Lo que ocurra en esta historia está solo en tus manos. Tendrás que sortear grandes peligros y una mala decisión podría acabar en desastre...
Pero no desesperes. En cualquier momento puedes retroceder y elegir otra opción, alterar el curso de tu historia y cambiar tu destino”. Así comienza el primer libro de Elige tu propia aventura, la colección infantil que se convirtió en un clásico para las últimas generaciones.
En Argentina estamos inmersos en un proceso eleccionario que desembocará en el inicio de un nuevo gobierno nacional. Como ciudadanos con derecho a voto, tomaremos una decisión que no es un juego ni un relato de fantasía. Es real y conlleva la responsabilidad de elegir el estilo de liderazgo que consideramos el más apropiado para gobernar.
Que la crisis de valores, económica, política y social se agrave y, aun, se profundice hasta el desastre, es una posibilidad concreta. Sin embargo, y como propone la saga de estos libros, la decisión está en nuestras manos. Contribuir para evitarlo y encaminar soluciones.
A diferencia del relato literario, en el presente argentino no existe margen social y económico para retroceder, en caso de tomar malas decisiones.
Estamos, entonces, frente a la hora de la verdad.
Estas elecciones son diferentes de cualquier otra que hayamos experimentado en nuestra joven democracia. Estamos en el fondo de un pozo desde donde emerger o desde donde profundizar la caída.
Para emerger, necesitamos liderazgo de época que genere un punto de inflexión. Un estilo de liderazgo distante de un espíritu mesiánico, una impronta autoritaria y/o un comportamiento paternalista y populista.
Si preguntásemos en una encuesta: “¿Quisiera usted que el próximo presidente sea un salvador del país y la sociedad crea que es un elegido que tiene la única salida?”, la respuesta, muy probablemente, sería que no. Sin embargo, es tal la descomposición del tejido social, el desencanto y la incertidumbre, que muchas personas podrían votar en esta dirección.
Luego, tenemos el líder autoritario que cree y dice: “Hay una única manera posible para arreglar esta crisis y esa manera…, es la mía”. El líder autoritario tiende a comportamientos impulsivos, con violencia verbal y hasta corporal con extremada gesticulación para imponerse. Alzar la voz hasta el mismo grito es usado como límite para cualquier otro que no piense del mismo modo y responde a su “liderazgo”.
Después está el líder paternalista y populista, que busca impregnar en los demás la idea de que tiene la responsabilidad, el poder y los recursos para protegerlos. Para eso, apela a cualquier mecanismo, en especial, la manipulación discursiva y material.
Asimismo, es necesario advertir que el líder paternalista suele esconder y usar dispositivos autoritarios. El autoritario, apoyarse en el sesgo mesiánico; y el mesiánico, apelar al autoritarismo y al rasgo populista. Los tres se mueven con estilos que les permiten alcanzar sus fines justificando los medios que sean necesarios. Con cualquiera de estos estilos o sus combinaciones, la profundización de la crisis al borde del caos es inexorable.
Por eso, estas elecciones expresan la necesidad de un liderazgo diferente, un liderazgo de época. Un liderazgo humano y eficaz, capaz de interpretar la diversidad de una realidad desafiante e incierta. Un líder que tome distancia de discursos políticos vacíos y de prácticas ineficaces, para comenzar a construir otro presente. Una proyección de futuro, desde un contrato social que renueve los compromisos individuales, organizacionales y sociales.
La responsabilidad de la decisión está en nuestras manos al introducir la boleta en la urna y, conscientemente, no dar autoridad a voces mesiánicas, perfiles autoritarios y/o canto de sirenas populistas.
Es la hora de un liderazgo que vaya más allá de la grieta, que sea capaz de construir los acuerdos de base con claridad, que tanto necesitamos en estas horas de penumbras.
* Ensayista, licenciado en Ciencias Sociales y referente del Pensamiento Complejo.