OPINIóN
Rebrote de coronavirus

Adolescencia, pandemia y conductas de riesgo

El desafío que las adolescencias hoy nos proponen tiene que ver con la necesidad de cuidado.

FIESTA EN PLAYA 20210107
FIESTAS EN PLAYAS | AGENCIA SHUTERSTOCK CEDOC

La adolescencia, en términos generales -y tal vez con el riesgo de plantearlo de modo generalizante- se caracteriza por el intento de consolidación de una identidad, en medio de un complejo proceso de elaboración de duelos propios de la infancia que comienza a abandonarse y, a su vez, como parte de este proceso, la necesidad de confrontación con los modelos de las generaciones anteriores, como modo de diferenciación y construcción posible de un proyecto de vida, que a su vez es un proyecto identificatorio inconsciente, como cristalización de la subjetividad.

El desafío, como modo confrontativo, responde a modos más bien maníacos de esos recorridos subjetivos, en que los adolescentes oscilan entre momentos de euforia y omnipotencia y otros de tristeza y melancolía. Es considerable el número de heridos y muertos en accidentes de tránsito de los cuales son protagonistas adolescentes o -para ser más acotados- adolescentes tardíos. Los momentos de euforia se manifiestan en actos de violencia que, en muchos casos, terminan siendo autodestructivos. No son ajenas a este contexto, las conductas que venimos observando actualmente en relación con los cuidados necesarios e indicados en plena pandemia de la COVID-19. La reacción casi oposicionista, que se viene viendo en las conductas sociales, protagonizadas por adolescentes, muestran aspectos negadores y autodestructivos que están potenciadas por las particularidades planteadas anteriormente, en relación con los picos anímicos observados en estos grupos etáreos, aunque no exclusivamente.

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Otra variable importante a tener en cuenta, es el factor social, en relación con las adolescencias vulnerables, marginales y desprotegidas. Esta vulnerabilidad propia de las adolescencias, se ve acrecentada y potenciada por el riesgo y la vulnerabilidad social implicados en grupos que presentan aún mayores riesgos y proporcionalmente, necesidad de cuidado, que a veces queda incrementado por estigmatizaciones alienantes, de las que también son víctimas. Las derivas de estas características generales de esa etapa de la vida, varía de acuerdo a cada sujeto, con la singularidad propia de su organización psíquica. El cuidado de sí, tanto en los momentos más melancólicos como en los más maníacos, queda particularmente afectado, ya sea por un “descuido activo”, sostenido en la sensación de omnipotencia, como por una actitud que implica una “dedicatoria” a un otro a quien se desafía. Las diversas conductas, ya sea en relación con los cuidados necesarios para evitar los riesgos de contagio, como también en relación con conductas desafiantes hacia los otros, van mostrando la convocatoria a las generaciones de los adultos que debemos hacernos cargo de su cuidado, así como en ciertas circunstancias, es el mismo Estado, quien debe asumir esa tarea a través de sus estamentos y agencias de llegada a la comunidad. Muchos de los problemas de salud como las enfermedades de transmisión sexual, que dependen del “cuidado de sí”, encuentran una particular facilitación en la adolescencia, en relación con las anteriormente mencionadas “conductas de riesgo”.

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El desafío que las adolescencias hoy nos proponen tiene que ver con la necesidad de cuidado. Ese cuidado no siempre es posible que se lo procure el adolescente mismo, por las razones explicitadas anteriormente, en un momento en que están involucrados procesos complejos respecto de duelar el cuerpo infantil, el lugar de niño e incluso los padres de la infancia, junto con la consolidación y puesta a prueba de identificaciones que le den solidez a su personalidad.

Para pensar de algún modo estas situaciones de convocatoria a las generaciones mayores, me gusta pensar con dos metáforas: la primera, es la de la “estación de servicio”. Una buena estación de servicio está en la ruta bien visible y permite que se identifique claramente cómo acceder a ella para buscar ayuda. Para eso hay que instrumentar los medios para que quienes deben cuidar, puedan explicitar esa disponibilidad ante los jóvenes. La segunda metáfora es la del “auxilio mecánico”, aquel que va hacia quien no puede llegar a la estación de servicio, aquél que quedó varado, aquel que a veces tampoco puede gritar la ayuda que precisa. Las generaciones que están convocadas a cuidar de sus adolescentes deben tener esta capacidad también de poder “ir hacia ellos”, ir a buscarlos en momentos en que el auxilio puede que no se pueda si quiera pedir, para asistirlos, cuidarlos amorosamente, para evitar los sentimientos de humillación que “ser cuidado”, puede despertar en muchas configuraciones adolescentes.

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Es nuestra responsabilidad -y en el mejor de los casos nuestro deseo- ocuparnos de ese cuidado desde la proximidad, como reverso de la indiferencia ante el otro. La cantidad de energía psíquica involucrada en estos procesos mentales es tan grande que la disponibilidad para el cuidado de sí es particularmente frágil y debe ser construida paulatinamente. De ahí la necesidad de la intervención del universo adulto -de las otras generaciones- para poder sostener cuidados que por sí mismos no se pueden procurar. Las generaciones que pueden ofrecer esta visibilidad a sus adolescentes, pueden lograr despertar esa potencialidad de acceder al cuidado del otro. Es una apuesta.  Ese cuidado, o dificultad para sostenerlo, se ve muy fuertemente en relación con las situaciones ante las que estamos asistiendo con la actual pandemia y los modos de desafiar sus consecuencias.

 

* Jorge E. Catelli. Psicoanalista. Profesor adjunto a cargo de la cátedra Psicología de la Educación de la UBA. Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).