Finalmente, la elección no se dirimió en los espacios virtuales, como suponían los sofistas y los expertos de ocasión, sino en los reales. No eran los focus groups (ese remedo del laboratorio en donde Pavlov experimentaba con sus perros), ni las redes sociales, ni los mercados (sociedades verdaderamente anónimas de irresponsabilidad ilimitada) los que iban a votar, sino las personas de carne y hueso, con penurias cotidianas, con necesidades postergadas, con dramas perentorios. Los manipulados, los ninguneados, aquellos a quienes se intentaba conformar con un optimismo fácil, sin fundamentos, inescrupuloso. Ni brotes verdes, ni pobreza cero, ni segundos semestres, ni el mejor equipo de los últimos cincuenta años. Los seres de carne y hueso que votaron ayer no van a Davos, no participan de glamorosas cenas en los G-20, no se codean con funcionarios lisonjeros de países centrales que les endulzan los oídos con frases hechas. Los votantes reales pierden sus trabajos, cierran sus pequeños negocios, quiebran en sus pymes, no llegan a fin de mes, ven subir astronómicamente las tarifas de servicios siempre pésimos, ven evaporarse sus ahorros, son devorados por una inflación que no se arregló en 15 minutos (según la bravata inicial) ni en cuatro años.
Los seres reales, los no virtuales, los encarnados ejercieron el único voto que parece existir en la Argentina desde Menem en adelante. El voto castigo. Nunca el voto esperanza, nunca el voto visión de futuro, nunca el voto a programas, a ideas, a cosmovisiones convocantes. Siempre el voto del hartazgo y de la bronca. A juzgar por los resultados de las PASO (que no fueron ni siquiera una primea vuelta como se especuló, sino que resultaron primera vuelta y balotaje en un solo acto) la bronca y el hartazgo están en su momento más intenso y furibundo. Una y otra vez esa bronca y ese hartazgo llegan como némesis para la soberbia de los que gobiernan. Pero nadie aprende. El que sigue, el próximo, vuelve a prometer la fundación de una nación que ya existe y vuelve a la ceguera y a la soberbia hasta el próximo voto castigo. La espiral no se detiene. Los hartos, los furiosos, los reales, castigan y olvidan hasta que vuelvan a hartarse. Los castigados regresan. El tiempo sigue su marcha y allá lejos, como un pequeño punto que se va desvaneciendo en el espejo retrovisor, queda un país llamado Argentina. El país del eterno voto castigo, del voto sin porvenir. El país del eterno retorno.