OPINIóN
La muerte de Carlos Menem

Sin pena ni gloria

Carlos Saúl Menem, símbolo de una década donde el dólar fue la mayor aspiración de los argentinos. A él, le hubiera gustado que se lo despida como a “El Diego”, así hacía honor a su personalidad histriónica.

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El ex presidente Menem Carlos | AGENCIA AFP

“Eliminó la inflación. Restableció el crédito. Modernizó el país. Hizo más que nadie. Hará mucho más”. Por si no lo retuvo, con este mensaje en un recordado spot publicitario, Carlos Menem pidió el voto de los argentinos para ser reelecto en 1995. Y lo logró con amplio margen. Los analistas aseguran que el electorado ponderó en esta síntesis de la primera gestión un valor insoslayable: la estabilidad.

Tengo para mí que hubo algo más que eso. Desde la gran devaluación del Plan de estabilización de Frondizi que buscaba reducir el déficit fiscal y asegurar la estabilidad monetaria, los argentinos comenzaron una escalada gradual que los llevaría a experimentar una inflación creciente que se volvía estructural, sucesivos cambios de moneda, el Rodrigazo, la Tablita de Martínez de Hoz, el “Deme dos”, la caída de grandes bancos del mercado, la pérdida de sus depósitos, la fuga de capitales, las oscilaciones de las reservas del BCRA, el cierre de empresas y la desarticulación del tejido productivo, los planes Austral y Primavera, y la hiperinflación, entre otros traumas de su vida cotidiana.

Todos se habían vuelto expertos en las cuitas financieras y la psicosis general marcó una década que tomó el ascensor en los ‘70 y ‘80, llevando a la clase media a la cuerda floja de la cotización cotidiana y el tema era de obligada conversación en bares, familias, oficinas y encuentros casuales. Pocos habían operado con dólares, pero todos se interesaban. Se dio entonces la aparición de los arbolitos, fenómeno que se emula de las apuestas clandestinas en los hipódromos donde los tomadores de apuestas se escondían detrás de los árboles.

Desde que el mundo abandonó el patrón oro y el dólar se convirtió en la referencia del comercio mundial luego del crack de 1929, los argentinos iniciaron un proceso cuyos avatares se definieron por la agenda de la City porteña.

Lejos de la aspiración pequeño burguesa de afrancesamiento del decimonónico, en el siglo siguiente los argentinos se abandonaron a la compulsión de acercarse al dólar con la ingenua tentación de configurarse en poseedores de una moneda portentosa, diferenciándose de los sudacas vecinos empobrecidos. Él les trajo esa ilusión.

 Él les trajo esa ilusión

Negación

Carlos Menem ha muerto. Lo hizo, precisamente, en tiempos en que otra vez, y como casi siempre, los argentinos sienten que su moneda flamea con los vientos de la inestabilidad.

Para gran parte del país, especialmente para la clase media, el episodio transcurrió sin pena ni gloria. Lo primero en términos jurídicos; lo segundo atendiendo a su acepción lúdica. Demasiado poco para un espíritu osado que hizo un culto místico de su personalidad histriónica y que aventuró su legado como un tránsito perenne hacia la inmortalidad.

La virtualidad se llenó de memes con una fuerte carga emocional negativa y, aunque él hubiera esperado un aluvión como con “El Diego”, casi nadie subió una foto abrazándolo en tiempos en que su poder se exhibía oceánico. No hubo vítores ni barrilete cósmico, y su escuálida despedida postrera muestra las antípodas de aquel tiempo ido en que las comadres adherían su patilluda efigie a los ovalados espejos de los living.

Quizá porque los argentinos tenemos la íntima convicción que nadie tiene derecho a extrapolarnos sus fracasos -y mucho menos responsabilizarnos de ellos-, su final define lo que esta sociedad proyecta en término de expectativas políticas, culturas y económicas.

 Él hubiera esperado un aluvión como con “El Diego”, casi nadie subió una foto abrazándolo en tiempos en que su poder se exhibía oceánico. No hubo vítores ni barrilete cósmico

Sin embargo, nobleza obliga, la década del menemismo representa una discontinuidad. Este programa de estabilización de la economía a través de una caja de conversión a la que dimos en llamar Convertibilidad implicó el reconocimiento meridiano de algo que se venía dando de hecho. Consistió en domar el impulso dolarizante.

