En agosto de 2020, cuando las restricciones impuestas por nuestro gobierno para enfrentar el Covid-19 se habían convertido en parte de nuestra cotidianeidad, escribí en este mismo espacio una columna titulada: “Coronavirus y el Leviatán”, en la cual advertía cómo nuestro país adquiría, día a día, características propias de un moderno reino del Leviatán, en el cual, so pretexto de protegernos de una tremenda emergencia sanitaria, se avasallaban nuestras libertades.
Casi dos años después, en abril de 2022, publiqué una nueva columna evaluando sus consecuencias con el fin de aprender de nuestros errores para no volver a repetirlos. Utilicé para ello las experiencias de Suecia y Uruguay, dos sociedades que enfrentaron la pandemia respetando la libertad.
A modo de ilustración, recordemos sencillamente cuando a principios de mayo 2020 Alberto Fernández ejemplificó el caso de Suecia como un contraejemplo de lo que se debía hacer: “Cuando a mí me dicen que siga el ejemplo de Suecia la verdad lo que veo es que Suecia, con 10 millones de habitantes, cuenta 3.175 muertos por el virus. Es menos de la cuarta parte de lo que la Argentina tiene. Es decir que lo que me están proponiendo es que de seguir el ejemplo de Suecia tendríamos 13 mil muertos”. Es claro que la evidencia demostró una realidad diametralmente distinta.
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¿Qué podemos aprender de lo sucedido? Toda restricción a la libertad genera costos que van mucho más allá de lo económico. Pensemos sino en Suecia, donde los niños y jóvenes menores de 16 años no perdieron días de clase y comparémoslo con nuestra realidad.
Los costos para nuestros niños del moderno reino del Leviatán en que se convirtió la Argentina recién comienzan a manifestarse y son aún mucho peores que los 130.000 muertos que registran las estadísticas.
En el próximo diciembre, al hacerse públicos los resultados de la evaluación PISA llevada a cabo en septiembre de 2022, tendremos una nueva evidencia de ello.
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Educación como prioridad
¿Qué podemos aprender de lo sucedido? Centremos nuestra atención en la política educativa seguida en ese entonces por Suecia. Al respecto, The Telegraph, periódico londinense fundado en 1855, publicó el pasado 10 de marzo una entrevista a Anna Ekstrom, ministra de Educción de Suecia durante la pandemia, quien explicó detalladamente porqué Suecia decidió mantener abiertas sus escuelas.
En palabras de Anna Ekstrom: “Como ministra de Educación de Suecia me enfrenté a una pregunta increíblemente difícil en marzo de 2020: ¿debíamos mantener nuestras escuelas abiertas o debíamos cerrarlas? Seguí el consejo de nuestros científicos y expertos. Mantuvimos abiertos nuestros centros primarios, secundarios inferiores y preescolares durante casi toda la pandemia”, dijo la ex ministra de educación.
“A lo largo de la pandemia, seguimos la ciencia. Nuestros expertos fueron muy claros: no había evidencia para apoyar un confinamiento. Del mismo modo, nunca recomendamos máscaras para los estudiantes. Podían usarlas si lo deseaban, pero no había ningún requisito”, continuó Anna Ekstrom.
Sí, tal cual, el gobierno sueco respeto la opinión de los expertos, de los verdaderos expertos, aquellos que evaluaron los costos y no tan sólo los potenciales supuestos beneficios de sus recomendaciones, para tomar una decisión que salvó la vida futura de miles de niños y jóvenes.
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Es claro que en Suecia la educación es una prioridad, como lo testimonia la ex ministra al afirmar que al evaluar los costos y beneficios de no cerrar las escuelas se concluyó que: “mantener a los niños aprendiendo era vital. Nos preocupaban los que vivían en pequeños apartamentos, sin espacio para aprender o para hacer ejercicio. Ampliar el tiempo con amigos es una parte importante de la vidade los jóvenes”.
No existe duda que durante la pandemia la educación de nuestros niños y jóvenes jamás fue una prioridad, sino todo lo contrario. Las escuelas no fueron ni por lejos lo primero en reabrirse y de no haber sido por la incansable lucha de agrupaciones de madres, el retorno a la presencialidad hubiese ocurrido mucho más tarde, frente a la férrea oposición de los sindicatos docentes.
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Pero en realidad no había razón para esperar algo distinto. Al fin y al cabo, la educación tampoco ha sido una prioridad en nuestro país antes de estallar la pandemia, como lo evidencia sistemáticamente el resultado de las evaluaciones PISA, o cualquier otro indicador que se prefiera utilizar; no lo ha sido tampoco después de ella, ni lo es hoy, ¿o acaso algún lector puede pensar lo contrario?
Frente al proceso electoral que se está iniciando es imprescindible que la educación se convierta en una prioridad en los hechos, no tan sólo en los inflamados discursos electorales. De lo contrario los años pasarán y las más absurdas explicaciones continuarán escuchándose al conocerse los resultados de cada nueva ronda de PISA, en la cual la Argentina decida participar.
* Rector de la Universidad del CEMA y Miembro de la Academia Nacional de Educación