Claudio Hugo Lepratti, nacido en Concepción del Uruguay, Entre Ríos, en 1966, fue asesinado en 2001 por la policía santafesina bajo el gobierno de Carlos Reutemann. El Pocho, como se lo conoce, es la cara más célebre de la lista que enluta el final del gobierno de la Alianza.
Un aspecto poco mencionado de su vida es que era profesor de filosofía: el “Ángel de la Bicicleta” estudió en el Instituto San Juan Bosco de Rosario, donde obtuvo su diploma de Profesor de Filosofía y Ciencias de la Educación. Allí produjo un ensayo que permanece inédito, aunque ha sido compartido en distintas redes comunitarias en los últimos años. Lo tituló “La realización del hombre en la comunicación” y se puede descargar desde aquí: https://bit.ly/lepratti.
Referentes. En ese texto, Pocho utilizó perspectivas de referentes de la filosofía contemporánea para analizar la relevancia de la comunicación, a partir de un ser humano situado, no como concepto abstracto o sujeto teórico, sino del trabajador concreto y existente en Ludueña, barrio en que tejía su labor solidaria. Un hombre que sufre el desarraigo y la pérdida de sus referencias vitales anteriores: “un habitante de la Villa, originariamente chaqueño o correntino, campesino hasta hace una década o dos, hoy obrero: albañil, panadero o metalúrgico”.
De la mano de Albert Camus, su análisis pone énfasis en “el sufrimiento profundo de los prisioneros y los desterrados, vivir con una memoria que no sirve para nada”. Tras ubicar su “objeto de estudio”, reflexiona: un fenómeno permanece inexplicable ante “la imposibilidad de comprender las complejidades de las relaciones entre un hecho y el contexto en el que tiene lugar, entre un organismo y su medio”.
Recurre a Emmanuel Mounier y a Gabriel Marcel, pensadores franceses de peso en el progresismo cristiano. Sostiene que “la persona sólo se libera liberando. Y está llamada a liberar a las cosas como a la humanidad”. En línea con la teología de la liberación, no teme incorporar ideas de Marx, con quien coincide en “elevar la dignidad de las cosas humanizando la naturaleza”, y a quien ve “próximo al cristianismo, que da a la humanidad vocación de redimir por el trabajo, redimiéndose, a una naturaleza que el hombre arrastró en su caída”. Un enfoque que cruza, sin plena conciencia todavía, una incipiente mirada ambiental con base humanista.
Cuestiona el aislamiento individualista del mundo actual, citando a Martin Buber, el filósofo judío para quien solo en el diálogo y la tolerancia el ser humano se realiza en plenitud. Ideas que hacen de Buber un pensador al que, hoy más que nunca, se debe recurrir ante quienes alientan alternativas beligerantes del estilo “ellos y nosotros”. Para Buber, cita Pocho, la persona humana “se torna un Yo a través del Tú”. Las otras personas no la limitan, la hacen ser: “No existe sino hacia los otros, no se reconoce sino por los otros, no se encuentra sino en los otros”. Por eso “es necesario partir de este hecho: quien se encierra en el yo no halla jamás el camino hacia los otros”, dice Lepratti enlazando al filósofo judío con el filósofo cristiano Mounier.
"La persona solo se libera liberando", dice en línea con pensadores del progresismo cristiano
Política y comunidad. Desde esa perspectiva aborda lo político y lo comunitario: “Yo trato al prójimo como a un objeto cuando lo trato como a un repertorio de informaciones para mi uso, o como un instrumento a mi disposición, cuando lo catalogo sin apelación”. Evoca, sin mencionarla, una de las formulaciones más preciosas del imperativo kantiano: la prohibición de considerar a la persona humana un medio para mis fines.
De Mounier toma un replanteo del “cogito” cartesiano (el “pienso, luego existo”), diferente de aquel que había propuesto Descartes, individualista y con riesgo de deslizamiento al solipsismo, como se advirtió temprana pero vanamente. El de Mounier (y del Pocho) se basa en la alteridad y en el amor: el amor pleno como reconocimiento del otro en tanto otro. El acto de amor como certidumbre más fuerte del ser humano; este nuevo cogito “da existencia irrefutable: amo, luego el ser es y la vida vale la pena de ser vivida”. Tratar al otro como a un sujeto, es decir como a un ser presente –afirma– es reconocer que no puedo definirlo ni clasificarlo, es concederle crédito, es “esperarlo”, “esperanzarlo”.
