Escribe Carolina Mantegari del AsisCultural, especial para JorgeAsisDigital.com.
1.- Víctimas de la espera
En Zama, Antonio Di Benedetto supo describir a una «víctima de la espera».
Diego Zama aguardaba el traslado que no le llegaba nunca.
Los Espartacos de Alberto, El Poeta Impopular, son también «víctimas de la espera».
Aguardan la emancipación de Alberto. La reacción que tampoco llega nunca.
Pero Alberto establece fechas límites para cumplir con su promesa imaginaria.
La última fue la frontera de Semana Santa. Para realizar los cambios. Cirugía mayor.
Y disponer la oxigenación del gabinete para un relanzamiento del gobierno estancado.
Pobres Espartacos. Se cansan. Se desaniman.
Lo que Alberto puede decir a la mañana lo relativiza al mediodía y directamente lo niega por la tarde.
Para radicalizarse retóricamente de nuevo por la noche. Atormenta a los Espartacos.
Como Santiago, El Nietito, o el doctor Olmos, Puiggari, que preparan baterías de medidas oxigenantes que paulatinamente naufragan en el closet.
Y El Kato, que es un alcalde sensible, se deprime.
Pero nunca Juanchi, el sobreviviente que se esfuerza para tomar rigurosamente en serio al presidente.
Mientras tanto Zapatitos Blancos desgasta su agenda en comunicaciones con los amigos americanos.
Y al final chorizos. Alberto no cambia nada, pedalea a los Espartacos y se desquita ante un churrasco a caballo.
Apuesta por las virtudes ilusorias de la cronoterapia.
Se desliza entre emociones conmovedoras, ante la profesional del poder que lo consagró arbitrariamente con un tuit.
Una innovadora, La Doctora, a la que todo, en definitiva, también le sale invariablemente mal.
Como le salió absolutamente mal «la invención de Alberto el Estadista».
Cuando tranquilamente podía haber optado por Sergio, El Conductor. O por Pérsico, El Heladero, líder del padecimiento institucionalmente organizado. O por algún Daer, que al menos tienen sindicato.
Pero por «inteligencia y generosidad», por «neuronas y no por hormonas», escogió al más intrascendente.
Y ya no tiene sentido quejarse. Semejante negatividad televisiva se le reserva al senador Juez.
Sistemáticamente El Gordo despotrica contra La Maléfica.
«Ya me va a conocer». “La voy a hacer m….”
Ante los Espartacos se compromete a combatirla. A incrementar el desprestigio de La (Agencia de Colocaciones) Cámpora.
Hasta comerse el propio amague, enternecerse y no hacer, en efecto, nada.
A lo sumo grita ¡carajo!, cuando se ilusiona con el desgaste de La Doctora.
O confronta, con la autoridad que emana de la lapicera, y despide a los Basualdos que se rebelan.
O deja de bebotear y se rinde como corresponde para disfrutar del mejor empleo que tuvo en su vida. El de presidente de la República.
"Para desprenderse de los funcionarios que no funcionan". Los que deben renovar la permanencia del plazo fijo cada 24 horas, desde hace 18 meses.
2.- La cabeza de Guzmán
De las cabezas que deben rodar a La Doctora le interesa la cabeza del ministro Martín Guzmán, El Chapito.
Hoy Guzmán se mantiene sostenido por las diatribas de Andrés Larroque, El Cuervo de Poe, ministro de La Provincia del Pecado.
Y en especial por las referencias altivas de Máximo, El Influencer.
El Chapito tenía abrochado el acuerdo con el Fondo ya en abril de 2021. Pero lo cerró recién un año después.
Incluso lo llevó envuelto hacia El Calafate, cuando La Doctora le brindó el severo veredicto técnico.
«Si te apruebo este Acuerdo perderemos las elecciones».
Como José Ingenieros, El Chapito se entregó a «la simulación en la lucha por la vida».
Debió tergiversar la verdad. Menos estéticamente feo que mentir.
Y es probable que no merezca el apelativo de «mitómano» que le estampa algún dirigente empresario.
Alude al periodo en que Guzmán creyó que estaba para misiones superiores. Cuando la tergiversación de la verdad pudo haberse asociado a la mentira.
Entre tribulaciones, vuelos, estadías y promesas de mejoría en la negociación de 10 a 20 años, Guzmán macaneó no solo a La Doctora.
Fue empaquetado también Alberto con los avances imaginarios. Pero no pudo arrastrar en las fabulaciones a los contactados con los que instruyen a los directivos del Fondo.
Sergio y Manzur, El Menemcito, le picaron el boleto a Guzmán y en simultáneo lo entendieron a Alberto. No podía arrojarlo por la ventana. Significaba reconocer que La Doctora le ganaba la pulseada.
Debía entonces dar la vida por El Chapito. Y sólo al comprender que no podía sostenerlo se reunió con Lavagna, La Esfinge.
Pero, sin un previo Remes Lenicov, La Esfinge estaba para ser exhibida en la novela de Jorge Edwards. Museo de Cera.
3.- La Argentina «doctora-dependiente”
«Echemos a los Basualdo que no te hacen caso, arreglemos con uno o dos gobernadores, con el Evita, con la CGT, echá a cualquiera de nosotros si te hace falta, y vamos al frente con el casco puesto, la economía te va a responder, ya muestra síntomas de mejoría…».
Pero Alberto pedalea el entusiasmo de los Espartacos ya agotados de la demora para relanzar la utopía del albertismo.
Pasada ya la frontera de la Semana Santa, se aguarda la oxigenación para después del 25 de Mayo.
O para el regreso del periplo oxigenante por dos o tres países de Europa, en la gira menos útil de la agonía diplomática.
Como si no existieran las embajadas que transmiten sobre la patética tristeza de la gestión.
Tal vez podrá demorarse el relanzamiento hasta después del 9 de Julio o del 12 de Octubre. O incluso hasta antes, o después, del Mundial.
Pero los Espartacos desesperados se obstinan en no tomarlo a su jefe en joda.
Aunque el peronismo siempre estuvo preparado para la tragedia. Nunca para sucumbir entre el humillante papelón.
El presidente designado por el instrumento del tuit no acepta las instrucciones de la vicepresidenta que supo beneficiarlo con la inspiración.
La Doctora que trata de desligarse, en vano, de la penúltima equivocación.
Pero exhibe, desde Chaco, la pavorosa centralidad en la Argentina doctora-dependiente.
De las intrigas de su silencio. O de la literatura de mensaje de su nutrida locuacidad.
4.- Final con zapallos
Por suerte, los papelones en el desperdicio del Frente de Todos simulan la catástrofe de Juntos por el Cambio.
Más que indecisiones, los cambistas son víctimas de las consecuencias de alguna próxima decisión.
Que en 45 días la coalición se parta, en efecto, como un zapallo. Y que se produzca la reconfiguración del mapa político.