dar con claves de desciframiento de formas de la lateralidad crítica, iluminadas en los bordes, los detalles, fragmentos, orillas y umbrales que se vuelven signaturas de lo real.
En muchos de sus tratamientos de diversas formaciones sociales y literarias, encontramos este proceder de la periferia al centro, de la imagen fractal al espejo imposible de una totalización siempre en fuga. Cuando a propósito de Sarmiento afirma que “los detalles, lo superficial, lo aparentemente sin importancia, nunca son casuales para quien sabe leer”, refleja esa incidencia metódica de su propia manera de leer. Lo que se continúa bien con este pasaje de uno de sus trabajos sobre Borges: “Lo que parece discurrir en una superficie de acciones banales, al organizarse en una serie de hechos elegidos, revela no una profundidad que estaría en otra parte sino un sentido que está allí, doblado, en la superficie misma”. Esta puesta en superficie genera el deslizamiento metonímico hacia el lateral donde la potencia crítica se ejerce. Se esquiva así, con el sentido de literatura menor que Deleuze y Guattari atribuyen a Kafka y la propia Sarlo a Borges, “una política de la literatura donde todo tiene que responder a todo”.
La crítica de los procedimientos laterales que atribuimos a Sarlo, es ese otro modo de leer, por los costados y los pliegues, como ella misma interpreta que es el de Borges. Pero donde en lo personal encuentro un resultado magistral de este proceder, es en su abordaje de Ezequiel Martínez Estrada a través de “Marta Riquelme”, relato del clásico autor argentino. Partiendo de un supuesto cuestionable pero en principio aceptado: que puedan esgrimirse buenas razones para no releer a M. Estrada después de Contorno, de Marx y de Sartre, Sarlo hace de la ilegibilidad del texto de Marta Riquelme en la ficción del cuento, el instrumento para volver legible la ilegibilidad de M. Estrada. Una vez más, en un pequeño trozo de la obra del escritor, se captura un efecto fractal de lo menor y lo lateral, si se compara el relato con los intensos y extensos libros de M. Estrada sobre la pampa, Buenos Aires, Martín Fierro o el peronismo.
Pienso que incluso sus intervenciones mediáticas más connotadas y sus artículos en la revista Viva podrían ser comprendidos, cual reducción a viñetas, como otros tantos ejemplos de esta puesta en superficie, del ejercicio lateral de la crítica. Un estilo de escritura y de pensamiento que quizá se haya originado en sus clases en la Facultad de Filosofía y letras de la Universidad de Buenos Aires. Conjeturo que las virtudes pedagógicas testimoniadas por estudiantes a lo largo de décadas pervivirán en su obra escrita.
*Filósofo