Eso lo lleva a rechazar un esencialismo antropológico: las personas pueden cambiarse a sí mismas y cambiar su entorno, porque las personas pueden comunicarse. “Es necesario que haya entre las personas una medida común, nuestro tiempo rechaza la idea de una naturaleza humana permanente, porque toma conciencia de las posibilidades aún inexploradas de nuestra condición”. Y ante la dificultad que esa conclusión conlleva para un pensamiento cristiano, sostiene que “no implica negar al hombre toda esencia y toda estructura. Si todo hombre no es sino lo que él se hace, no hay ni humanidad, ni historia, ni comunidad”.
Cristianismo y fin de la historia. Lepratti ve continuidad entre la idea cristiana primigenia de “un género humano con una historia y un destino colectivo del que no puede ser separado ningún destino individual” (la Iglesia de las comunidades de los primeros siglos, aquella que temió el poderoso Imperio Romano hasta que la absorbió quitándole impulso transformador) y “el universalismo del siglo XVIII y luego el marxismo”. Y cita al sacerdote Edgardo Montaldo (fallecido en 2016), a quien nombra como “el teólogo de Ludueña”, en la propuesta de “volver a las primeras comunidades cristianas donde no había entre ellos necesitados”.
Cita a Martín Buber, el filósofo judío: la persona humana "se torna un Yo a través del Tu"
Por entonces mucho se hablaba del “fin de la historia”, la tesis del filósofo estadounidense Francis Fukuyama: el capitalismo y la democracia iniciaban una era feliz de estabilidad. Lepratti rechazaba de plano la idea: “No estamos al final de los tiempos. Recién comenzamos, está todo por hacer, hemos dejado la adolescencia y comenzamos a crecer en conciencia, queda casi todo el camino a recorrer”.
Pocho concluía: “Cada persona es una geografía, sobre la que ella misma, y sólo ella, tiene las herramientas para operar. Así es que no podemos, si no es con ella, dar respuestas a las preguntas, al sinsentido de nuestro hombre desarraigado”. Para eso, la humanidad debe reconocer la participación dialógica de cada ser humano. Se trata de un trabajo caracterizado por un humanismo profundo y esperanzador, con elementos de perspectivas filosóficas heterogéneas que procura conciliar: un comunitarismo de raíz cristiana, una mirada informada por la ciencia y una intuición superadora del dualismo típico de la filosofía occidental (“No puedo pensar sin ser, ni ser sin mi cuerpo”).
Solidaridad. El texto de Pocho Lepratti revela la perspectiva que impregnó su accionar de solidaridad, de fe en la capacidad colectiva de organizarse ante la injusticia, la desigualdad o la opresión. Son las ideas que animaron su trabajo en el barrio de Ludueña, entre los jóvenes excluidos de la ciudad de Rosario. Las que lo llevaron a tejer una red relacional que los rescatara de las lacras del sistema, algunas de las cuales señala en su ensayo, cuando incluye en la geografía de la villa a esos chicos “de 13 a 25 años, preocupados por tener pilchas y poder ‘chupar’ o conseguir, de cualquier modo, poxirrán para la bolsita u otra droga, sin otro horizonte de deseo”.
Quienes después de su muerte descubrieron con asombro la labor de Lepratti en las barriadas rosarinas, verán su silueta en esos conceptos filosóficos a los que se asomó durante su formación, ya embebido por lecturas que proponían un diálogo entre seres humanos, una capacidad de empatía para pensar en “un mundo en el que haya lugar para todos los mundos”, un yo inconcebible sin un tú. Una concepción de la vida y la convivencia en la que la riqueza está en la persona y no en los bienes, y en donde como diría Paulo Freire, “nadie libera a nadie, nadie educa a nadie: los seres humanos se liberan y se educan en comunión”.
Este texto construido -seguramente- a las apuradas en medio del trabajo para sobrevivir y de la labor para vivir, muestra una batalla filosófica entre la pesadumbre de la villa y la gloria de la redención humana en cada acción. Permite conocer un poco mejor al “Ángel de la Bicicleta”, sobre qué sustentos conceptuales descansaba su labor en pos de ese ser humano concreto, de carne y hueso. Ése que alguna vez lo vio pasar en su bici, lo vio organizar un comedor o una murguita, y quizás un día aciago, lo vio morir, atravesada su tráquea por un balazo policial.
En este texto, como en las pintadas callejeras, Pocho vive. Y vive también su pensamiento.
*Licenciado en Filosofía y periodista. Integra la cooperativa periodístico-cultural El Miércoles, en Entre Ríos.