El domingo 23 de mayo, el economista Federico Sturzenegger publicó en este diario un artículo en el que, en tono pesimista, vaticina el triunfo del peronismo en las elecciones presidenciales de 2023. Con el solo propósito de enriquecer el análisis político y contribuir al debate público, quisiera expresar mi disidencia con su línea de razonamiento.
En su columna, el ex diputado sostiene que “algunas ideas básicas de la ciencia política” lo conducen a adelantar ese resultado electoral. Utilizando el conocido concepto del “votante mediano” (aquel que está ubicado en el centro de una determinada distribución de las preferencias del electorado), argumenta que como el votante mediano argentino mira con mejores ojos al Estado que al mercado, entonces el peronismo ganará la elección. El concepto del votante mediano postula que, si su partido preferido gana, matemáticamente se garantiza la satisfacción del mayor número de votantes, pero no necesariamente predice el triunfo del partido que consigue su voto. El resultado de la elección dependerá de otros varios factores, como el sistema electoral, por ejemplo. Además, ese concepto pertenece a la “teoría de la utilidad social”, que en la ciencia política convive con otras teorías alternativas, también útiles. Por lo tanto, y en primer lugar, el lector no debería interpretar el razonamiento de Sturzenegger como una evidencia inevitable ni unívoca de esa disciplina.
El ex diputado argumenta que el votante mediano mira con mejores ojos al Estado que al mercado
En segundo lugar, aun cuando legítimamente se eligiera la teoría de la utilidad social para hacer análisis o predicciones, el modelo asume muchos supuestos que no siempre están presentes en el mundo real. Para Sturzenegger, las opiniones de los votantes se distribuyen en una sola línea continua en la que en un extremo está el Estado total y en el otro extremo está el mercado total. Pero en nuestro país no es esa la discusión que organiza la competencia política.
En la Argentina las posiciones promercado han sido (y son) extremadamente minoritarias: los partidos liberales han sido débiles y efímeros, las dictaduras han sido mayormente estatistas, y el empresariado se ha caracterizado más por la captura de beneficios particulares y la creación de nichos regulados que por la inversión a riesgo. Tampoco el PRO, el partido de Sturzenegger, ha propuesto grandes cambios orientados a achicar el Estado o a reducir las transferencias de ingresos hacia los sectores más pobres. En otras palabras, nuestro votante mediano no se encuentra a medio camino entre la valoración del Estado y del mercado.
Lo anterior no sería un problema para la utilización del modelo, pero en tercer lugar, y como se dijo, Sturzenegger asume que ese sesgo hacia el Estado de la sociedad argentina hará que la balanza se incline por el peronismo. Pero no es nada claro que el no peronismo esté más inclinado por el mercado que por el Estado. Ya hemos mencionado al PRO. En cuanto a la UCR, se trata de un partido que, aunque heterogéneo, difícilmente pueda ser identificado con el mercado. Y la Coalición Cívica es básicamente un desprendimiento de la UCR y comparte su tronco doctrinario. Quizá Juntos por el Cambio pierda la elección en 2023, pero es difícil que sea por el clivaje que señala el ex funcionario. Para que sucediera de esa manera, debería imponerse la interpretación de la política que impulsa el kirchnerismo (y que no todo el peronismo comparte, por cierto) de que todo lo que no es kirchnerismo es neoliberalismo. El artículo de Sturzenegger, seguramente sin proponérselo, parecería compartir esa simplificación más propia de la lucha política que del conocimiento científico.
En cuarto lugar, aunque siempre hay discusiones entre los especialistas y nunca hay un saber definitivo, es analíticamente muy difícil creer que la dinámica de la competencia política de la Argentina pueda ordenarse en base a un continuo entre Estado y mercado, o incluso entre izquierda y derecha. En rigor, es más útil pensarla con una lógica de gobierno y oposición: de hecho, vemos muy seguido que los opositores de hoy critican medidas que ellos mismos promovían cuando estaban en el gobierno, y gobernantes que promueven políticas que criticaban cuando estaban en la oposición.
Esa flexibilidad programática también se advierte mejor si se interpreta la política argentina con sus raíces históricas: la dicotomía ente peronismo y no peronismo (y las identidades resultantes de ella) sería entonces analíticamente más útil que la idea de que los individuos votan por un partido u otro a partir de sus opiniones previas. De esta manera se entendería mejor, por ejemplo, el hecho de que hace pocos años el peronismo era (incluidos muchos kirchneristas de hoy) el partido que justificaba e implementaba políticas neoliberales extremas sin perder por ello su base electoral, mientras que los radicales y otros sectores progresistas denunciaban el desmantelamiento del Estado y el fanatismo por la competencia en el mercado. De arraigadas ideologías estatistas o mercadistas, poco y nada.
El futuro de nuestro país no quedará congelado en la reproducción electoral de creencias
Finalmente, y en quinto lugar, es probable que ante escenarios de incertidumbre el votante precavido prefiera aferrarse a la protección social actual antes que arriesgarse a los más lejanos beneficios de un cambio. Es comprensible. Pero no es cierto que eso necesariamente lleve a evitar el progreso, como sostiene Sturzenegger. Como politólogo, estoy convencido de que la política no es un mero reflejo de la economía o de la estructura social, y de que, por lo tanto, el futuro de nuestro país no quedará congelado en la reproducción electoral de creencias o patrones que ya existen en la sociedad (y que en parte nos han traído hasta aquí). La política tiene la autonomía suficiente para cambiar la realidad y producir, por ejemplo, liderazgos y/o acuerdos que propongan a la ciudadanía visiones y perspectivas novedosas de reformas modernizadoras sin que impliquen riesgos altos ni pérdidas permanentes para grandes sectores de la población.
Particularmente en esta hora, la Argentina necesita que sus elites políticas, económicas e intelectuales hagan su mayor esfuerzo en comprender la complejidad del momento y en pensar y ofrecer, sin bajar nunca los brazos, soluciones posibles para alcanzar un destino distinto del derrotismo y la desilusión.
*Politólogo. Presidente de la Sociedad Argentina de Análisis Político (SAAP).