Hace unos meses leí en el diario El País de España que había muerto súbitamente a los 39 años Camila Cañeque, una filósofa y artista española cuya obra sobre la fatiga existencial la hicieron conocida en todo el mundo. Sus creaciones fueron performances e instalaciones que interpretaron actividades pasivas como la siesta, la espera, tomar sol; sus pinturas fueron sofás, camas, sillas, sillones.
Confieso que hasta esta lectura no la conocía. Parte importante de su trabajo se basó en valorar y expresar la inactividad fruto del cansancio como filosofía de vida. Su obra fue revolucionaria al defender la pasividad, la horizontalidad y la inactividad absoluta en este tiempo en el que el sistema capitalista nos lleva a la eficiencia y la productividad como medidores del éxito personal.
La maravilla de la inactividad
Si cada acción que realizamos en nuestra vida laboral - y por qué no en toda nuestra vida - va a estar medida por si es eficiente o productiva, ¿queda espacio para abrir preguntas, para no tener respuestas a todo? ¿Para aprender? ¿Para conectarme con lo que siento y deseo?
¿Estamos dispuestos a registrar la ansiedad que genera nuestro propio ritmo de vida?
Por el contrario, si elegimos vivir a nuestro ritmo, ¿estamos dispuestos a danzar con el propio frente al de los otros? ¿A cambiar un modo de vida seteado en el éxito del hacer por sobre el éxito del ser? ¿A sostener la incertidumbre de este nuevo hacer?
Sabemos que hay realidades con urgencias, con el sobrevivir, con tener mínimamente una vida digna en donde esta mirada es casi subversiva.
Los que tenemos la posibilidad de detenernos a pensar y a sentir cómo vivimos, ¿nos animaremos a darle espacio y tiempo al retiro improductivo como un nuevo modo de ser y hacer?
*Coach ontológico