La principal curiosidad política despendida de los esperados anuncios de este mediodía tiene que ver con quién manda y toma las decisiones en esta etapa de la pandemia.
Empecemos por que ya no hay Triunvirato a la vista y ni siquiera es el Presidente quien lleva la batuta: la responsabilidad de lo que se haga quedó licuada en los 24 gobernadores y, a su vez, las decisiones de estos se derivan a los intendentes.
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Parece claro que, en el procedimiento, hay implícitos una autocrítica y un gran temor.
La autocrítica: el centralismo extremo y las restricciones prolongadas generaron complicaciones, hartazgo y desobediencia.
El gran temor: nadie quiere pagar el costo de medidas antipáticas en el inicio de un año electoral y bajo el sol del verano, tan estimulante para las salidas al aire libre (incluso a protestar).
Obvio que el desdibujamiento del principio de autoridad afecta más que nada a los gobernantes: difícil gobernar una emergencia teniéndole miedo a dar ciertas órdenes. Pero el problema de fondo es de todos, porque si no se cumplen las normas propuestas, los enfermos y muertos provendrán más que nada de la gente común.
Lo único bueno de situaciones tan desgraciadas es la posibilidad inmensa de aprender qué dejan. Y en estas cosas, lo primero que se debe aprender es a organizarse.