OPINIóN
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¿Está la economía promoviendo la desigualdad?

La desigualdad global no es un accidente: puede estar incrustada en la lógica misma de la economía moderna. Al exaltar el egoísmo como virtud y la competencia como ley natural, el pensamiento neoliberal debilitó la noción de justicia. Recuperar la igualdad exige repensar los cimientos morales de la economía.

Economía
Francisco Martinelli: “Estamos mejor interanualmente pero estamos comparando contra lo más bajo que tuviste en actividad económica” | Cedoc Perfil

NUEVA YORK.– Vivimos tiempos inquietantes. En medio de una desigualdad creciente, muchos líderes políticos recortan programas sociales mientras alimentan el miedo contra migrantes y refugiados. Detrás de discursos sobre libertad, prosperidad y seguridad ciudadana, se esconde con frecuencia una agenda diseñada para beneficiar a las élites económicas y a ellos mismos.

Este deterioro de la política tiene múltiples causas, y una de las más profundas podría hallarse en la forma en que se practica la economía.

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Durante décadas, la economía se ha presentado como una disciplina “científica”, neutral en valores, dedicada a analizar relaciones del tipo “si A, entonces B”. Pero los hallazgos científicos moldean nuestras creencias morales, y la supuesta objetividad de la economía convencional ha servido muchas veces para justificar la codicia, la explotación y la desigualdad extrema.

De hecho, podría estar en su ADN. Un estudio de 2012, inspirado en el enfoque de las “capacidades” del premio Nobel Amartya Sen, mostró que ciertos modelos educativos fomentan la cooperación y la empatía. Sin embargo, otros estudios encontraron que los estudiantes de economía tienden a actuar de manera más egoísta, como si el interés propio fuera un principio ético legítimo o deseable.

El también Nobel Kenneth Arrow advirtió en 1978 que el mundo del “laissez-faire” basado en el egoísmo total “no sobreviviría diez minutos” en una sociedad compleja. Los mercados solo funcionan cuando existen confianza y obligaciones recíprocas, incluso entre competidores.

Arrow también cuestionó la idea de que libertad e igualdad sean opuestas. Bajo la lógica neoliberal, cualquier desigualdad sería “natural” y justa, y todo intento por reducirla sería un ataque a la libertad. Pero cuando unos pocos concentran las decisiones que afectan el bienestar de todos, la libertad deja de ser real. Para Arrow, libertad e igualdad eran “casi idénticas”: la concentración de poder económico convierte la democracia formal en una ilusión.

El filósofo Isaiah Berlin lo expresó con crudeza: “la libertad de los lobos ha significado la muerte de las ovejas”. Hoy, los lobos —corporaciones y multimillonarios— disponen de recursos inmensos y de herramientas digitales para influir en líderes y opiniones. Como señaló Joseph Stiglitz, hemos pasado del principio de “una persona, un voto” al de “un dólar, un voto”.

Pero el exceso de individualismo económico no es la única raíz del problema. El nacionalismo agresivo también alimenta la desigualdad. Hubo un tiempo en que el Estado-nación organizaba la vida económica; hoy, en un mundo interconectado, los flujos globales de personas, bienes y capital son inevitables y, de hecho, sostienen la prosperidad de los más ricos. Los poderosos promueven el nacionalismo como cortina de humo: quien lucha “por la patria” no cuestiona la desigualdad interna.

El orgullo nacional es un vestigio del pasado. La cooperación global es el único camino para lograr objetivos compartidos, desde un comercio más justo hasta una acción climática inclusiva. Pero, como en la parábola del ciervo de Rousseau, solo lograremos grandes recompensas si aprendemos a confiar unos en otros.

Fortalecer instituciones multilaterales —como la OIT o la Corte Internacional de Justicia— requiere recalibrar nuestro compás moral. Debemos dejar de considerar el egoísmo como racional y aprender a valorar la humanidad por encima de la nacionalidad.

*Kaushik Basu, ex economista jefe del Banco Mundial y ex asesor económico del Gobierno de la India, es profesor de Economía en la Universidad Cornell y miembro sénior no residente del Brookings Institution.
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