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Gestionar el disenso o sucumbir al discurso de odio

28_11_2021_logo_ideas_Perfil_Cordoba
. | Cedoc Perfil

Pocas cosas más conmocionantes para Argentina que un intento de asesinato a Cristina Fernández de Kirchner. Desde hace veinte años, todas las crisis políticas han tenido que ver con ella. Un evento como el del jueves 1º de septiembre produce una interrupción en el hilo de nuestro pensamiento, como el silencio que sucede inmediatamente a un estruendo. Pronto se lo intenta emplazar en un marco construido por hábitos mentales precedentes. Los conspirativistas enseguida vieron en el ataque una maniobra del propio Gobierno. En ese sentido las primeras manifestaciones verbales –así como los silencios– de los actores políticos fueron elocuentes de esta inercia del prejuicio. El Presidente situó el intento de magnicidio en el marco del discurso del odio “que se ha esparcido desde diferentes espacios políticos, judiciales y mediáticos de la sociedad argentina”.

Los analistas del discurso criticamos la violencia simbólica de la comunicación mediática y política desde mucho antes de que en esos espacios se popularizara el concepto de hate speach. Hoy corre el riesgo de pasar de ser una categoría para desmontar los efectos prejuiciosos de los discursos del poder contra los grupos subalternos a ser un instrumento de denuncia política del propio poder contra sus adversarios. En la Argentina circulan discursos discriminatorios sobre todo en las redes sociales con ocasión de la protesta social, por ejemplo. El tono de las expresiones de algunos políticos o periodistas televisivos alcanza las marcas del odio. Pero ¿odio contra quién denuncia el Presidente?

Hay una contradicción teórica en la comunicación del Gobierno cuando esgrime la noción de discurso de odio para señalar a sus adversarios desde una concepción que se apoya tácitamente en la conceptualización del populismo de izquierda. Efectivamente, para ese marco conceptual el campo político está surcado por una grieta insalvable entre elite y pueblo. La diferencia es siempre conflicto y “ellos” son siempre enemigos.

También hubo una contradicción de hecho. Los problemas sufridos por Alberto Fernández durante estos mil días de gobierno no fueron de comunicación. Toda su gestión estuvo marcada por la crisis –la pandemia, la economía– pero el modelo de comunicación escogido no contribuyó a gestionarla sino a agravarla. Al inicio de la pandemia, optó por apoyarse en la autoridad científica, apelar a la unidad y promover conductas responsables. Pero al tiempo la estrategia de comunicación se deslizó hacia la polémica con los medios y la oposición, terminando en 2021 en un enfrentamiento directo con Horacio Rodríguez Larreta. Luego del sismo de las PASO, intentó buscar apoyo para el plan de FMI. No se concretó ningún acercamiento a la oposición y se hizo cada vez más notable el conflicto con Cristina Kirchner.

El último plot point de la historia es el pedido de condena para la vicepresidenta del fiscal de la causa Vialidad. Antes del alegato de la defensa y de la sentencia, el kircherismo se movilizó en defensa de Cristina, quien quiso abroquelar al peronismo: denunció que no era ella la perseguida sino el peronismo. Hay gran consistencia entre el relato de las presidencias de Cristina y su gravitación en el poder durante los gobiernos de Macri y de Alberto: ella es la líder indiscutida, pero también la víctima, y “ellos”, los victimarios, son los medios hegemónicos, el partido judicial y el macrismo, que actúan concordantemente.

Si lo hubiera acompañado más la fortuna, Alberto hubiera estado menos preocupado por mantener contenida a Cristina. En cambio, su discurso procuró mantener la prosodia kirchnerista. Pero la comunicación de crisis y la comunicación polémica son incompatibles. La primera busca despejar la incertidumbre y recuperar el consenso; la segunda, exasperar el conflicto. También se puede gestionar el disenso: destrabar el nudo de la gobernabilidad con los actores relevantes, acordando el curso de acción preferible en cada momento sin ignorar la existencia de valores contradictorios.

El sistema democrático se renueva cuando los conflictos se procesan de manera pacífica en el marco institucional. De haber señalizado mejor cómo se gestiona el disenso democrática y pacíficamente, tal vez el Gobierno hubiese amortiguado el ambiente de odio que visualiza como activador de la violencia contra la vicepresidenta.

*Director de la Escuela de Posgrados en Comunicación de la Universidad Austral.