La Dinastía K intriga a los analistas políticos de todo el mundo. No se trata de una monarquía a la vieja usanza, sino de una dinastía política, legitimada por medio de la ideología. Primero, el padre llega al poder, forma un partido propio y se va afianzando poco a poco en la estructura estatal. Después, cuando muere el padre, siguen los herederos. La familia empieza a identificarse con el país, que parece una propiedad privada.
Al final, aparece el último heredero: relativamente joven, que había estado guardado hasta entonces, al que nadie le conoce ninguna experiencia laboral, pero que queda a cargo de todo. Por supuesto, estoy hablando de la Dinastía Kim de Corea del Norte, ¿o qué habían pensado?
La palabra "delfín", cuando se usa en política, hace referencia a un heredero informal, pero originalmente se refería al heredero a la corona francesa. La palabra dauphin (delfín) es una deformación de Dauphiné, una ciudad de Francia. La palabra se usó, por supuesto, hasta que la monarquía fue derrocada por la Revolución de 1789, y desde entonces tomó su significado metafórico.
Solo en el caso de Máximo Kirchner podemos hablar de un delfín político y a la vez un heredero de sangre. Los sueños dinásticos del kirchnerismo nunca fueron disimulados. Así como estaba claro, en 2007, que Néstor iba a cederle el poder a Cristina, ahora está claro para todo el mundo que el proyecto familiar es que Máximo continúe la línea de mando.
El amor y el poder en tiempos del kirchnerismo
Lo que hay que tener en cuenta, al evaluar las posibilidades de Máximo, es que -contra lo que a veces se dice- el poder del kirchnerismo no es omnímodo, ni en la Argentina en general, ni dentro del peronismo. Aunque ahora se propone como estadista, cerebro en la construcción de un nuevo proyecto político, Máximo arrastra el pasado de hijo de y personaje infantilizado, que se pasaba el día jugando a la Play y era protagonista de memes y cargadas.
Ahora, incluso, su proyecto presidencial está gestionado por la madre más que por él mismo. Cristina es como esas mamás sobreprotectoras que van a la escuela a retar a los chicos que se meten con su hijo.
Dentro del plan Máximo 2023, estamos ahora en la fase en la que se busca darle más protagonismo asumiendo la presidencia del PJ bonaerense. Máximo está acostumbrado a manejarse como dueño, a que, cuando pide algo, se lo den. Pero puede ser que en este caso Fernando Gray, quien actualmente dirige el PJ de la provincia, no esté dispuesto a entregarlo de buen grado, ni tampoco imagino que quieran renunciar a la conducción partidaria de la provincia de Buenos aires, Oscar Romero, Sergio Berni, Pablo Moyano, Antonio Plaini, Ricardo Pignanelli, entre otros...
Por eso, en los últimos días, Máximo ha tenido que salir a buscar apoyo en distintos sectores. Otermín, Insaurralde, Kicillof… uno a uno se fueron manifestando a favor de Máximo en distintos medios. Incluso, implícitamente, Alberto Fernández ("Lo vi crecer. Lo quiero mucho. Me parece un tipo con una enorme capacidad de análisis, estigmatizado").
Alberto Fernández avaló a Máximo Kirchner como jefe del PJ bonaerense
Por otra parte, es normal que desde el peronismo “puro” se resista la irrupción de Máximo Kirchner, que arrastra tras de sí una estructura política. Su proyecto no es simplemente conducir el PJ, ni la provincia, sino llevar a La Cámpora consigo. Legitimarla como armado político, y fuerza territorial, y en una segunda fase “kirchnerizar” al peronismo.
Los intendentes, quienes conocen el territorio, y a fin de cuentas son dueños de sus propias estructuras, lo miran con desconfianza y temor. Pero también le ceden espacio. En las últimas elecciones La Cámpora no obtuvo un mandato absoluto, pero sí consiguió espacios a lo largo de las estructuras partidarias locales, y ahora esa presencia está mostrando su peso.
También se juega el efecto rebaño, lo que se conoce como Síndrome de Solomon. Esta fue descrita por el psicólogo social Solomon Asch como miedo a apartarse del grupo, de destacar, y se ha demostrado en infinidad de experimentos. Por ejemplo, se hace una pregunta en un grupo de diez personas. Si los primeros nueve dan una respuesta incorrecta, la décima persona va a decir lo mismo, incluso si tiene claro que no es así. Si, en el teatro, las personas en la primera fila aplauden, las de la fila siguiente van a seguir, y así hasta la última. Y si dan una ovación de pie, se van a contagiar incluso los que se aburrieron con la obra.
Resistir la presión grupal no es fácil, y no hay muchos que estén dispuestos a decirle que no a Máximo Kirchner (es decir, a Cristina Kirchner). Incluso cuando los peronistas podrían perder su propio partido a manos de una facción minoritaria como La Cámpora. De hecho, habría razones de peso para decirle que no, y son muy obvias: Máximo es un dirigente con mala imagen (según las encuestas conocidas) , que no responde a los intereses del partido. Y, sobre todo, que el tema está totalmente alejado de la agenda de la ciudadanía, que hoy quiere vacunas, reactivación económica, seguridad, y no está interesada en la rosca ni en la política.
¿Quién será el que se aparte del rebaño para decir todo esto?