A lo largo de la historia diferentes situaciones de la vida marcaron las modalidades de cómo relacionarnos o de cómo contactarnos. Seguramente durante la pre-historia, la conectividad habrá pasado por algo del encuentro casual o de supervivencia en cavernas, hoy hablamos de conectividad, pero curiosamente en esta pandemia aprendimos nuevamente a vivir en cavernas.
Fue entonces que nos vimos sumergidos en un mundo de redes, online, tecnológico, claro que fue una suerte tener esto ya adquirido, pero la necesidad, tan habitual de vernos, de no estar mediados por una pantalla, poco a poco se está volviendo imprescindible.
Queda claro que estamos ante un impacto internacional que para muchos es vivido como una sensación de fin del mundo. Nos replanteamos el sentido de la vida. El coronavirus nos re-edito la noción de finitud, es además de una catástrofe un dilema existencial, lo que trae el virus. Él nos necesita a nosotros de huéspedes, nosotros no lo necesitamos a él, pero tenemos mucho que trabajar, somos usados por un enemigo invisible.
La crisis post COVID-19: transformaciones en el futuro cercano
El hecho disruptivo, como lo es el coronavirus, impone cambios importantes en nuestra vida cotidiana, de la misma manera que lo hace en toda nuestra forma de relacionarnos.
Es un tiempo de mucha fragilidad, de mucha vulnerabilidad, sentimos reducido el espacio, por el distanciamiento, cuando deberíamos ampliarlo. Sentimos que también reducimos el tiempo de la presencialidad sincrónica, por la amenaza del contagio, pero también por el cansancio en la exposición en la virtualidad.
Hemos aprendido a saltar las estructuras edilicias de gobierno, Asociaciones, Escuela, Universidad, Iglesia, templos, Empresas.
Ese pasaje abrupto e inesperado que experimentamos de pasar a lo que podríamos llamar el “gobierno” de desarrollar nuestras vidas en nuestras casas, entrando y saliendo, de una fusión entre el cuarto, la clase, el trabajo, el esparcimiento, etc, nos lleva hoy a replantearnos cómo será el futuro próximo: si un permanente salir y entrar o un estado de tener que resaltar qué es lo imprescindible, que no puede ser mediado por una pantalla. Esto no es solo por el actual impacto, si no por el aprender la noción de cuidado de nosotros mismos, de los otros y de nuestra vivencia de salubridad. Quizás nos habíamos transformado en autómatas y dejado de lado lo humano de encontrarnos, desde el deseo y no desde un tenemos que hacerlo.
Protocolos: de la prevención al agotamiento
En la fragilidad de lo actual estamos llamados a la necesidad de reparar, aclaro reparar, como contraste de fabricar, que es lo que veníamos haciendo, porque lo que necesitamos no es renovar, es crear.
Nos podemos preguntar qué diferencia hay entre fabricar y crear, y una respuesta posible sería que en el concepto fabricar ya esta todo pre-establecido lo que debo hacer. En cambio, cuando hablamos de crear nos encontramos con la innovación y también con la incertidumbre, la expectativa, porque en el crear, el resultado final no se sabe.
Lo bueno es que sin fragilidad no hay creación posible
Nos volvemos a encontrar pero sabemos que de alguna manera ya no somos iguales que antes. Como individuos, hemos transitado este tiempo de aislamiento de manera diferente con situaciones y circunstancias muy distintas.
Más aún, reconocer esta diversidad de vivencias (hay pérdidas, duelos, encierros, distanciamientos, miedos) y experiencias es crucial a la hora de comenzar a preparar a nuestros equipos de trabajo. Saber que ellos también han cambiado y así poder diseñar estrategias que favorezcan la comunicación y la elaboración de las emociones que provoca el regresar o no a las distintas actividades diarias.
La sinrazón de Estado en pandemia
Porque, desde mi perspectiva, aceptar únicamente que estamos ante un cambio de paradigma, sería subestimar el alcance de lo que estamos viviendo.
* Dra. Gabriela Renault. Decana de la Facultad de Psicología y Psicopedagogía, USAL.