—Te pido un resumen breve de tu último libro ...
—El libro contiene una premisa, un diagnóstico y una serie de propuestas. La premisa es que cualquier acción humana necesita una idea o, al menos, una imagen de futuro, más aún las acciones políticas; y que esa idea de futuro ya está contenida en las condiciones presentes. El diagnóstico es que la izquierda, entendida en un sentido amplio y laxo, no tiene una imagen de futuro hace cuarenta años: es defensiva, aun cuando es exitosa. El libro fue escrito durante 2019, supongo que hoy ese diagnóstico podría extenderse mucho más allá de la izquierda. Las propuestas son una sistematización de ideas y proyectos que están discutiéndose en este momento en diferentes ámbitos, ordenadas sobre dos criterios que son también los dos grandes datos del presente que considero premisa para cualquier futuro: la escasez de recursos naturales y la disrupción tecnológica.
—¿Qué es lo que más te atrae del pensamiento del pensador chino Yuk Hui, sobre quien escribiste un largo artículo?
—Lo más interesante de Hui es su propuesta de un particularismo tecnológico. En los últimos años se consolidaron dos posturas ante las transformaciones del capitalismo: aquellos que defienden al capitalismo global y a su paradigma tecnológico (a grandes rasgos, la digitalidad y sus efectos), y aquellos que rechazan al globalismo y a sus tecnologías. Ambos coinciden tácitamente en que el neoliberalismo y el capitalismo global son la única condición de posibilidad del desarrollo tecnológico digital. Hui tercia en ese debate proponiendo el repliegue a un particularismo cultural que no resigne el desarrollo tecnológico. Esto según Hui permitiría integrar orgánicamente los tres medios del hombre: el cultural, el técnico y el natural, y resolver así las distorsiones sociales y ambientales del globalismo. La propuesta es atractiva pero problemática. Empezando porque estos particularismos ponen en riesgo criterios universales que a mí no me gustaría resignar, como los derechos humanos. Por otro lado, la misma crisis climática requiere instancias de gestión global, no se va a resolver sólo desde las naciones o comunidades. Además, están las suspicacias que puede alimentar una propuesta de particularismo proveniente de una potencia en ciernes como China. Finalmente, otro riesgo aquí en Argentina sería leer a Hui como pensador de una suerte de “tercera posición”, priorizando su particularismo por encima de la propuesta técnica y ecológica. Que Cristina Kirchner haya aparecido en público con el libro de Hui es elocuente en ese sentido.
—Hace poco, publicaste un artículo a contramano del discurso dominante respecto de la pandemia en el que señalaste, entre otras cosas, que, a partir de marzo 2020, empezamos a aceptar todo tipo de restricciones y medidas impensables un tiempo atrás, como la inoculación masiva con vacunas no llegaron a ser suficientemente testeadas, etc. ¿Por qué tuviste la necesidad de escribir en ese sentido?
—El artículo va más bien a contramano del progresismo, al que pertenezco. Por afuera de ese espacio, varios liberales republicanos y libertarios, lo mismo que la izquierda dura, denunciaron el riesgo autoritario de las restricciones sanitarias. Y a veces lo hicieron honestamente. Pero esas denuncias se centran en el autoritarismo estatal o institucional. Y está bien porque es el más grave y urgente. A mí me interesó más pensar el efecto que podía tener esta rutina de encierro y restricción en las costumbres y percepción del autoritarismo por abajo, al nivel de la sociedad civil. Y hasta qué punto eso podía ser funcional para resolver un problema de gobernanza que el mundo venía sufriendo desde antes.
—En el mismo artículo hablás de un autoritarismo consensuado aún –o, sobre todo- entre sus antiguos objetores ¿Podés ampliar la idea?
