Granizo, el reciente estreno de Netflix protagonizado por Guillermo Francella, expone el fenómeno de "la cancelación", una forma de exclusión o depuración que, aunque con nuevas formas, no es más que la reedición de una larga historia de rechazos o de intimidaciones que se han ejercido desde siempre. Ahora son las redes sociales las que condenan. Y, muchas veces, logran el objetivo: quien se equivoca o marcha contra la corriente, corre el riesgo de ser "cancelado". Es decir, puede desaparecer por la aclamación de los usuarios. Los insultos, las injurias, el destrato en las redes sociales harán tronar el escarmiento.
En la película, el meteorólogo Miguel Flores (impecablemente interpretado por Francella) pronostica que esa sería una noche de buen tiempo. Pero, como en una maldición, el día terminará con una tormenta de granizo que destrozará todo a su paso y, junto con los bienes, arrasará también con la carrera de Miguel. De personaje amado, Flores pasará a ser, repentinamente, un indeseable al que todos insultan y odian.
El descrédito y la cancelación, hoy fulminante por la inmediatez de la tecnología, no es, sin embargo, un fenómeno exclusivo del siglo XXI.
Recuerdo ahora dos antecedentes de los que poco se habló y que extinguieron a dos figuras muy conocidas de la pantalla. El primer caso fue el de María Amuchástegui, profesora de educación físca, que en los años 80 tenía una enorme popularidad -sus clases televisivas eran un verdadero fenómeno de rating en ATC, la televisión pública de la época- y que quedó, de un día para el otro, atrapada en las telarañas del escarnio. Se dijo entonces que a la profe se le había escapado "un pedo" al aire. El rumor, jamás confirmado, fue, sin embargo, suficiente para que se la condenara al anonimato. Nunca más se habló de ella. Adiós a la fama. Borrón y cuenta nueva.
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Unos años después, en otro programa de gran audiencia, Hora Clave, conducido por Mariano Grondona, un famoso consultor de opinión pública, Javier Otaegui, pifió en un pronóstico, no sobre tiempo, como el Miguel Flores de Francella, sino sobre los resultados electorales. Otaegui, que hacía los sondeos por teléfono (fijos, los únicos que existían por entonces), predijo que, en los comicios de 1993, se impondría el radical Federico Storani como candidato a diputado nacional por la Provincia de Buenos Aires. El resultado de las urnas lo desmintió: Alberto Pierri, el elegido de Carlos Menem, sacó una ventaja de veinte puntos por sobre el representante de la UCR. Otra vez, como con Amuchástegui, un huracán se llevó puesto a Otaegui. Nunca más volvió a la tele ni se habló sobre él.
La cancelación tiene ahora manifestaciones más explícitas y contundentes. Pero, a su manera, funciona más o menos igual.
Como contrapartida, la posibilidad de un linchamiento, despierta prevenciones en muchos comunicadores. Hay periodistas, políticos o ciudadanos comunes que prefieren no decir lo que piensan, o lo que saben, para no ser posibles víctimas de los escraches. "Mejor que lo diga otro", argumentan en privado.
¿Es censura? Quizá no se pueda encuadrar tales actitudes en esa figura porque no hay prohibición expresa de nadie. Sin embargo, el efecto termina siendo similar. Una forma contemporánea de limitar la libertad de expresión. Incluso para quienes, como Miguel Flores, puedan errar de buena fe.
*Director Periodístico de REPERFILAR