A mi izquierda la pared! Ésta es una recordada frase de Néstor Kirchner siendo presidente de la Argentina. Quería expresar que, en el marco de las relaciones de poder existente, los cambios que él intentaba llevar adelante planteaban lo más lejos que se podía llegar desde el campo que suele denominarse “progresista”.
En ese contexto, uno de los pilares de su política económica descansaba en el denominado “superávits gemelos”. Es decir, cuentas fiscales ordenadas y superávit en el comercio exterior. Desde la lógica política que manejaba el primer mandatario, ambos eran requisitos para que el gobierno tuviera el suficiente margen de maniobra para actuar sin mayores condicionamientos.
En esa decisión de gestión se evidencia una lógica difícil de refutar: si quiero que el Estado sea un agente transformador de la realidad económica y social, necesito que tenga superávit fiscal, y además, que cuente con una estructura administrativa relativamente eficiente. ¿Qué transformación virtuosa puede llevar adelante un Estado débil desde el punto de vista financiero y de su capacidad de gestión?
Está claro que eficiencia y cuentas fiscales ordenadas expresan aspectos distintos sobre el funcionamiento del Estado. Pero ambas son vitales si se pretende transformar la realidad utilizado al Estado como herramienta. Particularmente, si el Estado tiene que afrontar a grupos de poder para llevar adelante cambios importantes en la estructura económica y social de un país, difícilmente pueda hacerlo desde una posición financiera o gerencialmente débil.
En la mayor parte del pensamiento de la izquierda tradicional, plantear la necesidad de abordar la solvencia financiera y de gestión del Estado es catalogado como un “discurso de derecha”. Sin embargo, es precisamente un programa de gobierno con orientación progresista el que más necesita de un Estado con alta capacidad de gestión y con cuentas ordenadas. Esto es así debido a que solo un Estado fuerte puede enfrentar el desafío de generar cambios profundos en las reglas de juego de la sociedad.
En el libro Una vacuna contra la decadencia desarrollamos los ejes centrales de una estrategia que lleve a ordenar el Estado. Estoy convencido que estas líneas de acción son a todas luces necesarias para salir del largo ciclo de involución que sufre la Argentina. Pero son imprescindibles si este desafío es asumido por un gobierno de izquierda.
El compartido discurso de generar crecimiento con inclusión es solo un relato, si no contamos con un sector publico financieramente sustentable y no mejoramos sustancialmente la calidad de la gestión pública.
Ni siquiera el rol del Estado como encargado de una redistribución compensatoria es creíble frente a la sociedad si no cuenta con mínimos estándares de calidad la gestión. Tampoco el Estado puede tener una estrategia adecuada en términos de intentar democratizar la economía de mercado, si su estructura administrativa es poco confiable y escasamente profesionalizada. La experiencia argentina durante los últimos años es elocuente al respecto.
*Co-autor de Una vacuna contra la decadencia.