Si ingresamos al portal oficial del Estado Nacional, y dentro de él navegamos en la solapa “Acerca de la República Argentina”, veremos que allí está la opción de cliquear en “Nuestro País”, link en el que encontraremos datos oficiales del mismo, tales como superficie, habitantes, moneda, hora e idioma oficial. En este último caso se establece que lo es el “español”, idioma propio de España y de varios países americanos hispanohablantes, al que también es posible referirse con el término “castellano”.
La correcta redacción del español es aquella que se ajusta a las pautas y directivas establecidas por la Real Academia Española. Si, por ejemplo, para dicha institución la palabra “presidente” se escribe con “s” y no con “c”, hacerlo utilizando ésta última letra sería incorrecto. Lo mismo ocurre con el llamado lenguaje inclusivo o incluyente, al que la Real Academia Española no acepta ni convalida por considerarlo innecesario, complejo y farragoso. Su utilización es, por lo tanto, incorrecta.
En este contexto, lo primero que debe advertirse es que si un país utiliza una lengua oficial, y ella se rige por las directivas de una entidad determinada, sus autoridades no pueden desatenderlas a la hora de redactar normas, y los docentes de las escuelas que otorgan títulos oficiales, no pueden enseñar a los alumnos el lenguaje que quieren, sino el que deben conforme a dichas directivas.
La correcta redacción del español es aquella que se ajusta a las pautas y directivas establecidas por la Real Academia Española
El llamado “lenguaje incluyente”, en todas sus versiones, torna compleja la redacción y por lo tanto dificulta la lectura de las normas y textos escritos de ese modo. En cambio la redacción debe facilitar la lectura para alentar su práctica, ya de por sí muy deteriorada en la Argentina actual. Si en nombre de una ideología de género se redactan normas y se enseña a escribir haciendo que luego la lectura sea más pesada y compleja, se atenta contra una adecuada expresión, se desalienta la lectura y se deteriora la comunicación.
Es por ello que si con el equivocado afán de utilizar al idioma oficial como herramienta para resolver las desigualdades de género, las autoridades lo deforman con escandalosas expresiones como “equipos y equipas” (tal como lo hizo días atrás la vicegoberandora de Chaco), “docentes y docentas” (tal como lo hizo recientemente el gobernador de la provincia de Buenos Aires en uno de sus interminables discursos); o “albañiles y albañilas” (términos utilizados por el presidente Alberto Fernández en un acto público), nos encontramos ante una nueva emergencia nacional: la idiomática o gramatical. No pareciera ser el momento adecuado para generar una nueva grieta en la Argentina.
El idioma no debe ser ideologizado ni convertirse en un vehículo para la colonización del pensamiento. Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez se diferenciaron por sus ideologías, pero por fortuna no llevaron esas diferencias al idioma. Por el contrario, ambos se pronunciaron en favor de la simpleza del lenguaje y en contra del lenguaje de inclusión. El autor de Cien años de soledad dijo que era necesario “simplificar la gramática antes de que la gramática nos simplifique a nosotros”. Mientras tanto el gran escritor peruano sostuvo que el lenguaje inclusivo es “una aberración”.
Pues resulta evidente que esa “aberración” gramatical es la que hace farragoso al lenguaje, y la que, de continuar su nefasto desarrollo, terminará de pulverizar aun más la calidad de la enseñanza del idioma en nuestro país.
La Real Academia Española zanjó la discusión de "presidente o presidenta"
Las desigualdades de género no se resuelven desde el idioma. Si sacrificarlo fuera útil para ello, hasta podría requerírsele al lenguaje que haga su aporte para lograr un beneficio mayor; pero destruirlo inocuamente es un verdadero despropósito.
Una cosa es que las sociedades, en su lenta pero imparable evolución, vayan generando cambios en la lengua (aunque para ello es necesario que la Real Academia se haga eco de los mismos); pero otra muy diferente es que un grupo de gobernantes “iluminados” pretenda imponerlos desde la conducción de un país, y desde la utilización de los sagrados claustros de enseñanza. Eso es lo que debe evitarse.