Sectores como el campo o el inmobiliario familiarizaron a la clase media con el comportamiento de divisas, bonos y los valores, y así se volvieron especialistas. Se crearon diarios especializados, aparecieron columnistas en los noticieros, y la vida pública se fue torneando al calor de una pléyade de miles de economistas de la ñata contra el vidrio que se agolpaban para ver las cotizaciones al final del día.

El dólar volvió todo aspiracional y Menem interpretó mejor que nadie ese deseo subterfugio dándoles una moneda fuerte: el dólar.

Se recomienda el trabajo de Mariana Luzzi y Ariel Wilkis (El dólar, historia de una moneda argentina) para acompañar este derrotero que fue incipiente hasta la llegada de Perón al poder, zigzagueante en sus años de proscripción y que tuvo un over shooting conforme la inflación, el gasto público y las tasas de interés definían el empobrecimiento general.

Los argentinos se abrazaron a la máxima del economista de la reina -Sir Thomas Gresham- quien ya a mediados del 1500 formuló su ley que asegura que cuando en un país circulan dos monedas de curso legal, la fuerte desplaza siempre a la débil. Vivimos en dólares. Sólo faltó la potestad de emitirlos. Pequeño detalle.

La dolarización en la Argentina fue un largo proceso que llegó en los ´90 a un país que había atravesado infinitas frustraciones.

Cuando Menem tomó el poder con la psicosis verde instalada y colectiva. Los argentinos buscaban la estabilidad que sólo podía darle una moneda que cumpliera sin sobresaltos los tres atributos básicos del dinero.

Cuando Menem tomó el poder con la psicosis verde instalada y colectiva. Los argentinos buscaban la estabilidad que sólo podía darle una moneda que cumpliera sin sobresaltos los tres atributos básicos del dinero

La convertibilidad se proponía menos trasformar la cultura económica que contenerlas en un orden nuevo. Si el uso y referencia cotidiana del dólar eran en más de un sentido un hecho, el objetivo oficial no era restringirlos, sino más bien legalizarlos. Así lo explicó de viva voz Domingo Cavallo, el padre de la criatura.

 

Deficiencias

Es cierto que Menem farandulizó al Estado y convirtió a la palabra política en un florilegio de venalidades. Por derecha e izquierda, se acusa que a plan de una feroz desactivación del Estado que implicó la venta de activos por cerca de 170 mil millones de dólares, generó una fuerte caída de la inversión externa con la consiguiente pérdida de empleo y que fueron necesarios créditos internacionales para compensar la asimétrica productividad que generaba el uno a uno.

No menos cierto es que el sistema financiero se consolidó y concentró en beneficio de los bancos internacionales, aunque el ingreso al sistema de miles de argentinos fue palmario.

En definitiva, su vocación se centró una dolarización que, artificialmente, le dio a la clase media la posibilidad de vivir una década sin inflación y volver a endeudarse, en dólares, claro.

La fiebre por el “voto cuota” mantenía movilizado el mercado interno y los bancos volvieron a “calzar” depósitos para generar un crédito hipotecario que apuntalaron el mito de la casa propia en miles de familias. Motos, televisores, autos, viajes, las tarjetas de crédito, y todo a sola firma fue un abrupto cambio al que muchos se acostumbraron felizmente.

Estos mismos argentinos serían los que instaurarían un puñado de años más adelante el régimen de las cacerolas como manifestación política genuina en el retroceso simbólico de la clase política pidiendo pesificar esos créditos.

Le dio a la clase media la posibilidad de vivir una década sin inflación y volver a endeudarse, en dólares, claro

Con un costo pírrico, Menem le dio a los argentinos el placer de libar en la ilusión del “primer mundo” luego de largos períodos de desaliento. La convertibilidad cerró un largo ciclo en el que los argentinos vivieron confiados en que un redentor vendría a elevarlos al sagrado cielo monetario.

La corrupción, la desidia y un programa económico que implosionó por sus propias limitaciones definieron un concepto que pereció muy distinto a lo que hubiera esperado.

Es dable esperar que la decepción haya alejado mucho a la clase media del paraíso, y quizá no es allí donde Carlos Menen tendrá asilo definitivo. Es más probable que esté ahora navegando junto a Caronte hacia su destino final en al alguno de los conocidos círculos dantescos, sin penas ni glorias, en todas las acepciones de estas palabras.

No hubo reivindicación hacia él, toda vez con la moneda flamea de nuevo en los arrabales del subdesarrollo. Hoy, si es que todavía queda algo de ella, la clase media debe echar 20 centavos (de dólar) en la ranura si quiere ver la vida color de rosa.

*Periodista. Director de Dos florines.