—Desde la transición a la democracia hasta no hace mucho, los principales objetores de la violencia institucional vinieron del progresismo y la izquierda. En especial porque entendían que el autoritarismo se ejercía sobre grupos subalternos (pobres, jóvenes, etc) y al servicio de diferentes ajustes o modelos excluyentes. Las restricciones sanitarias de la pandemia no solo son inevitables y necesarias, sino que se ejercen en nombre de la solidaridad: un sacrificio individual por el bien de todos, en especial de los más vulnerables. En los primeros meses de la cuarentena la impresión mediática era que el autoritarismo se ejercía sobre individuos egoístas y aparentemente privilegiados que no respetaban las restricciones, como el famoso “surfista”. En ese contexto, hubo un relajamiento de la alerta antiautoritaria, incluso una justificación, de parte de los mismos espacios ideológicos que hasta la pandemia reprobaban cualquier tipo de represión. Recién cuando empezaron los abusos policiales en nombre de la pandemia contra los grupos subalternos de siempre, parte de esa gente entendió el riesgo.
—Acuñaste una frase con mucho gancho “capitalismo subversivo” ¿Podés explicarla?
—El capitalismo es un sistema: un conjunto de instituciones que reproducen determinado orden social. Pero también es una dinámica: la mercantilización de crecientes aspectos de la vida humana, desde el trabajo hasta las imágenes y los afectos. Esa mercantilización acelera y desestabiliza cada aspecto de la vida humana sobre los ciclos del mercado. Esa inestabilidad corroe las instituciones que garantizan el orden: la dinámica capitalista subvierte al sistema capitalista. Es algo que observó Marx, más tarde lo estudiaron historiadores como Braudel, filósofos como Deleuze, Guattari y Lyotard, y hoy lo trabajan los aceleracionistas.
—¿Cuál es tu relación/opinión con el peronismo, más allá de sus variantes como menemismo o kirchnerismo?
—Opino como ciudadano porque no soy un estudioso del tema. No soy peronista, pero es lo que más he votado. Más allá del multipartidismo y del narcisismo de las pequeñas diferencias, en las elecciones argentinas siempre se enfrentan una gran fuerza liberal-conservadora y otra gran fuerza progresista, populista o no. No son identidades esenciales, se definen por lo que tienen enfrente. Desde 1997 hasta ahora, voté casi siempre a la fuerza progresista de turno. El voto no está para expresar nuestra subjetividad política profunda, se vota lo que hay.
—Escribís en medios que se ubican de un lado especifico de la grieta ¿Tenés la pretensión de llegar a otros lectores o preferís como interlocutores a los lectores de esos nichos en los que te movés?
—Escribo para que me lean. Y el sueño de cualquiera que escribe es que lo lean todos. Pero es un sueño: no va a pasar. Ya no hay un público lector masivo y homogéneo al que uno pueda acceder. Un poco por motivos de mercado (la famosa “demanda segmentada del posfordismo”), otro poco por la tribalización de la opinión (un fenómeno que excede a la situación local). En ese contexto, prefiero escribir en donde me sienta cómodo. Comodidad que incluye poder criticar al espacio al que pertenezco. Me gusta ser fuego amigo. Llegué a publicar en Ñ y en La Agenda, pero evidentemente no linkeé mucho con el espíritu de esos medios. Admito, también, que no tengo mucha iniciativa: no vivo de escribir ni me considero portador de un mensaje que deba llegar a todos, así que escribo cuando quiero y cuando me lo piden, raramente ofrezco textos y, cuando lo hago, lo hago en medios con los que tengo una relación personal, como Revista Crisis o la web Panamá. Todo esto sin mencionar la incómoda cuestión de que la escritura es un medio de comunicación minoritario y quizás en repliegue. No importamos mucho.
*Periodista, guionista y docente.
“El Apocalipsis ya llegó”
Fragmento del libro de Galiano:
“El capitalismo 4.0 sólo puede transformar al fin del mundo en sistema. Todo el mundo esperando una Tercera Guerra Mundial, una toma de la Bastilla o una peste negra que le pongan fin a esto, pero esas catástrofes no llegan o llegan y se instalan a vivir al lado nuestro. Pensar el futuro hoy requiere pensar después del fin del mundo, porque el apocalipsis ya llegó y nosotros seguimos aquí”.