Estamos ante un momento trascendental para la vida de nuestro país como es el hecho de elegir el presidente que nos gobernará los próximos cuatro años. La decisión se torna más compleja en la presente situación de profunda grieta dónde el diálogo parece cada día más difícil y los desvalores parecen superar toda buena voluntad posible.
Luego de un largo y cansador proceso nos quedan como únicas opciones dos candidatos no deseados por muchos. Por un lado tenemos un candidato que es presentado como un amigo de los empresarios pero también bajo la ideología soviética, un candidato que es capaz de saltar del Estado de bienestar al ajuste, del valor del Estado a la necesidad de su recorte; todo mientras impulsa una campaña del miedo impresionante.
Por el otro lado, tenemos una derecha que por momentos se muestra avasallante y sin concesiones pero que, a la vez, se la ve con muy poca estructura y parece tener todo sostenido solamente en un líder carismático que prometió una reforma del sistema político bajo el título de acabar con la casta.
Sin embargo, la pureza que proponía Milei se cayó después de la elección general que marcó un techo para esta versión y se vio obligado a unirse a una parte de la casta política, con Mauricio Macri a la cabez, para poder tener aspiraciones presidenciales y quedar en competencia buscando los puntos que le faltan para la consagración definitiva.
Por su parte, el equilibrio inestable de Sergio Massa como amigo de todos se empieza a resquebrajar a la par que la campaña se vuelca a los hechos de corrupción y de infiltraciones en la vida privada de muchos de los argentinos. Eso desgasta y lleva la narrativa a territorios complejos de defender. El ocultamiento de las raíces del ministro candidato y las de sus socios políticos empieza a quedarse sin espacio a medida que se hace evidente que la Cámpora seguirá siendo parte fundamental del gobierno.
Sergio Massa adelantó qué pasará con Cristina Kirchner si Unión por la Patria gana las elecciones
Cristina misma trata de ocultarse y fingir que no tiene nada que ver con el asunto, pero la pregunta de qué papel va a jugar la “¿antigua? jefa” aparece cada día más junto con la certeza de que va a tener un rol central para que su gente mantenga cargos de relevancia en la columna vertebral que sostiene al massismo.
Massa insiste en que no será así porque sabe que la sola mención de Cristina es un repelente para todos los votos que le quedaron afuera en las generales; pero, por más que quiera también que sea así, sabe que no va a poder sacarse el lastre del cristinismo sino tras muchos años de intensos trabajos y muchas alianzas externas al entramado actual que lo pone en la competencia.
Aunque se promulga libre, no lo está y se sabe preso antes de gobernar. Por eso mismo no puede mostrar las novedades que propone, simplemente porque no las tiene.
Milei, tras las generales, también perdió su libertad y ahora está preso de Mauricio Macri. Debe tomar las decisiones en conjunto (sino siguiendo al pie de la letra) con las que le dictan el ex-presidente y sus asesores de campaña. Con esto, en muy poco tiempo dejó de ser el león disruptivo y estrafalario que venía a devorarse a todo el sistema para convertirse en el ¨gatito mimoso¨ de Mauricio Macri.
Espionaje y campaña sucia, una costumbre en todas las elecciones
La política argentina como si se tratara de un trauma psicológico, vuelve con otras caras y otros nombres a la misma grieta de siempre.
En este atolladero, el papel de los votantes independientes se empieza a volver central. Esta centralidad que nos muestra que la política se encuentra desconectada de la gente es lo que hace que estos votantes independientes se encuentran desconectados de la realidad. Lo único que logran hacer los electores es debatirse entre estar temerosos por lo que pueda venir y tristes, incrédulos y hartos de tener que resignarse a aguantar siempre lo mismo.
Dos candidatos no deseados por algunos
Sergio Massa debe luchar contra su credibilidad. Esta imagen de amigo de todos tiene su contrapartida en la del ¨ventajita¨ que pasó por distintos estadíos (algunos muy contradictorios entre sí), entre los cuales la única continuidad que se percibe es que siempre opinó en función de lo que le convenía según la coyuntura. A veces bien contra uno y a veces mal contra él mismo, pero siempre con la certeza de que, tranquilamente, en la siguiente declaración, podría dar vuelta lo dicho y borrar con el codo lo que había escrito con la mano.
El desafío de Milei es presentarse con una imagen de cordura y de mesura que logre borrar la imagen del bravucón, de hombre sin paciencia, del pequeño dictador que no puede enfrentar la crítica con la tranquilidad del diálogo.
Por lo pronto, Massa no ha mostrado absolutamente nada a nadie. Apenas pudo mostrar como prenda de unidad a Juan Manuel Urtubey pero del resto, aunque haya mendigado por todos los rincones, no pudo lograr nada antes de que lo sacaran corriendo. Milei deberá contestar si su gabinete original será el mismo o será, como dicen muchos, parcelado con (o directamente decidido por) Mauricio Macri.
Las opciones están más abiertas que nunca. Ahora que cada uno debe optar, estamos a la espera del debate del próximo domingo. Los debates nunca fueron demasiado importantes para definir la tendencia general de los votos, pero este domingo, en un contexto tan polarizado, parece fundamental.
Elegir entre dos candidatos “impuros”
La gente quiere ver a sus opciones en acción, quiere ver qué tendrán para decir, cómo responderán, cómo actuarán. Van a ver cómo interactúan y estarán atentos para ver si alguno pierde la calma o no para decidir el voto del que no es su candidato.
Por eso este domingo empieza oficialmente la campaña final en la que se verá quién puede mostrar la certeza de gobernabilidad y de proyecto. Sin embargo, la verdadera gran duda que resta es si la democracia encontrará la forma de lograr gobernabilidad institucionalizada. Es decir, si tendremos la capacidad de formular e implementar políticas públicas para una sociedad angustiada y con profunda incertidumbre.
Hoy el mundo está en crisis, la crisis no es un atributo exclusivo de la Argentina. Para poder empezar a respetarnos dentro de nuestro país debemos mirar qué pasa en el mundo. El que logre, en los últimos 15 días de campaña, mirar al mundo para poner a la Argentina en el sitio que pueda tener y le corresponda, el que pueda decirle a la gente la realidad de lo que estamos viviendo y hacia dónde vamos, puede tener gran parte de la elección ganada.
Necesitamos, más que nunca, superar los desajustes, las demandas sociales, las crisis financiera y la ineficiencia del sector público. Hay que aprovechar las oportunidades que nos puede brindar este mundo partido en lo social, en lo económico y en lo político. Para eso debemos pensar en conjunto. Esto no es solamente una responsabilidad de la clase política, sino que es una decisión de toda una sociedad en llamas y angustiada que necesita expresarse votando por cualquiera de los dos candidatos de manera responsable y comprometida.
El desafío de la participación ciudadana, en el marco de un Estado democrático de derecho, equivale al compromiso social y político de fortalecer una ciudadanía activa y responsable. Nuestro país merece y necesita que el pueblo sea protagonista.